En la antigüedad la información escrita se transmitía mediante el papiro, elaborado con la planta del mismo nombre, muy abundante en el delta del Nilo, utilizado por los egipcios desde el cuarto milenio antes de Cristo. Se unían varios papiros formando rollos de varios metros, lo que hacía tremendamente incómoda su lectura.

Scriptorium de Tábara: Elaboración de un códice

A pesar de utilizarse durante milenios, el papiro tenía un gran inconveniente al no soportar la humedad, por lo que tenía que ser conservado en ambientes muy secos para que no se estropeara.

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Más tarde, en el siglo II antes de Cristo se inventó el pergamino en la antigua ciudad griega de Pérgamo, implantándose su uso en Europa a partir del siglo VI, hasta la llegada del papel.

Scriptorium de Tábara: Elaboración de un códice

Los códices medievales se elaboraron con pergamino, un soporte resistente que permitía ser utilizado muchas veces a lo largo del tiempo. El mismo se obtenía de pieles de ovejas, cabras o terneros, lo que encarecía sobremanera su confección. En muy pocas ocasiones se utilizaba la piel de un ternero recién nacido, recibiendo este pergamino de lujo el nombre de vitela.

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Habitualmente se necesitaban varias docenas o centenares de animales para la elaboración de un códice. Convertir su piel en un soporte que permitiera la escritura sobre la misma era una tarea muy lenta y laboriosa. Para ello se procuraba seleccionar ejemplares sanos que no tuvieran defectos en su piel, lo que no siempre se conseguía.

Scriptorium de Tábara: Elaboración de un códice

Despellejado el animal, se ponía la piel a remojo entre 3 y 10 días en grandes tinajas de agua con cal, con lo que se conseguía que la adherencia de los pelos al pellejo disminuyera. Después el pergaminero estiraba la piel en un bastidor de madera, raspándola a continuación con el “lunellum”, raedera corva con la que terminaba de quitar los restos de carne y pelos, a la vez que conseguía dar al pergamino el grosor deseado. Tras ello se le daba un baño con agua limpia para eliminar los restos de cal pegados y se volvía a colocar la piel bien estirada en el bastidor de madera. Conforme la misma se iba secando, se procedía a tensar cada vez más la piel en el bastidor.

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Más tarde se pulían ambas caras con piedra pómez y se desengrasaba. Ya se había conseguido el pergamino, un soporte liso que permitía la escritura, inalterable y duradero con el paso del tiempo.

Posteriormente se cortaba con grandes tijeras al tamaño escogido para la confección del códice. Las hojas del pergamino se doblaban una o varias veces, ensamblándose unas con otras formándose cuadernillos, de tal forma que las caras con pelo siempre confrontaran entre sí y lo mismo ocurría con las hojas de la cara interior de la piel del animal.

En ocasiones no se lograba el soporte perfecto, pues durante el proceso de elaboración del pergamino se podía rasgar la piel, originando desgarros o perforaciones. Debido al coste de su producción, el pergamino dañado se aprovechaba cosiendo los desgarros con hilo de seda.

Copistas e iluminadores: su papel

Tras el trabajo del pergaminero, entraban en acción los copistas e iluminadores (de los que se hablará en otros capítulos). Una vez escrito y pintado el manuscrito había que proceder a su encuadernación.

Scriptorium de Tábara: Elaboración de un códice

Los cuadernillos u hojas plegadas de los pergaminos se cosían con hilo de lino sobre estrechas correas de cuero. Para las tapas o cubiertas del manuscrito se solía utilizar madera del lugar, que posteriormente se recubría de cuero, terciopelo o tela, que se fijaba con clavos de cabeza gruesa o bullones. Se reforzaban las esquinas de las cubiertas para que no se dañaran. A continuación se incorporaban broches para cerrar el códice y ejercer presión sobre el pergamino, evitando así que éste se contrajera o expandiera debido a los cambios de humedad.

Sin modelos originales

En las obras más suntuosas se podían añadir decoraciones labradas con metales nobles, piedras preciosas o marfiles. Los materiales usados en la encuadernación dependían de la riqueza de la persona que lo encargaba, del tipo de manuscrito y del uso previsto. Lamentablemente no ha llegado ninguna encuadernación original de esta época hasta nuestros días, al menos de las obras maestras creadas en el scriptorium de Tábara.

Por último se guardaban dentro de unas fundas de tela para protegerlos del polvo. Y tras ello se custodiaban en el “armario” (que hacía las veces de biblioteca) o en los aposentos del abad del monasterio en el caso de los códices más preciados.

Gracias a la invención del pergamino, pudieron confeccionarse en el scriptorium del monasterio de San Salvador de Tábara algunos de los más bellos ejemplares de la literatura religiosa hispana y mundial de la Alta Edad Media.