“La belleza del ser humano” es el título del libro que el doctor en Teología Emilio José Justo Domínguez presentó en el foro del periódico. Una obra para la reflexión sobre la persona.
–¿Cómo surge este libro?
–Los destinatarios, en principio, eran mis alumnos de Antropología Teológica de la Pontificia, pero luego se extendió para todos los que se cuestionan sobre el ser humano de una forma reflexiva y razonada, con una perspectiva cristiana, qué visión tiene esta religión sobre el hombre, explicando qué dimensiones existen y cómo podríamos definir al ser humano o, por lo menos, pensar sobre él.
–¿Dónde radica la belleza a la que da origen el título?
–Un aspecto fundamental es la idea de persona, que incluye la singularidad de cualquier ser humano. De hecho, el título podría haber sido “La belleza de cada ser humano”, porque cada uno, en su singularidad, en su libertad y en su capacidad creativa tiene un potencial de belleza. Ala vez, la persona es en relación con otros y por eso hay una belleza en el estar con el prójimo, el hacer algo por otros y vivir por ellos. Creo que la belleza está en que uno es él mismo, libre y creativo, capaz de amar a otros. El título también responde a que la belleza es como una motivación a la esperanza, porque parece que la situación social, cultural y espiritual de nuestro tiempo cuestiona todo lo humano e incluso lo minusvalora. Pero aquí el mensaje que quiero transmitir es que, a pesar de las dificultades y las tragedias que se viven el ser humano es bello.
–¿No es posible llegar a la esencia humana sin ponerse en relación con el otro?
–Esta es una idea fuerte de lo que pienso y he intentando explicar y razonar en el libro: que uno no se puede entender sin otros, ni siquiera lo que nos parece más individual, como la libertad, la creatividad o la intimidad. Necesitamos convivir, dialogar y escuchar, hacer algo por otros. El ser humano es comunitario y social.
–¿También se dan los extremos?
–El individualismo tiene su parte positiva, porque valora a cada uno, pero cuando se cierra a los otros se deteriora y se devalúa. Por el contrario, el ser social o ser en comunidad, cuando olvida la singularidad de cada persona, también se devalúa.
–¿Por qué a lo largo de la historia de la humanidad siempre ha existido ese afán por buscar la esencia del ser humano?
–Quizá porque nunca llegamos a definir qué es el ser humano y porque, en el fondo, necesitamos saber lo que es para vivir. El ser humano, en el fondo, no se puede definir, porque desde el personalismo hay distintas líneas. Nuestros filósofos dicen que el ser humano es un quién, no un qué. Creo que justamente por esta incapacidad para definirnos del todo siempre estamos pensando quiénes somos y, por tanto, qué es el ser humano. Nunca se va a responder del todo, así que tendremos que seguir pensando sobre ello.
–Parece imposible llegar a una conclusión definitiva, pero ¿qué beneficios tiene esta reflexión?
–Creo que la necesitamos para vivir. Cuando uno se pregunta qué tengo que hacer, cómo tengo que comportarme, cómo puedo ser feliz, qué va a ser de mí, en definitiva, qué hago mi vida, está detrás cómo entiendo al ser humano. Si entiendo que es solo individualidad y experiencias positivas, cuidaré unos aspectos. Si entiendo que, además, es desde otros y para otros, cuidaré la convivencia, la generosidad, el respeto y el diálogo. Pensar sobre el ser humano nos ayuda a hacer nuestra vida y también a hacer la vida de la sociedad, porque las grandes cuestiones sociales implican una comprensión del ser humano. La reflexión misma nos ayuda, porque estamos en un tiempo poco reflexivo y el tomarnos este tiempo es algo positivo.
–¿Existe algún momento en la vida donde esta reflexión sea más necesaria?
–Creo que depende de la persona, pero las experiencias límite favorecen esta reflexión, porque se basa, en gran parte, ya desde Aristóteles, en la asimilación. Uno se sorprende con lo que le pasa, lo relacionado con experiencias positivas o negativas fuertes hacen pensar y creo que, en esos momentos límite, surge más la reflexión, aunque también en la normalidad de la existencia, cuando uno está con una cierta serenidad, es cuando se asienta la reflexión y se asumen valores y principios por los que se quiere regir.