Juan Manuel de Prada, escritor

El escritor zamorano reconoce tener «recuerdos muy escasos en torno a esa fecha». Su memoria le transporta a un escenario que transforma la Zamora en la que entonces vivía «en algo muy similar a las ciudades en los sueños: había menos ruido, menos gente, todo transcurría con más lentitud, casi a cámara lenta...», narra. Ese niño moreno y despierto de entonces sólo 10 años, ya percibía «un ambiente extraño en las calles de la ciudad». Un muchacho que observaba con extrañeza junto a sus compañeros de colegio cómo «los profesores estaban nerviosos y dejábamos de tener clases en el sentido habitual». En su viaje al pasado rememora que «nos mandaron hacer una fila a todos y que el regreso a casa fue antes del horario habitual al que estábamos acostumbrados». Sin embargo, fruto de su corta edad, reconoce que «para mí todo fue un día de fiesta porque no había colegio y los mayores no estaban tan pesados con los niños como en otras ocasiones», bromea. Era, ni más ni menos, «la excepcionalidad que rompía la rutina», rememora con ternura, «sin ningún otro sentido histórico o políltico». Y es que, a pesar de que «no viví esos días con especial zozobra, como pudieron hacerlo mis padres o las personas mayores que me rodeaban», admite que «sí se me quedó grabada la imagen de Antonio Tejero en el Parlamento y de los tanques por Valencia, pero a mí eso no me producía un "repelús" como el que le provocaba a los adultos», valora.

Carlos Pedrero, periodista

El papel que la radio jugó el 23-F es indiscutible. Consiguió ser seguida por casi el 90% de los españoles que asistían así a una retransmisión sin descanso de un golpe de Estado en directo. De aquella vigilia radiofónica que, con razón, pasó a denominarse "la noche de los transistores" mucho sabe el periodista zamorano Carlos Pedrero, entonces un joven locutor. Recuerda que «la SER retransmitía el pleno de las Cortes» y fue escuchar los disparos «y presentarnos corriendo toda la plantilla en la emisora, donde estuvimos toda la noche». Contactar con los servicios centrales ante tal aluvión de noticias «fue imposible, por lo que decidimos permanecer conectados con Madrid», razona. El objetivo era «ponernos en contacto con José Ramón Onega, entonces Gobernador Civil, pero no fue posible hasta las 10.20 de la noche». A esa hora que Pedrero recuerda como ahora mismo «hicimos la segunda desconexión local de la noche». La primera de ellas fue minutos antes, con la llegada de un comunicado conjunto del Partido Comunista, PSOE, UGT, CCOO, la Unión de Campesinos Zamoranos y el PREPAL. A través del documento «exigían la recomposición de las libertades», apunta, «y nuestro mayor riesgo fue interrumpir la emisión nacional para transmitírselo a los zamoranos sin saber qué estaría ocurriendo en Madrid», explica Pedrero, encargado de dar lectura al manifiesto. A raíz de ese comunicado «la emisora se nos colapsó de llamadas en solidaridad con esas palabras», rememora. La noche no terminó hasta las ocho de la mañana, cuando el periodista Fernando Onega salió en antena con un comentario que ha marcado una época en la casa: "Buenos días, Libertad".

Blas Vara, presidente de la Asociación de Retirados, Viudas y Húerfanos de la Guardia Civil

