Zamora, en medio del viaje a Ítaca

El uruguayo Juan de Andrés, que vivió y trabajó en la ciudad entre finales de los 70 y principios de los 80, recibe en su país el premio nacional a la trayectoria artística

Parte del conjunto mural creado por De Andrés en el Sancho II. |

Parte del conjunto mural creado por De Andrés en el Sancho II. | / Emilio Fraile

“Cuando emprendas tu viaje a Ítaca pide que el camino sea largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias”. Para Juan de Andrés (Arévalo, Uruguay; 1941), el poema de Konstantino Kavafis que comienza con estas palabras ejerce como una especie de guía vital. El propio creador lo recitó emocionado esta misma semana al recoger uno de esos galardones que se encuentran cuando uno va avistando la isla: el que reconoce toda una trayectoria después de más de ocho décadas de marcha. Se trata del Premio Figari, considerado como la mayor distinción a la trayectoria en artes visuales de Uruguay.

Puerta realizada por el artista uruguayo en la iglesia de San Lorenzo de Los Bloques. | Emilio Fraile

Puerta realizada por el artista uruguayo en la iglesia de San Lorenzo de Los Bloques. | Emilio Fraile / Manuel Herrera

De Andrés confía en que su viaje continúe muchos años, pero premios como este invitan a mirar un poco atrás, a observar el trecho recorrido desde la nostalgia y el orgullo. En ese vistazo, el artista uruguayo pudo observar sus inicios en el Taller Torres García de Montevideo, las lecciones de dibujo que ofreció aún en su juventud o aquellos primeros murales con relieves que marcaron sus comienzos; también el exilio forzado por la dictadura y la vida en España, particularmente en Barcelona, donde residió durante treinta años.

En medio, Zamora

Y en medio de esa retrospectiva, en un lado del camino, aparece Zamora, la ciudad a la que el artista dirigió sus pasos cuando Aparicio Méndez gobernaba su país sin que se atisbara la posibilidad de que la democracia volviera a abrirse paso. Juan de Andrés llegó a la ciudad en 1977 y apenas pasó tres años en el pequeño refugio que encontró al pie del río Duero, pero ese paso por esta tierra sirvió para que dejara su impronta en algunos espacios del municipio y para que los vientos zamoranos le prestaran también un apoyo en su trayectoria.

La llegada de De Andrés a Zamora no fue por azar, sino por la intermediación de un cura de la tierra que había conocido en Uruguay y que le acogió después de su aterrizaje en España. Su nombre era Fernando Robles y fue él quien le abrió las puertas del país en el que acabaría desarrollando la mayor parte de su vida adulta. Algunos estudiosos de su obra, como Rosa Queralt, recuerdan cómo fueron aquellos inicios: “La etapa zamorana, que duró hasta 1980, propició diversas oportunidades de viajar por España y tomarle el pulso humano, sociológico y artístico al país en un momento estimulante como fue la transición a la democracia”, recuerda la autora.

Ahora bien, bajo su punto de vista, “posiblemente el factor más influyente en ese nuevo ámbito que le alejaba de su medio vital fue potenciar una introspección radical”. “La escucha interior y la atención meditativa necesitan un tiempo lento, horas y soledad que Zamora le procuraba. Es complicado que un artista consiga un lenguaje propio para expresarse si antes no sabe cuál es su territorio”, añade Queralt en un artículo publicado en la web del Museo Nacional de Artes Visuales de Uruguay.

En Zamora, De Andrés participó en diferentes exposiciones organizadas en la ciudad, como la muestra de arte español contemporáneo, que tuvo lugar en 1978 en el Colegio Universitario. También se implicó en la quinta edición de la bienal de pintura celebrada en la capital, que se desarrolló entre finales de 1979 y principios de 1980. Además, ya de manera individual, mostró parte de su obra en la sala de exposiciones de la Caja de Ahorros Provincial.

Lo que queda en Zamora

Su actividad artística propia no le impidió desarrollar además algunos trabajos por encargo que son los que se pueden observar en algunas calles y edificios de la ciudad. Entre ellos están las puertas de hierro forjado de la iglesia de Nuestra Señora del Pilar, en Villagodio, o la labor similar que realizó en el año 1979 también para las puertas del templo de San Lorenzo, en Los Bloques. Aquí, su firma aparece junto al año de ejecución en la esquina inferior derecha.

También se puede observar la misma rúbrica en el conjunto mural en hormigón y pizarra que De Andrés realizó para la cafetería Rey Don Sancho II, situada en plena plaza de la Marina. La obra resulta muy llamativa y bastante reconocible para la gente de la capital, que transita a menudo por la zona probablemente sin percatarse de quién es el autor del mosaico en cuestión.

Aquel trabajo fue uno de los últimos que desarrolló De Andrés antes de hacer de nuevo la maleta. Según refleja Rosa Queralt en el ya citado artículo, mientras vivía en Zamora, el artista uruguayo ya realizó varias visitas a Barcelona, donde residían algunos creadores sudamericanos con los que tuvo contactos antes de trasladar definitivamente su residencia y entablar relación con personalidades catalanas de la época. Ese fue el paso previo a su despegue profesional en la segunda ciudad del país.

Regreso al pasado

En Barcelona, la docencia, las exposiciones, las obras en la vía pública, las ferias y las galerías le catapultaron como uno de los artistas uruguayos más reconocidos. Zamora pasó a formar parte del tiempo pasado, aunque De Andrés regresó en un par de ocasiones: primero, en 1987 para participar en una muestra organizada por la Cruz Roja y, más tarde, en 2001, como uno de los artistas que protagonizó la exposición “Expresiones exactas”, en La Encarnación.

En 2011, Juan de Andrés decidió que era tiempo de volver a respirar el aire de su infancia y de su juventud y retornó a Uruguay, a una tierra en la que ya lleva de nuevo más de una década y que esta semana le ha reconocido con el premio más prestigioso que puede recibir un artista en el país. El creador afirmó en su discurso que desea continuar con su producción artística, que quiere seguir vigente y caminar sin apresurar el viaje. En algún momento, habrá que pisar Ítaca, pero De Andrés sabe que conviene que sea tarde y que uno llegue ya enriquecido al destino que a todos aguarda.

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