SEPARACIÓN DE URDANGARÍN Y LA INFANTA CRISTINA

Urdangarín, la infanta Cristina y las calabazas en el pueblo zamorano de El Perdigón

Una pareja casi aún de luna de miel acudió a una de las afamadas bodegas de la localidad ante el asombro de los dueños del mesón y del resto del pueblo

M. D.

Domingo 28 de diciembre de 1997. Día de los Inocentes. En el mesón Taina, de El Perdigón, la localidad a una decena de kilómetros de Zamora, una llamada de teléfono encarga cuatro mesas para cuatro personas cada una de ellas, pero con la condición de que deben estar separadas: dos en el piso de arriba y dos en el de abajo.

Además hay una advertencia: entre los comensales había “dos personas importantes”. José Espinosa, entonces propietario, temió ser víctima de la clásica “inocentada”. Al rato entraban por la puerta los entonces duques de Palma: la infanta Cristina y su flamante esposo, Iñaki Urdangarín, que este lunes 24 de enero han anunciado de forma oficial su separación.

Uno de los guardaespaldas recomendó almorzar en Zamora

Ocuparon una de las mesas junto con otra pareja de amigos. Las demás mesas eran ocupadas por guardaespaldas. Y precisamente se debió a uno de ellos, nacido en Salamanca, la comida en El Perdigón. Regresaban a Madrid después de un fin de semana en León, donde se había jugado el partido de Copa del Rey de balonmano entre el Barça, donde aún jugaba el ahora exduque y el Caja Cantabria. Los blaugrana habían perdido el partido y a la vuelta a casa buscaban “un lugar discreto” donde almorzar. Y el escolta, que conocía el pueblo zamorano, sugirió las pintorescas bodegas de El Perdigón, famosas por sus carnes a la brasa. La infanta pidió pescado para gran apuro de la cocinera. Solventaron la situación con el revuelto de espárragos y gambas de la casa. Urdangarín dio buena cuenta de mollejas y carne. En plena luna de miel, pues se habían casado apenas dos meses antes, endulzaron el menú con arroz con leche. Resultaron ser también golosos: repitieron postre.

Una jarra de barro y calabazas de recuerdo

Para entonces, la visita de los ilustres enamorados, tan lejos del caso Nóos, la cárcel, el exilio y el alejamiento de su estatus real, ya era de dominio público sin necesidad de Whastapp, que tampoco se había inventado. Cuatro coches los recogieron a la puerta del establecimiento entre el entusiasmo popular que llegó, en algún caso, a la emoción.

Vestidos con vaqueros “como cualquier joven de su edad”, de trato afable y sencillo, al estilo más campechano de la tradición borbónica, se llevaron de recuerdo una jarra de barro y unas calabazas. Accedieron a hacerse una foto, de cámara analógica, tampoco había móviles, con tan mala suerte que era la primera del carrete y se enganchó. En el revelado faltaba la imagen de la infanta. Calabazas y su efigie fotográfica ahumada. A la vista del retrovisor pudiera parecer toda una premonición. La mitad nítida, la de Urdangarín con las gentes del mesón, llegó a publicarse en LA OPINIÓN-EL CORREO DE ZAMORA.

Más que malos augurios, se debió tratar de esas “cosas que pasan”, como expresó un lacónico Urdangarín al ser sorprendido la semana pasada de la mano de una rubia que no era la misma con la que compartió mesa en El Perdigón y que fue obsequiada con variopintos regalos en su visita a Zamora con motivo de la inauguración de Las Edades del Hombre. Han pasado 24 años y ya nada es lo mismo, ni siquiera el pueblo zamorano, que ha visto languidecer las bodegas. El mesón Taina ha cerrado. Lo hizo otro 28 de diciembre, de 2019.

La pandemia ha hecho mella en el resto de negocios. Y la emigración. Los niños que correteaban aquel día de 1997 por las calles del pueblo andan hoy en Alemania, Madrid o Valladolid. El Perdigón tenía entonces 792 habitantes y el bullicio de los asiduos de los fines de semana. Hoy cuenta con 647 y por el camino, al igual que al matrimonio de los exduques, se le han quedado muchas ilusiones.