La voz del padre
Claudio Rodríguez Diego, abogado y jefe de Administración de la Delegación de Hacienda en Zamora, disponía de una valiosa biblioteca

Claudio Rodríguez Diego, con Cayín (1946).
Claudio Rodríguez Diego, abogado y jefe de Administración de la Delegación de Hacienda en Zamora, disponía de una valiosa biblioteca. Allí tenían sitio, en buena convivencia, autores franceses (Rimbaud, Verlaine, Baudelaire o Valéry) y españoles (Juan Ramón y Antonio Machado). Alguna vez lo contó su hijo, el poeta Claudio Rodríguez, el que fue de "Don de la ebriedad" a "Aventura". Lo hizo como de pasada. Vivía en la avenida de Requejo, en el número 11, con su linaje. Era buen lector y, por lo visto, memorioso. Además, tenía una decidida afición, o quizá vocación, a la escritura. El trabajo y la atención familiar, con sus cargas, no le retraían de su natural inclinación creativa. Tampoco enturbiaban su carácter jovial, aunque no existiese una comunicación viva con su esposa (tal vez por el aspecto cultural). ¿Y qué cualidad moral transmitió al hijo? Por lo visto, "la afabilidad de su trato", algo que se reconocía -entre las generalidades de "virtudes" y "dotes"- en una necrología periodística.
Vocación temprana
Temprana fue la vocación literaria de Rodríguez Diego (otra herencia del poeta). Véase: el día 10 de marzo de 1926 –tenía 19 años– firma su primer trabajo, el poema titulado "Y la infanta llora…", en el periódico Heraldo de Zamora, que acababa de celebrar su XXX aniversario. Son 28 versos, y aparecen en primera página. En portada. Aquel periodismo artesanal, pero vivo, atento a la voz de la calle, no desdeñaba lo lírico. La actividad de Claudio Rodríguez Diego durante ese año fue amplia: publicó 9 poemas.
Concluyó 1926, ya las vísperas navideñas, con una (compartida) "lectura de poesías" en la Fundación González Allende, de Toro, dirigida por Carolina Abad. Ramón Ruiz del Árbol efectuó la presentación. Juan del Espolón, que firma la información, habla de Claudio Rodríguez Diego y de Ricardo Santa María como "estimados colaboradores" de Heraldo de Zamora. En cuanto al primero, asevera: "su lectura, clara y expresiva, el ritmo acertado de sus palabras, la sensibilidad más pura y exquisita, la inspiración fecunda y delicada, fueron dotes indudables del señor Rodríguez Diego, que hicieron muy amena e interesante la lectura de sus estrofas –muy bonita "Mary Luz sueña–". Al término, mostró su gratitud al público toresano, algo que el informador llama "frases de cordial simpatía". De ahí que se animara con unas palabras para "las distinguidas señoritas que tan calurosos y merecidos aplausos les tributaron". El Correo de Zamora despachó la información, también en primera plana, en once líneas. Como los escuetos datos del Corresponsal no fueron obtenidos de forma directa ("por noticias de particulares me entero", así inicia el texto), dará fe del recital y poco más: "el público llenaba el salón" y el presentador, Ruiz del Árbol, era un "joven abogado de la ciudad".
No acabó ahí su creatividad literaria. En el año siguiente, 1927, la agrandó: 16 poemas. Aquellos y estos suman una veintena de trabajos. El último, titulado "Tus ojos miopes", apareció el 12 de noviembre. En su mayoría, están fechados en Zamora, aunque 6 figuran sin ningún dato identificativo. Dos, "Mientras Chopin suspira…" y "Los besos de Lyndaraxa", se registran en los meses de mayo y julio en Jaén. Casi dos años de colaboraciones líricas: de marzo de 1926 a diciembre de 1927.
Desiguales
Se trata de trabajos desiguales (de juventud) en cuanto a su calidad, si bien se percibe una evolución positiva. De extensión variada (entre 14 y 60 versos), muchos se acogen a la norma clásica (endecasílabos, fundamentalmente; con preferencia, el soneto). Es buen conocedor, bien atento a la métrica, de preceptivas y demás. Por eso gusta de la rima. Se perciben amplias lecturas, en búsqueda de revelaciones o afirmaciones. De manera explícita se menciona a Shopenhauer, Byron, Poe, Verlaine, Rubén, Azorín…, lo que habla de diversidad en sus gustos literarios. Aparecen, como curiosidad, tres dedicatorias. Compartía sección con Francisco Pino, Nicomedes Sanz y Ruiz de la Peña, José María Luelmo, Ricardo Santamaría…. ¿Llegó Claudio, el de "Don de la ebriedad" y "Alianza y condena", a leer esos poemas? Se desconoce, posiblemente no, aunque fuese conocedor de la vocación literaria de su progenitor –su muerte ocasionó una doble orfandad al adolescente: sentimental e intelectual– en sus años mozos.
La vocación fue temprana, pero no duradera. Seguramente hubo unas causas. José Enríquez de la Rúa (1900-1950) no le incluyó en "Líricos zamoranos de hoy. Primera antología poética", aparecida, tal se hace constar, en 1946-47. El toresano, maestro y periodista de El Correo, recogió 20 nombres, entre los que se encontraban dos mujeres (Sofía Miguel Calvo y María del Pilar Mediavilla). La ausencia de Rodríguez pudo estar originada, además de los gustos y subjetividades de cualquier selección, por su pronto abandono de la escritura. El trabajo como empleado público y las ocupaciones familiares (cabe incluir la ayuda a su madre en la gestión de su lechería) llenaban sus horas.
