Miradas de Zamora: piedras voladoras de 700 kilos

La fuerza del agua del río Duero permitía mover las imponentes piedras de las aceñas

Miradas de Zamora: piedras voladoras de 700 kilos

Fernando Esbec

El paso del tiempo es implacable. Pasa factura a todo ser vivo o estructura inanimada. Solo unos siglos pueden transformar una obra arquitectónica vital para la supervivencia de toda una ciudad en un vestigio de piedra. Pero la línea que separa el olvido de la memoria depende de la voluntad del ser humano por preservar y entender su pasado.

Las aceñas de Olivares podrían haber quedado reducidas a cascotes desmemoriados, meros restos de una época anterior, si no hubiera existido la decisión de conservarlas, reinterpretarlas y transformarlas en un museo al aire libre que mantiene viva su historia. Aunque en el siglo XXI no sea necesario usar los antiguos molinos para triturar el grano, conocer el funcionamiento de las aceñas enriquece la experiencia de quienes descubren Zamora, ya sean foráneos o sus propios habitantes.

El agua corre por encima de una de las zudas del río Duero a su paso por Zamora

El agua corre por encima de una de las zudas del río Duero a su paso por Zamora / Fernando Esbec

Sobre el funcionamiento de las aceñas de Olivares y su historia habla Francisco Somoza en el undécimo episodio de 'Miradas de Zamora' —una serie original de LA OPINIÓN-EL CORREO DE ZAMORA—. El arquitecto zamorano fue uno de los responsables del proyecto de recuperación de las aceñas de Olivares, y en esta entrega explica, entre otros aspectos, la perspectiva desde la que se emprendió su restauración.

El conjunto de las aceñas va más allá de sus sólidos muros y tajamares; su funcionamiento se extiende río arriba. Las zudas construidas en el curso del Duero a su paso por Zamora formaban parte de un sofisticado mecanismo hidráulico que maximizaba la fuerza del agua. Como explica Somoza, estas estructuras retenían el caudal, creando embalses que, al abrir sus compuertas, aceleraban el flujo del río. Esta corriente potenciada permitía mover las imponentes piedras de los molinos: la volandera, un disco de más de 700 kilos de peso, volaba impulsada por la fuerza del agua.

Somoza enfatiza que estos detalles, aunque podrían parecer "muy obvios", a menudo pasan desapercibidos para los visitantes y hasta para los propios zamoranos. Conocer, comprender y construir una mirada atenta otorga "una capacidad de saboreo y disfrute mucho mayor. Y esta ciudad y sus edificios se lo merecen", asegura.

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