«¡Marchaba como uno de veinte, igual!». La cosa cambió para Pedro C. C. en vísperas de la Navidad de 2004, fiestas que tendría que pasar ingresado en el Hospital Virgen de la Concha. A sus 88 años, «iba a predicar a los pueblos todos los sábados en mi propio coche, porque yo soy testigo de Jehová, y llevaba a otros compañeros. ¡Vivía como un general!».

Los pasos se le torcieron cuando cruzaba la calle de Villalpando, a la altura del número 6: «yo estaba dentro del paso de peatones y vino un coche y me atropelló. Me dio y me tiró al suelo». Y a Pedro le llevan los demonios porque «ahora dicen que me caí yo sólo, que el coche no me tocó; que no tenía señal. ¡Claro!, si hubiera habido señal, ¿qué me habría pasado a mí?». Eleva el tono de voz, una muestra más de su indignación, que va en aumento a medida que recuerda el suceso, las buenas palabras de la joven que le arrolló, que «paró y me dijo que ella era la responsable de todo, que me conocía porque alguna vez había ido a hacerme la limpieza de la casa».

Pedro clama por «que se haga justicia», más que por la indemnización, a la que la juez ha dejado la puerta abierta. El hombre muestra su enfado porque se ha puesto en entredicho su palabra: «quiero que reconozcan que los culpables son ellos y que ha sido una injusticia lo que han hecho conmigo. He quedado como un mentiroso y yo he dicho la verdad», añade en relación a la desestimación de la denuncia que interpuso contra la conductora del turismo que, según el atestado de la Policía Municipal, le atropelló y causó lesiones. Pedro tuvo que ser operado para colocarle una prótesis de cadera. La operación le mantuvo del 21 de diciembre de 2004 al 5 dinero de 2005 ingresado en el Hospital Virgen de la Concha, hasta donde le trasladó una ambulancia del servicio de emergencias del 112, que le dio los primeros auxilios.

Su hija, que reside en Francia, tuvo que desplazarse hasta Zamora y permanecer a su lado durante tres meses para cuidarle. Ella afrontó el pago de 12.000 euros por los diez meses que tuvo que vivir en una residencia de ancianos, en Morales del Vino, fuera de su entorno habitual en la capital zamorana, a la que ha logrado regresar, pero «con muchas limitaciones».

Nadie podrá devolverle su plena autonomía. Se rebela contra las circunstancias impuestas, «obligado a utilizar un bastón», y recuerda con añoranza su buen estado físico antes del accidente, la agilidad con la que «iba y venía de un lado a otro; pero si parecía un galgo y ahora me muevo como una tortuga». Los largos paseos que se daba cada día -«estaba toda la tarde de pie, andando y no me cansaba»- parece poco probable que vuelvan porque «ahora me duele la pierna y no puedo caminar mucho porque me canso. He quedado como un inútil, en casa todo el día, sentado. Antes no entraba y ahora no puedo salir», protesta con una energía inusual para su edad.

También ha dicho adiós a los encuentros con sus amigos en el Salón del Reino de los Testigos de Jehová, y le duele de forma especial. Cada lunes, viernes y domingos acudía puntual a la cita. Ahora tiene que conformarse con los domingos y «gracias a que un compañero pasa por aquí -por la calle de Villalpando donde vive solo- y me lleva».

Poco podrán, pues, compensarle los 29.186,30 euros que la juez estipula como posible indemnización por los daños sufridos tras el siniestro y que la compañía de seguros deberá confirmar que abonará sin necesidad de recurrir a un pleito. El dinero trata de resarcir a Pedro de los gastos médicos y de residencia, que él no pudo abonar porque «cobro una pensión de 466 euros al mes. Lo pagó todo mi hija». Pero lo que realmente le importa es su dignidad, «que reconozcan la injusticia cometida conmigo», insiste. Y ese dolor que le ha quedado en la pierna y le recuerda que ya no es el mismo "galgo".