Del verso a la prosa. En el mismo periódico zamorano, que se definía en su cabecera como "Defensor de los intereses morales y materiales de la provincia", apareció un artículo en el número extraordinario de Semana Santa de 1928., titulado "Los hermanos de paso", firmado con las iniciales del autor: C. R. D. ¿Se trataba de Claudio Rodríguez Diego…o de Carlos Rodríguez Díaz, periodista? Un canto, vigente en muchos aspectos, que visto lo visto, leído lo leído, pudiera firmarlo cualquiera de los dos.
Miradas
Un paseo ficticio, imaginémoslo, real en su irrealidad, por aquella ciudad administrativa y recogida en su pasado, de 19.000 habitantes, que miraba al campo, con mucho clero y escaso emprendimiento, en los días de la Dictadura de Primo de Rivera, puede llevar por un itinerario de antiguas rúas y callejas, en las que se establecían comercios, tiendas, bazares, cafés, pastelerías, ópticas, almacenes o relojerías. Si Rodríguez Diego parte de la Plaza Mayor, donde se encuentra ‘Casa Redondo’ (pañería y tejidos), pasa ante ‘Casa Jodra’, joyería y relojería, en la Renova. Más allá, Sagasta, donde abren sus puertas ‘La Rosa de Oro’ (organiza "los miércoles económicos" para atraer y beneficiar a su clientela), los ‘Almacenes Díez` (pañerías) y el ‘Café París’ (después Lisboa, afamado entre los afamados). Puesto el pie en Santa Clara, cruza ante el bazar de Salvador García Vilaplana (vende de todo, incluidas las ‘mantas zamoranas’), las pastelerías ‘La Suiza’ y ‘El buen gusto’, la relojería-óptica de la viuda de Ciriaco del Río y la sucursal del Banco de España.
Prosigue su caminata, y gira a la izquierda, siguiendo la línea de la muralla que une las puertas que dan acceso al Ensanche, para alcanzar la calle de San Torcuato. Cruza ante la zapatería ‘El Porvenir’, la ferretería ‘Funcia’, la fábrica de "bebidas gaseosas" rotulada ‘La Moderna’…y ya divisa, de nuevo, la Plaza Mayor, ágora y mercado. Allí, en los soportales, se asienta la ‘Gran Sastrería de Claudio Rodríguez’, renombrado modisto. Su homónimo. Podrían elegirse otras rutas, complementarias, como la calle del Riego (ferretería ‘La llave’), Puerta de la Feria (‘El Candado’) o San Andrés (hotel Comercio). Abundan los superlativos y los nombres de cercanía en los rótulos y letreros comerciales. Así, ‘Gran bazar’, ‘Gran café’, ‘Gran sastrería’. Sin alharacas, la "clínica operatoria del Niño Jesús", en San Pablo, regida por un médico humanista: “los jueves, consulta gratuita para los pobres, de 4 a 5” de la tarde. En ese ambiente, tal vez de aceptada decadencia y postergación (el analfabetismo era alto, pues el 41,46 % de la población zamorana no sabía leer ni escribir, según el Boletín de Estadística, número 5, del primer trimestre de 1924; "falta conocer a qué cifra se elevaría si recogiesen los datos de los que leen sin saber lo que leen y escriben sin saber lo que escriben", apostilla el gacetillero de Heraldo de Zamora), vivía intensamente Claudio Rodríguez Diego, un espíritu abierto.
Primera y última noticia
La primera noticia escrita sobre Rodríguez Diego (activo, aficionado a la tauromaquia, socio del Casino de la ciudad, semanasantero del Santo Entierro) se fecha en noviembre de 1924: realiza, en Madrid, el tercer ejercicio en las oposiciones al Cuerpo de Contabilidad de Hacienda, y aprueba "con brillante puntuación". La última tiene otro carácter. Aparece en el Boletín Oficial del Estado del 17 de febrero de 1947, apenas un mes antes de su repentina muerte, a la edad de 45 años, a causa de un derrame cerebral. El Ministerio de Hacienda publica el "Escalafón del Cuerpo Pericial de Contabilidad del Estado, totalizado en 31 de diciembre de 1946". Ahí consta que era Jefe de Intervención (o Administración) de tercera clase en la Delegación de Hacienda de Zamora. (En el viejo caserón de la calle de santa Clara coincide durante un tiempo con Carmen Pescador del Hoyo, responsable del archivo y de la Biblioteca Pública –después sería directora del AHP–, con quien establece una buena amistad). Esa labor, funcionarial, era compaginada, como se ha indicado, con la tarea gestora en la lechería de su madre, situada en una finca de Arenales. Poco después, con el cadáver aún caliente, se conoce su nombramiento oficial de inspector de Hacienda en Madrid… Avatares del destino.
Suscríbete para seguir leyendo
- Así será la nueva 'ciudad militar' de Monte la Reina en Toro
- Esta es la única cafetería de Zamora candidata a ser una de las mejores de España
- Un joven en patinete se lleva por delante a un hombre, le rompe el codo y se da a la fuga en Zamora
- El tiempo en Zamora durante la Semana Santa de 2025
- Cobadu, mayor empresa de Zamora, por delante de Azucarera
- Desactivada la alerta por la desaparición de una joven en Zamora
- Sanitarios del hospital de Zamora podrían incumplir la normativa del tabaco
- Retazos de una historia zamorana