La faceta taurina de Claudio Rodríguez

El poeta zamorano, miembro de la Real Academia Española de la Lengua y premio Príncipe de Asturias de las Letras, escribió un poema dedicado a Antoñete

El poeta Claudio Rodríguez. | |  L. O. Z. (ARCHIVO)

El poeta Claudio Rodríguez. | | L. O. Z. (ARCHIVO)

Le bastaron sólo cinco libros para ser considerado uno de los mejores poetas de la llamada Generación del 50. Y le bastó sólo un poema de temática taurina para dejar patente su afición y defensa de la tauromaquia.

Zamora acoge esta semana, 90 años desde su nacimiento y 25 tras su fallecimiento, las X Jornadas Claudio Rodríguez, que organiza el Seminario Permanente que lleva su nombre. Sigue viva así, en su "ciudad del alma", la memoria de su poeta universal, nombrado Hijo Predilecto de la ciudad en 1988.

Y, aunque su obra es sobradamente conocida y reconocida, no lo es tanto su obra taurina, que consta de un solo poema, en el que deja patente su afición a la tauromaquia, en general, y al toreo del maestro Antonio Chenel "Antoñete", en particular

Por y para el torero del mechón blanco, escribió Rodríguez su única poesía de esencia taurina que tituló "Toreando".

"Es esta sinfonía / del capote, que suena, / ¿a qué? He aquí el misterio. / Todo, la tela, el aire / de la distancia, toda la embestida, / agresiva y solemne / y cuando el temple llega, ya es un canto. / He aquí el toro, que aunque tiene nombre, / él se lo da ya más, y quiere, y salva / Esa manera a solas andándose en la plaza, / el movimiento interno, el del tanteo, / se maciza, / y se hace tacto y aire al mismo tiempo, / cuando llega el embroque. / Aparición sin tiempo. / ¿Frontal o circular? ¿Es movimiento / o reposo? / La lejanía, la proximidad, / helas aquí. El bien sabe / la religiosidad del humo y de la sangre: / lo más vivo. Y le llega / una revelación oscura, por la izquierda / o bien por la derecha, y está el cuerpo / ofrecido, total, aquí en su pecho, en poderío y mármol, / entre la magia y la sabiduría".

Claudio Rodríguez (centro), el día de la toma de posesión de su sillón en la RAE. | L. O. Z. (Archivo)

Antoñete dando una media verónica. / EFE.

Es un poema prácticamente inédito, que Rodríguez incluyó en sus "Poemas laterales", como denominaba a aquellos "no destinados a formar parte, en principio, de su obra central, esto es, de alguno de sus cinco libros". El autor tenía la intención de recogerlos y editarlos algún día bajo ese título, "como algo lateral a su trayectoria poética". "De ahí que fuera guardándolos en una carpeta (...), en la que aparece rotulado ese epígrafe", rubrica el también escritor zamorano Luis García Jambrina en una edición que publicó con el apoyo de la Fundación César Manrique.

"Toreando" fue escrito en 1986 para una revista de toros valenciana y no ha sido incluido en ninguna antología de las obras del poeta, pero sí en la recopilada por Carlos Marzal, "La geometría y el ensueño", y publicada por la editorial "Vandalia".

Próximamente, estará incluido también en una nueva antología que prepara el ensayista, historiador y crítico taurino Andrés Amorós, que llevará el título "Las cien mejores poesías taurinas comentadas". El autor ya ha concluido el libro, pero la tarea de edición del mismo, que publicará la editorial "El Paseíllo", "tardará todavía meses", explica Amorós.

Sobre este poema, el crítico literario ha escrito una introducción y un comentario, del que desvela que, al tratarse de una antología pensada para todo tipo de público, "hay un público taurino que, probablemente, no sabe quién era Claudio Rodríguez y hay que explicarle quién era, qué escribía, su visión del mundo,... y al revés, para quien sepa quién era Claudio Rodríguez, pero no Antoñete, hay que contarle lo que supuso él y su vuelta (a los ruedos)".

Andrés Amorós cuenta que conoció a Rodríguez ya que fueron compañeros en la Facultad de Filosofía y Letras, "era un tipo encantador", dice del zamorano, de quien añade que "no tenía nada que ver con el mundo taurino aparentemente". Si bien, sobre esta "etapa final", la "hipótesis" de Amorós es que a Rodríguez debía de influirle su amistad con el poeta valenciano Paco Brines, "aficionadísimo a los toros, yo he ido mucho con él". Precisamente, Brines calificaba al zamorano como "poeta y muy aficionado a la Fiesta".

