"Si el fado es un canto del alma, engaño de la

noche calma, refugio del

sufrimiento (...)"

(Helder Moutinho,

en "Fado refugio")

Como todas aquellas cosas que están firmemente ancladas en las raíces de un pueblo, el fado no es una cuestión fácil de definir; lo mismo sucede con el flamenco, el tango, y otros tipos de canciones que resumen la idiosincrasia de una colectividad. Los estudiosos lanzan todo tipo de teorías, a veces contradictorias; sobre el fado circulan muchas hipótesis, y aunque todas se acercan a su esencia, ninguna consigue, menos mal, atrapar en una definición un fenómeno que se escapa por todos los lados. En lo que todos están de acuerdo es que en el fado hay un algo místico y etéreo que atraviesa el alma y dota a la colectividad de unos sentimientos supranacionales. En su configuración no hay que analizar sólo el contenido de las palabras, siendo muy importantes; igual de esenciales son la melodía, los tonos, el vibrato (gemido), los gestos, la indumentaria... Todo en el fado canta, llora, ríe; todos los ingredientes expresan celos, añoranza, luto, soledad o esperanza. Su nombre remite de manera irremisible al fatum latino, ese ineludible destino programado por los rígidos deseos de los dioses. La gran fadista Amália Rodrigues, figura máxima del fado contemporáneo, decía acertadamente que el fado "es un estado del espíritu".

Escribió Fernando Pessoa en 1929 que "el fado no es alegre ni triste". Depende. Aunque hay de todo, predominan los fados con una cierta tendencia a lo dramático. Parece como si muchos fados se hubiesen escrito después de momentos de crisis, o bajo la atmósfera de una ruptura. Sus letras hablan mucho de destino, de la esencia del alma portuguesa, de cansancios de todo tipo, de deseos insatisfechos. Aunque no la aborden directamente, la tristeza ronda en muchos de ellos. Se puede combatir la tristeza de la lejanía con el recuerdo de lugares concretos (los barrios de Lisboa, los muelles -cais- del puerto), con el amor por los elementos que forman parte de la vida o con detalles que personifican esos recuerdos (las canoas y gaviotas -gaivotas- que cruzan el río Tejo). También el fado idealiza los escenarios y retrata momentos concretos.

La presencia del mar y el espíritu de aventura conforma el alma portuguesa ("Hay siempre un Vasco da Gama/ En un marinero portugués"). Pero la lejanía que esto supone se convierte también en una muerte lenta: "Partir es morir un poco/ y el alma, de alguna manera./ Muere dentro de nosotros". El fado alimenta un sentido fatalista, que, sin embargo, entronca con la pureza de los buenos sentimientos: "El dolor de quien parte es demasiado./ Es mucho peor que morir". Todo esto no se entiende, además, sin la presencia, o ausencia, del amor: "Habla de amor./ Un amor tan grande./ Que perdí./ Que me dejó", o "El tiempo no pasa nunca./ Cuando te tengo a mi lado". El fado se convierte así en la mejor manera de viajar por los canales del alma: "Cantar es mi verdadero Fado./ Con pena o con amor en el corazón"; "Creo que el Fado tiene raza./ Aunque no fuese creado/ para cantar la desgracia". En el fondo, se trata de una canción dirigida a un corazón que siente la debilidad de la nostalgia y la fragancia gris de la saudade. Una de esas palabras clave en el alma portuguesa, que también tiene un significado ambiguo; José Hermano Saraiva la define como "un dolor de la ausencia y una prolongación de la presencia"; para Camané, joven pero consolidado fadista, la saudade es "un modo de vivir la ausencia, sabiendo que pasará".