He aquí un ejemplo de supervivencia en tiempos inhóspitos y de adaptación al medio contra viento y marea. Para sumergirse en él, toca regresar a los años 20 del siglo pasado. En la actual plaza del Maestro Haedo de Zamora, en lo que antaño se conocía como plaza de San Gil, se produjo el desembarco del Banco Herrero en la ciudad. Las crónicas del diario El Correo de la época destacaron particularmente el “local presentado con exquisito gusto” que dio cabida a la entidad financiera durante su primera década de andanzas en el municipio, e incluyeron en el texto un deseo de prosperidad para el proyecto. Aquella apertura se produjo el 7 de septiembre del año 1922, y las expectativas creadas en torno a la puesta en marcha de la primera oficina se cumplieron con creces. Han pasado cien años de la inauguración, y la iniciativa empresarial se mantiene a flote en la capital, ahora de la mano del Banco Sabadell, donde se integró para sumergirse en el siglo XXI.

Aspecto actual del edificio del Banco Herrero. | Emilio Fraile

Todos los movimientos, los cambios y las evoluciones que ha seguido la iniciativa financiera llegada desde Asturias forman parte de una historia que arrancó de la mano de los emisarios llegados desde el norte, que dejaron la responsabilidad local el manos de un consejo formado por Fabriciano Cid Santiago como presidente y por Antonio Rodríguez Cid, Felipe Esteva Pascual e Isidoro Rubio Gutiérrez como consejeros.

La cuarta oficina en la comunidad

En aquel momento, la de Zamora se convirtió en la cuarta oficina del Banco Herrero en Castilla y León, aunque curiosamente no era la primera en la provincia. Previamente, Benavente se había unido a León y Palencia como territorios en los que la entidad financiera había ido sembrando su negocio. Pronto, se añadiría también Astorga para ampliar la nómina en la región apenas unos años después de la puesta en marcha efectiva del proyecto en 1911, cuando todo comenzó en Asturias de la mano de Policarpo Herrero Vázquez y de su hijo, Ignacio Herrero de Collantes.

Desde el principio, el funcionamiento de la oficina de Zamora resultó atractivo para una población que, por entonces, comenzaba a despuntar. En el momento de la inauguración de la sede en la plaza de San Gil, la ciudad apenas alcanzaba los 20.000 habitantes, pero justo iniciaba un florecer demográfico que habría de extenderse durante siete largas décadas. Esa realidad reforzó la presencia del Banco Herrero, que en sus orígenes ofrecía “toda clase de operaciones de banca y bolsa”, desde la compra y venta de fondos públicos y valores industriales, a la compra y venta de monedas de oro nacionales y extranjeras, pasando por la adquisición de fondos públicos y valores industriales o el cobro de cupones y documentos de giro.

Cambio de hogar

Una década después del inicio de la actividad en la ciudad, con su primera cartera de clientes ya asentada, el Banco Herrero decidió cambiar de hogar e instalar su oficina principal en la esquina de Santa Clara con lo que ahora se conoce como plaza de la Constitución. El edificio, aún hoy muy reconocible en el centro de la capital, es obra de Enrique Crespo y constituye un símbolo de la relevancia de la entidad financiera para la vida de la capital.

En Banco Herrero sobrevivió, a partir de entonces, a multitud de vicisitudes propias del discurrir de unos años convulsos en el mundo y de constante evolución para el sector de la banca. La entidad siguió funcionando bajo el mismo nombre durante casi ochenta años y llegó a abrir hasta cinco oficinas dentro de la provincia.

Tres de ellas se ubicaron en la capital y otras dos se mantuvieron disponibles para sus clientes en otras localidades de la provincia. Una de ellas se situó en Toro, y la otra continuó abierta en Benavente, donde ya existía antes incluso de que se pusiera en marcha la de Zamora ciudad.

El símbolo del reloj

En ese extenso recorrido, el Banco Herrero adquirió prestigio en la zona, y también acumuló una importante cartera de clientes. Desde su oficina central, el imponente reloj que corona el edificio de la calle Santa Clara, se convirtió además en un símbolo para los habitantes del municipio. Aún hoy, con el mecanismo todavía en marcha y en plena era de los teléfonos móviles, numerosos viandantes alzan la vista para mirar la posición de sus agujas.

El devenir de los tiempos provocó que, a las puertas del nuevo siglo, en el año 2000, el Banco Herrero se integrara dentro del Grupo Sabadell que, para entonces, ya contaba desde 1996 con una oficina en Zamora, dirigida por Gerardo Aliste. Los cambios pronto llevaron a la oficina central a adoptar el nuevo nombre, aunque la esencia se mantuvo intacta.

El proyecto del Banco Herrero cumple hoy cien años en Zamora bajo el nombre de Banco Sabadell y con un equipo de doce profesionales que, según señalan desde la propia entidad, “da servicio a los particulares, profesionales y empresas” de la provincia. Los responsables del proyecto, encabezados por el director territorial de la zona noroeste, Pablo Junceda, inciden sobre todo en el “espíritu de servicio” que ha caracterizado a la labor de las distintas generaciones que han dado forma a una trayectoria tan dilatada.

Ambición internacional

Según estos mismos responsables, la integración en el Banco Sabadell ha permitido “desarrollar un nuevo y ambicioso proyecto, con claro tinte internacional, que tiene en cuenta la globalización” como elemento decisivo en el contexto actual del mundo financiero: “La banca que triunfa, y de la que hay que enorgullecerse, es aquella que impulsa la economía, la riqueza y el crecimiento”, explica Junceda, que destaca el valor de la cocción a fuego lento de un proyecto en el que se han empleado “muchos años, mucha paciencia y mucho aprendizaje”.

La realidad actual de lo que un día fue el Banco Herrero en Zamora tiene ingredientes de la apuesta por la modernidad y también el poso de tradición que tienen los proyectos ya centenarios. Un ejemplo cotidiano revela esa conexión con la ciudadanía de Zamora y la importancia de las pequeñas cosas: cuando el reloj que corona el edificio donde se asienta la oficina de la ciudad se estropea o se detiene, los propios vecinos, casi todos veteranos, entran en la sucursal para dar el aviso y para reclamar su arreglo. La hora que marcan esas agujas es de la que se fían.