Una hija bastarda, expolios, asesinatos y un fantasma: la azarosa vida del comunero obispo Acuña
Antonio Osorio de Acuña, obispo de Zamora, se distinguió más por sus maniobras para acaparar poder y dinero que por su carácter espiritual
Castilla y León celebra el día de la comunidad el 23 de abril, fecha de la derrota y ajusticiamiento de los “comuneros”, levantados contra el emperador Carlos, nieto de los Reyes Católicos. Una de las figuras de aquella “guerra de las comunidades” es el controvertido Antonio Osorio de Acuña, obispo de Zamora, quien se distinguió más por sus maniobras para acaparar poder y dinero que por su carácter espiritual.
De Acuña (Valladolid 1459-Simancas 1526), puede decirse aquello de que “de tal palo, tal astilla”, porque su padre también fue obispo, de Segovia y Burgos. Era el segundo hijo natural de Luis Osorio y su madre era Aldonza de Guzmán, hermana de la condesa de Trastámara. Andando el tiempo, la astilla dejó las andanzas de su padre casi en anécdota.
Una hija bastarda
Los historiadores le atribuyen una hija natural, Isabel Osorio de Acuña. El emperador Carlos no quiso colocar a su yerno, el licenciado Meneses, ni tampoco le concedió ser embajador en Roma. Dos razones que para nada contribuyeron a que el belicoso obispo tuviera un cariño especial al hijo de Felipe el Hermoso y Juana de Castilla.
Se formó desde muy joven en la Orden militar y religiosa de Calatrava, donde aprendió a manejar su espada. Sus múltiples y variados enemigos, todos aquellos que entorpecían sus intereses, darían fe de su pericia con las armas.
En 1492 Colón descubría América, mientras Acuña intentaba acumular poderes en Roma. Sus continuos pleitos le valieron la excomunión, aunque recuperaría los favores del papa más tarde. Viendo cómo se las gastaba, los Reyes Católicos le nombraron capellán real.
Papá Luis Osorio, que ya lo había destinado, como a todos los segundones, a la carrera religiosa, únicamente le dejó como legado una enciclopedia: el Speculum de Vicente de Beauvois.
Llegada a Zamora
Después de enfrentamientos y asedios, Acuña se hace con la diócesis de Zamora. Antes de sentarse en el sillón episcopal fue paseado durante seis meses en litera hasta su nuevo destino.
Además de asediar Fermoselle y secuestrar al enviado real, el juez Ronquillo, Acuña, con un ejército a su disposición, dilapidó el dinero de las rentas de la diócesis de Zamora durante los años que ejerció como obispo. La excomunión y la espada eran, con frecuencia, los contundentes argumentos sobre los que asentaba su peligroso báculo.
Ya en plena guerra comunera, marchó sobre Toledo, donde fue investido arzobispo, a la fuerza y jaleado por sus incondicionales.
Derrota de Villalar y huida disfrazado
Cuando conoció la derrota de Villalar y que la aventura revolucionaria les había costado la cabeza a sus compañeros de armas Padilla, Bravo y Maldonado, intentó escapar disfrazándose. Un leal soldado del rey, para colmo honrado, lo descubrió y se negó a aceptar un soborno de 50.000 ducados, con lo que Acuña dio con la mitra en la cárcel de Simancas.
Asesinato en la cárcel y ajusticiamiento
La celda no hizo mella en tan belicoso carácter: aprovechó un descuido del alcaide para arrojarle un brasero a la cara, apedrearle la cabeza y rematarle de unas cuchilladas.
En el nuevo proceso, “irregular y sin garantías”, subrayan las crónicas, Acuña fue torturado, aunque nunca confesó haber matado al alcaide ni otras acusaciones. El obispo fue ajusticiado por el alcalde Ronquillo. Tiempo después, el papa Julio II, que en su día fuera su valedor, perdonó a la Corona española por la muerte del obispo y solo quedó en suspenso el verdugo, el alcalde Ronquillo, al que Acuña dijo antes de ser ahorcado: “Yo te perdono y procura que, en comenzando, aprietes muy recio”. Era el Viernes Santo de 1526.
El fantasma del alcalde, otro “bendito”, según las crónicas, aseguran que aún se deja ver en Simancas. La obra de Zorrilla “El alcalde Ronquillo o el diablo en Valladolid” está basada en sus andanzas.
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