El aborto, testimonio de una zamorana: “El vacío por ese bebé te persigue”

Una zamorana que interrumpió su embarazo por circunstancias personales critica “las reformas que siguen criminalizando a la mujer sin tener en cuenta el trauma de esa pérdida”

Una zamorana que decidió abortar a los 37 años años, durante la entrevista.

Una zamorana que decidió abortar a los 37 años años, durante la entrevista. / Jose Luis Fernández

Llega a la cita “nerviosa, con un nudo en el estómago y el miedo a ser juzgada”. Las mismas sensaciones que siente cuando trata de contar, “casi con la necesidad de gritarlo, “yo también aborté”. Lo hice porque no podía darle una buena vida a mi bebé”. Ángela (nombre ficticio) ha pasado 17 años largos “celebrando para dentro, pero en silencio, el cumpleaños” de la hija o el hijo que nunca llegó a tener en brazos. “Habría nacido en febrero de 2005, a lo mejor a primeros de marzo... Cuando veo a chicos y chicas de su edad, siempre pienso en él o ella, cómo habría sido, a quién se parecería...”.

Cada 26 de junio llega otro aniversario, igual de doloroso, “ese día de 2004 viajé a Salamanca sola” para entrar en la clínica privada donde se truncó su deseo de ser madre. Salió también sola, “vacía y derrotada, como si el mundo se hubiera parado y yo me hubiera quedado desamparada”. Pero “hay que asumir las propias decisiones” y “solo una mujer que ha transitado ese camino tortuoso, que ha experimentado ese sufrimiento, puede saber lo que se siente...”.

"¡Ya está bien de que se hable de nosotras como personas sin ningún apego al bebé que llevas dentro!"

Ángela detalla “el continuo bullir en la cabeza, las noches en vela, el tener que fingir que no pasa nada grave cuando te estás muriendo por dentro pero tienes que levantarte e ir a trabajar y cumplir. ¡Ya está bien de que se hable de nosotras como personas sin ningún apego al bebé que llevas dentro! ¿Qué saben esas personas?, ¿por qué esos políticos y políticas están empeñados en eliminar el aborto? Es la peor decisión que he tomado en mi vida”.

"Sanidad no debería permitir la objeción médica"

Es muy crítica con “esas leyes, con esas medidas que ahora quieren imponer los de Vox en Castilla y León, normas que solo perjudican a quienes no pueden asumir el coste de la clínica privada”, subraya. Ella misma tuvo que pedir los 350 euros para pagar la interrupción de su embarazo en la vecina Salamanca, “en Zamora no había ningún centro y, aunque fuera así, no podía arriesgarme a que alguien lo contara. En Zamora, la objeción de los médicos ante el aborto no ya voluntario, sino el que se prescribe por riesgo para la salud de la madre o del feto, es una barrera insalvable”.

"El reproche social contribuye a invisibilizar a la mujer que aborta libremente, porque lo decide, te sientes señalada y juzgada como si hubieras cometido un crimen"

Otra cuestión que no comprende, “la sanidad es pública, la pagamos todos, si un médico no quiere practicar abortos está yendo contra un derecho de la mujer, contra la Ley. Que se vaya a la sanidad privada”.

El temor a que le presionaran para hacer lo contrario, “que no entendieran mis razones y que me señalaran, tener que da explicaciones..., nadie debería preguntar por qué lo hiciste”, desquiciaron a Ángela durante tres semanas, las que tuvo para poder tomar la decisión antes de cumplir 12 de embarazo. “No se las deseo ni a mi peor enemigo. He tardado años en poder contarlo a tres amigas muy íntimas, aunque creo que debemos perder el miedo”.

¿Y qué decir del examen psicológico al que tuvo que someterse en la clínica de Salamanca el mismo día que abortó? Un sábado, "porque descansaba en mi trabajo, hasta ese punto fue todo clandestino. Fui sola y convencida de que, al pagar, todo sería amabilidad y respeto" . Pero antes de pasar a la sala donde practican el aborto y el raspado, una psicóloga “me somete a un interrogatorio coercitivo que, si no tienes muy clara tu decisión, terminas por irte sin abortar".

