La Opinión de Zamora

La Opinión de Zamora

Contra el olvido

AGUSTIN GARCIA CALVO A ORILLAS DEL RIO DUERO L.O.Z.

Hace unos cuarenta años obtuve un premio de poesía en cuyo jurado figuraba como miembro destacado Agustín García Calvo. A recogerlo, en un pueblo de Zamora, nos dirigimos Agustín, su compañera Isabel Escudero y yo en mi vetusto Simca 1000. Él entró en el coche con su aspecto habitual, tan inhabitual como siempre, y después de saludarme se fijó en el generoso escote que Isabelita mostraba tras su entreabierta camisa blanca. Su poderosa voz tronó: “Isabelita, que vamos a un pueblo”. Ella se miró el escote y haciendo un gesto que quitaba importancia al asunto, se plantó un clavel en el canalillo.

“Todo lo he perdido

menos el dolor,

y esta flor.”

Agustín me preguntó si mi auto corría mucho, le contesté que era imposible porque el motor no daba mucho de sí; es más, continué, tengo que parar cada cierto tiempo para rellenar el agua del radiador y tapar con pimentón la pitera que tiene en el fondo . Esta explicación, contrariamente a lo esperado, tranquilizó a la pareja y emprendimos el viaje con un par de litros de agua y un bote de pimentón (dulce)… Esto es una anécdota, un recuerdo, la memoria.

Y memoria es ver a Agustín García Calvo en el tren yendo y viniendo incansable de Madrid a Zamora.

“He aquí para lo que servía

el tren. Mi agradecimiento.

Hila, hila, hila

hila y teje, pensamiento,

con la hebra que se te da,

con ésta que se te va yendo…”

Recordar sus clases en el asaltado Cuartel Viriato, o asistir a la representación de su obra “La Baraja del rey Don Pedro”, dirigida por José Luis Gómez en el Teatro Principal… Oírlo recitar junto a Amancio Prada…

Su inmensa obra abarcó el ensayo, la poesía, la traducción y el teatro. Nada humano ni divino escapó a su especial visión y expresión.

Esta generación todavía lo recuerda, también la siguiente, pero acabarán pasando y esos recuerdos desaparecerán.

“¿Durará en el papel que siembro

la negra flor de la tinta?

Ay de mi vida…”

Y llegará un tiempo, cuando su obra pase a dominio público, en que será más difícil protegerla.

Para los que no hayan leído a Agustín García Calvo, o no conozcan su legado, les diré que es una referencia en el mundo del arte y del pensamiento. En mi trabajo como director del Principal me he encontrado en innumerables ocasiones con artistas, creadores o visitantes, que deseaban conocer la presencia del profesor en Zamora, entonces no tenía otra que acompañarles hasta su residencia en la Rúa, y delante de la fachada les decía: “Aquí”. Ellos se quedaban mirando la puerta imaginando, seguramente, verlo entrar y salir; si acaso alguien decía: -Está aquí Lucina -Sí -¡Ah. Y ahí se acababa todo. La conversación, deshaciendo el camino, siempre giraba en torno a la invisibilidad del escritor en la ciudad. La realidad es que esto pasaba cuando vivía y ocurre ahora que ya no está entre nosotros.

Lo cierto es que nadie como él en toda la historia de nuestra ciudad, que yo sepa, ha dejado tan inmensa obra sobre Zamora, desde Zamora y editada en Zamora.

“Volvamos a Valorio, que ya escampa,

como jóvenes cónyuges sin trampa

que salen a la tarde de paseo.”

Hasta cuando estuvo exiliado escribió aquella genialidad de “La Comuna Antinacionalista Zamorana”.

Se suele hablar mucho de poner a Zamora en el mapa, referido casi siempre a un interés turístico. También nos quejamos de que Zamora no cuenta para nada, que es lo que ocurre en demasiadas ocasiones.

Sin embargo, delante de nuestras narices, y no es la primera vez que sucede, tenemos un referente universal en el mundo de la ideas, de la creación literaria, de la vigencia de la cultura greco-latina en el mundo actual, y a nadie se le ocurre ponerlo nunca en el mapa.

Nuestra ceguera secular con los valores esenciales de la vida, con los que se forman ideas y sociedades, usos y costumbres, es tan profunda que esos valores ya no forman parte de nuestra realidad. Los hemos disfrazado, mejor dicho, sustituido por otras ocurrencias más de escaparate que importantes.

La ciudad de Zamora, adusta y en muchas ocasiones cicatera con sus hijos más ilustres, no puede permitir que estos desaparezcan sin que alguna señal de su paso por ella nos encienda la memoria.

Agustín García Calvo falleció hace una década. Él ya no puede negarse, como parece que hizo, a que tengamos un recuerdo permanente de él en nuestras calles. Somos muchos los que pensamos que su presencia ha de seguir de alguna manera entre nosotros. Y no es por un sentido de propiedad o pertenencia, es exclusivamente con la intención de que las gentes puedan conocer una obra amplísima y singular.

“Libre te quiero

como arroyo que brinca

de peña en peña

pero no mía…

Pero no mía

ni de Dios ni de nadie

ni tuya siquiera.”

Que la gente pueda verlo de alguna forma, recordarlo. Que cuando los que están y los que vengan pregunten por él, sepamos explicarles quién fue y qué hizo.

Sé que el gran Agustín habría desbaratado estas simples argumentaciones, pero también que habría agradecido el cariño y el respeto de los que lo admiraron, lo quisieron y desean que no se pierda su memoria.

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