Acababa de licenciarse en la Guardia Civil y su destino profesional en Bilbao le auguraba una trayectoria, cuanto menos, inquietante. Y es que «¡vaya manera de estrenarme en el cuerpo!", bromea Fernández. Recuerda que no estaba de servicio pero que «en mi casa, donde me pasé la noche escuchando la radio con mi mujer y mis hijos, pasamos mucho miedo porque no sabíamos qué iba a pasar y estábamos pendientes de que en cualquier momento nos llamaran desde el cuartel», recuerda. No le duele en prendas reconocer que «pensábamos que el golpe iba a acabar mal, con algún cambio en el Gobierno», se sincera. Sin embargo, al echar la vista atrás reconoce que «fue el discurso del Rey el que moderó los ánimos de todos, yo creo que no sólo en mi casa, sino en todos los hogares españoles», sopesa. Mis hijos preguntaban a su madre y a mí sobre lo que estaba aconteciendo pero «cómo vas a explicarle a un niño la trascendencia de un hecho así si casi nosotros no nos creíamos lo que estábamos escuchando por la radio...», se pregunta. 25 años después de ese asalto inesperado, el ex guardia civil valora que «lo que allí pasó estuvo mal y yo estoy seguro de que algunos de los que protagonizaron el golpe fueron engañados, no sabían ni a lo que iban», reflexiona, mientras cae en la cuenta de «hay que ver cómo pasa el tiempo al verme yo entonces con ta sólo 51 años», apostilla.

Daniel Pérez, director del Teatro Principal

El director del Teatro Principal era entonces un joven de 25 años cautivado por la interpretación. Fue, quizá, esa atracción por el teatro la que hizo que «mi única preocupación cuando nos enteramos del golpe de Estado fuera si podríamos o no estrenar la obra prevista para el día 25» en un Teatro Principal que sólo se abría de manera puntual y del que, siete años después, resultó ser su director. Cuando salieron de los ensayos «alguien, no recuerdo quién, nos lo dijo y nos quedamos estupefactos». Pérez dirigía una función sobre los poemas escénicos de Alberti junto a Cándido de Castro y «yo hacía un papel que no quería dejar de interpretar por nada del mundo». Alberti, vivo entonces, era un autor comunista que tenía una significación política en aquel contexto, «lo que nos hacía pensar que estrenar la obra sería difícil», explica. «Sin embargo, lo conseguimos, y con éxito», valora. Al margen de su preocupación teatral, es capaz de traer al presente los sentimientos de aquel 23 de febrero, unas sensaciones teñidas de «pena y vergüenza de vivir en un país donde todavía se permitían cosas semejantes». No le quita mérito, sin embargo, «a la maquinaria del Estado que permaneció fiel a su deber aunque los parlamentarios estuvieran secuestrados, y eso fue una lección muy positiva de aquel hecho que todos teníamos que apreciar».

Miguel Angel Hernández, rector del Seminario Menor San Atilano

A pesar de sus ocho años en aquel 1981, Hernández era «un gran aficionado al periódico que leía todos los días en el coche, mientras mi padre y yo esperábamos a mi hermana y mi madre para ir juntos al Colegio Público de Coreses», narra. «Como todos los lunes, acudimos a clase de francés con la idea de, algo más tarde, coger la guitarra y acudir al aula de música ubicada en las inmediaciones del Cuartel Viriato y que dirigían, si no recuerdo mal, Miguel Manzano y Conchita Rodríguez». Sin embargo, aquel día no pudo ser. «Al llegar a casa vimos a mi padre preocupado, sentado en el salón frente a un televisor que había interrumpido su emisión, y pendiente de la radio». Reconoce que «yo no sabía muy bien lo que era aquello del golpe de Estado, pero mi padre, que ha sido un buen maestro, logró explicármelo». Mientras, ambos esperaban con ansiedad la llegada del resto de la familia. «Al cabo de un rato, regresaron mi abuela y mi madre de una tienda de regalos que existía en la Plaza de Alemania», apunta. Allí «escucharon la noticia y regresaron rápidamente a casa, después de comprar una pequeña, pero preciosa, réplica de la Venus de Milo que todavía conservamos en casa». Lo que ocurrió después todo el mundo lo sabe, pero «para un niño de ocho años aquella fue una jornada inolvidable». Para el sacerdote «la tensión del momento,el rostro de mi padre y lo extraño de la situación han pasado a formar parte del patrimonio de los recuerdos de mi infancia; de esos recuerdos constitutivos que permanecen imborrables y que sólo con el paso de los años he podido analizar y entender», aprecia.