La frialdad de la psicóloga y su falta de tacto en el cuestionario terminó por enfadar a Ángela, "tuve que decirle que la decisión estaba tomada muy conscientemente para que dejara de hacerme pasar por ese mal trago. Me hizo sentir culpable y eso es justamente lo contrario a acompañar en un momento tan dramático para nosotras”.

"Como si fuera un crimen"

Convencida de que “somos muchas más de las que creemos”, achaca esa invisibilidad al reproche social, “sigue ahí, la libertad de la mujer para decidir que no puede tener un hijo se sigue juzgando como si fuera un crimen. Cuesta gestionarlo, la mayoría necesitamos terapia para pasar ese duelo que nadie comprende porque, como tú tomas la decisión, parece que se da por hecho que no es traumático. ¡No te quiero contar si te obligan a ver una ecografía 4D y a escuchar el latido del feto! ¡Es aberrante!”.

Tras casi una hora de conversación, se atreve a sacar de su bolso un cuadernito. Lee en voz alta. “27 de junio de 2004: Ayer te dije adiós cuando apenas habíamos tenido tiempo de conocernos, de saber cómo sería nuestra vida juntos. El mundo se rompió... Me quedé sola, vacía, sin saber a dónde mirar ni en qué brazos llorar”. Entre lágrimas, critica que se generen polémicas que “hacen mucho daño”.

"te persigue siempre el vacío y la nostalgia por ese hijo o hija que no pudiste tener. Sentimientos que esta sociedad te niega, no te deja expresarlos libremente

Ella tuvo la suerte de cruzarse tres años antes del aborto con una psiquiatra y terapeuta, “fue mi guía, mi protectora en ese tortuoso camino, pude tomar la decisión, digerirla y reorganizarme interiormente gracias a ella”. El intenso dolor, el duelo se prolonga tanto y con tanta intensidad que “crees que nunca vas a poder seguir adelante sin sentirte mala persona cada día, el desgarro, el sufrimiento tardan en amortiguarse”.

Esta zamorana de 55 años trata de describir cómo "te persigue siempre el vacío y la nostalgia por ese hijo o hija que no pudiste tener. Sentimientos que esta sociedad te niega, no te deja expresarlos libremente, hay que esconderlos para que no te miren mal y te cuestionen como mala madre y mala mujer”.

Se quedó embarazada “entorno al 12 de mayo de 2004”. Lo supo enseguida porque “mi menstruación era muy, muy regular, a los 27 días clavados”. El retraso de mayo podía ser un desarreglo, así que tuvo que esperar a junio. Con el temor clavado porque el preservativo se rompió en la última relación sexual que había mantenido con su pareja. “Aunque parezca mentira, ocurre”.

"No somos máquinas, somos personas"

Lo que hubiera sido la mejor de las noticias para aquella joven de 37 años se convirtió en la mayor de las pesadillas: “Me debatía entre la razón, la falta de estabilidad económica, sentimental y un trabajo que me ocupaba demasiadas horas; y mi deseo de ser madre”.

"No somos máquinas, somos personas, no todo se puede controlar en la vida, me aliviaron la enfermera que me hizo el test de embarazo y la ginecóloga que me practicó el aborto"

Pero “mi familia vivía lejos” y no podía contárselo a su pareja, “no habría accedido, a pesar de que tampoco tenía una situación económica buena, vivía lejos de mí y tenía un horario como el mío, incompatible con formar una familia”.

Ángela optó por el aborto porque "lo más importante para mí era poder “estar”, no ser una madre ausente, cuidar y educar a mi bebé, dedicarle tiempo y atenciones. Era imposible en esa época”.

¿Egoísmo? También se preguntó cuánto de egoísmo había en su determinación. Y se lo plenteó a la enfermera que le hizo el test de maternidad, "una tarde en el centro de salud de Salamanca en el que trabajaba para preservar mi anonimato", y la ginecóloga que le practicó el aborto. Los nervios y la angustia del complicado momento tuvieron un poco de alivio con la respuesta: “no somos máquinas, somos personas”.

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