En esa época, explica Amorós, empezó una revista, "Quites", que "quería ver la tauromaquia desde un nivel cultural alto"; en ella, cuenta que escribieron Carlos Barjal, Paco Brines, uno de los Panero,... "un grupito intelectual que defendía la Fiesta desde el punto de vista muy culto", y sería para la que Rodríguez escribió el poema dedicado a Antoñete.

A este poema a Chenel se dio lectura, "en su memoria y honor", en la plaza de toros de Toro, ante la puerta de entrada al palco número uno, "que acertadamente desde la restauración de la plaza toresana lleva el nombre del maestro Antoñete", en una visita hecha por miembros del Foro Taurino de Zamora, casualmente, el día posterior al fallecimiento del diestro.

A pesar de ser la única obra expresamente taurina de Rodríguez, hay un artículo del zamorano, titulado "Invitación a un arte efímero", que se publicó en el número 587 de los Cuadernos Hispanoamericanos, en mayo de 1999, en cuyo dosier "Toros y letras", Rodríguez relata abiertamente, en una entrevista concedida al periodista Guzmán Urrero, su relación con la tauromaquia, una afición que achaca a que Zamora, "la tierra donde nací, es muy taurina, por lo cual supongo que desde muy niño tuve una intensa relación con el mundo de los toros", arranca el texto.

Como "detalle curioso", Rodríguez recuerda que, a los once o doce años, conservaba una banderilla en su cuarto. "Y al cumplir los trece, ya había ido a corridas de toros. Fue, por lo tanto, una afición muy temprana, animada por mis padres, con quienes acudía a la plaza", expresa. "Lo precoz de esa inclinación mía por lo taurino se revela en el hecho de que no recuerdo un primer momento, una primera anécdota de aficionado. Es innegable que un ambiente como el taurino hay que mamarlo desde muy joven", continúa relatando el poeta.

Claudio Rodríguez recordaba las biografías de toreros que tenía su padre, de quien dice que era lector de las críticas publicadas en el diario ABC. De sí mismo, recuerda que, "por curiosidad", le gustaba mirar las fotografías antiguas, de comienzos de siglo, publicadas en las páginas taurinas de ese periódico. "No sé por qué, pero recuerdo en particular las de Ricardo Torres ‘Bombita’, el más renombrado, y coetáneos como Rafael González Madrid "Machaquito" y Rafael Gómez ‘el Gallo’", relata.

Claudio Rodríguez rememora también en el texto que, junto con amigos suyos, recorrió la provincia de Salamanca durante un verano entero, en visitas a las ganaderías para comprar vacas destinadas a las capeas de los pueblos. "Corrían los años cuarenta y en aquellos pueblos inhóspitos adonde íbamos sucedían muchísimos incidentes. Las capeas eran organizadas en plazas de carros y eran frecuentes los rechazos y las broncas. Resultaba muy arriesgado estar por allí comprando ganado. Yo no participaba directamente en las capeas, pero no era una cuestión de miedo, porque yo no tengo mucho miedo físico. La realidad es que para hacer ese tipo de cosas hay que entrenarse y yo nunca lo he hecho", relataba el Académico.

Claudio Rodríguez exponía que, tras esas primeras aproximaciones de juventud, su afición a los toros fue "evolucionando" y que llegó a ser amigo de toreros, novilleros y ganaderos. "Conocí, entre otros, a Santiago Martín ‘el Viti’, a Paco Camino y a Antonio Bienvenida, quien era vecino mío".

Y contaba también cómo se había interesado por leer libros "acerca del arte de torear". Rodríguez reconocía que no pretendía ser un "erudito, recopilando una gran documentación", aunque sí afirmaba tener "bastantes" biografías, ensayos sobre historia del toreo y diccionarios de terminología taurina".