Angel Bariego, integrante del "Foro Ciudadano por Zamora"

? Bariego era entonces, con 45 años, un trabajador de la construcción que, sin militar en ningún partido político, «siempre estuve muy vinculado al Partido Comunista y a los movimientos que perseguían la libertad». Aunque necesita pararse a pensar para recordar los detalles, concluye que «fue un conocido el que salió de una peluquería para contarme lo que estaba pasando». Acto seguido, Angel Bariego corrió a su casa, en la calle Las Merinas, encendió la radio e «inmediatamente empezaron a llegar a casa amigos, todos muy vinculados a movimientos sociales», explica. Mira hacia atrás y puede recobrar las sensaciones que interpreta como «dos tipos de miedos: por una parte, la situación brutal que vivíamos con el consiguiente miedo a la represalia; por otra, el temor a que nos coartaran la libertad que acabábamos de estrenar», apunta. Para Bariego, el sólo hecho de regresar a «la España de odios y rencores nos hacía pensar en todo tipo de opciones para resistir, incluso hablamos de irnos a Portugal y abandonar el país hasta que pasara todo», cuenta. «Hubo, incluso, gente de la resistencia armada que sugirió reunir escopetas y atrincherarse en algún pueblo, en plan "maki", pero optamos por esperar porque éramos personas razonables». El zamorano justifica esta radicalidad en que «éramos gente que habíamos saboreado las mieles de la libertad tras mucho esfuerzo y no nos cabía en la cabeza todo lo que estaba ocurriendo», razona.

David Redoli, sociólogo

Un partido de fútbol a medias en la Ciudad Jardín. Eso supuso para el sociólogo zamorano asentado en Madrid el Golpe de Estado del 23-F. Aunque con lagunas en un primer momento debido a su corta edad - nueve años-, recuerda incluso hasta que era el portero de un partido de fútbol que, «para colmo, íbamos ganando», bromea. Fue entonces cuando salió su padre y le dijo: «¡David, ahora mismo para casa!». Y no hubo réplica posible. En su hogar «nadie se acostaba, mi padre estuvo toda la noche pegado a la radio y mi madre trataba de explicarme la situación diciéndome que había pasado una cosa muy gorda, que podía haber una revuelta -recuerdo esa palabra- y que teníamos que defender la democracia». Ahora, para Redoli todas las piezas encajan y recobran sentido. Ya entiende «por qué los profesores, al día siguiente, entraban y salían de las clases en el Arias Gonzalo sin explicarnos absolutamente nada». Ese niño, ahora es un adulto de 33 años que se siente «orgulloso de cómo reaccionó mi país, así que sólo espero que se siga consolidando la calidad de la democracia en España, sin olvidarme de ensalzar la actuación que tuvo la Corona y el importante papel que las Fuerzas Armadas han jugado para mantener la democracia en este país, todo un ejemplo de saber estar dentro de los parámetros demócratas», subraya.

Luis González, presidente de la Asociación de libreros

El golpe de Estado no pudo sorprenderle a Luis González en otro sitio que en su librería. Fue la radio, como en la mayoría de los casos, la que le alertó a sus 34 años sobre lo "surrealista" que estaba ocurriendo. «Teníamos el transistor puesto y de repente empezamos a oír cosas raras, un follón increíble, y nos quedamos todos expectantes, sin identificar muy bien qué era exactamente lo que estaba ocurriendo».

Las ventas de libros se dejaron a un lado durante ese tiempo y «escuchamos todo el asalto en directo todos los que allí estábamos: Segundo, Emiliano, Alfonso, Francisco Izquierdo y Maria, creo recordar».

Al igual que el resto de españoles, «fue imposible dormir esa noche, en todo momento pendiente de las emisoras y de la televisión con esa intervención del Rey pidiéndonos tranquilidad», comenta. No duda en calificar ese episodio como «unas horas de temor terrible a que lo que se había conseguido tras muchos años volviera para atrás», confiesa. Y es que «en esos momentos en los que parecía que se podía respirar a gusto había unas ganas muy grandes de democracia y de libertad, y teníamos miedo a que volvieran a arrebatarnos todo eso», recapacita.