Precisamente, del vocabulario de los toros, Claudio Rodríguez reconocía que era un tema que le interesaba "de forma especial". "El léxico taurino resulta inmenso, muy variado, complejo y rico. Además es muy fijo, porque las acepciones no pueden modificarse. De hecho, hay muchos términos que son invenciones de los propios toreros", relataba el poeta, que también entendía que, en el Diccionario de la Real Academia Española, de la que el zamorano era miembro, "faltan muchas entradas de léxico taurino" y que, "de vez en cuando, yo propongo cierta terminología de este tipo para su posible aceptación". No han trascendido, que se sepa, cuáles eran esos términos del argot taurino propuestos por Rodríguez para su inclusión en el Diccionario.

Claudio Rodríguez también se satisfacía de compartir tertulia taurina con otros colegas escritores, como Brines, con quien "hablo mucho de toros y casi nunca nos ponemos de acuerdo, pero por detalles que no tienen importancia ninguna". "Otro gran aficionado es Sánchez Dragó. Y cito también a Javier Villán", mencionaba Rodríguez a algunos de los "numerosos aficionados" escritores en su entorno.

Sobre su propia obra, exponía que, "a pesar de mi profunda taurofilia, nunca he hecho poesía sobre tema taurino" porque "no me salía el ambiente más o menos pintoresco. En toda mi trayectoria poética, sólo he escrito un poema relacionado con la tauromaquia, en concreto sobre el toreo de Antonio Chenel ‘Antoñete’", en el que "trato de analizar su técnica, lejos de todo pintoresquismo".

"Esa única salida de mi poesía al ruedo taurino es debida a mi admiración por Antoñete". "El toreo de este matador, personal y profundo, se verifica ya desde sus inicios, si bien a mi juicio torea mejor en la madurez. No hay definición posible para su estilo, porque cada toro tiene su lidia. En todo caso, podemos hablar de la profundidad de los pases, de su geometría y, naturalmente, de la armonía". Cuando Rodríguez habla de la "madurez" de Antoñete, el diestro madrileño había reaparecido ya dos veces.

"Torear es algo plástico; es casi música, color", sentencia Rodríguez, quien afirma que "podemos atribuir al toreo un misterio inexplicable, semejante a aquello que Lorca llamaba duende". Y compara: "como la poesía, la lidia es inefable y supera toda lógica". "Ese duende queda en evidencia alguna vez, no siempre. De lo contrario, el toreo se convertiría en un oficio más. Sólo en ciertas ocasiones es cuando sopla ese misterio y, como la inspiración poética, te invade, le inunda y te conduce a otro mundo". "Se trata, pues, de una actividad que ante todo es un arte. Por esa razón, para apreciar sus cualidades hace falta una sensibilidad particular", opinaba el poeta.

Expresaba también que "los propios toreros lo dicen: es imposible definir el toreo", que "es una empresa semejante a definir la poesía. Hay miles de definiciones, y todas son válidas, precisas e interesantes. Desde el momento en que fuese posible especificar el toreo como si fuera una fórmula aritmética, éste perdería la sorpresa y el duende. En el fondo, es una técnica que tiene mucho de todas las demás artes, y también algo de geometría. Además, la lidia atraviesa todas las emociones humanas: la exaltación, la alegría, el asombro, el rechazo, la repugnancia". "Es el arte más efímero; se ve o no se ve. Sin embargo, el aficionado no olvida jamás un detalle observado durante la corrida, que "permanece grabado en la memoria", aseguraba el escritor.

En su texto taurómaco, Rodríguez daba hueco a otro paisano: "Decía Andrés Vázquez, un torero de mi tierra zamorana, que si antes de comenzar la corrida alguien pusiera campanillas en los tobillos de los toreros, toda la plaza escucharía su sonido", decía en relación con el miedo.

Crítico con la tauromaquia de hace un cuarto de siglo, Rodríguez escribía que era un "hecho cierto" la "decadencia de la embestida y de la casta". "Esa pérdida de la bravura repercute en la calidad del toreo. Hay ocasiones en las cuales resulta imposible lidiar, porque sin toro no hay torero", opinaba el poeta, que aseguraba: "en este sentido, me considero torista, no torerista".

A pesar de esta percepción, se declaraba "optimista" con el futuro de la lidia. "Después de tantos siglos de existencia, las corridas no se van a acabar como por ensalmo en tan poco tiempo. La historia pesa mucho más de lo que parece. No olvidemos que los toros son, además de arte, un negocio con miles de millones en juego. Y un negocio tan formidable no puede desaparecer de la noche a la mañana", abrochaba el poeta, como lo hacía Chenel sus medias a la cadera, su "Invitación a un arte efímero".

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