La Opinión de Zamora

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Sanidad, agua o cobertura: Zamora duplica su población y se ve "desbordada"

El lleno agostizo de los pueblos lleva riqueza a los negocios, pero dificulta la prestación de los servicios

Un grupo de personas pasea por el centro de puebla de Sanabria. Araceli Saavedra

Un pueblo cualquiera de la provincia, fin de semana del 15 de agosto: ni una sola casa está vacía, los bares y los restaurantes apenas dan abasto, las tiendas que continúan abiertas han hecho la mayor caja del año, los mayores forman tertulias masivas al fresco y los jóvenes trazan su plan para lanzarse a por la fiesta nocturna. Zamora vive en un oasis de chavalería, movimiento económico y dinamismo social, pero la llegada repentina de más de 100.000 personas extra a un territorio donde normalmente viven 167.000 también tiene su cara B. La atención sanitaria desbordada, los problemas con el agua, el exceso de basura o la falta de cobertura forman parte de esa lista de inconvenientes que padecen unas localidades dimensionadas para el número de vecinos que hay en invierno.

En el epicentro de esa superpoblación pasajera se encuentra la comarca de Sanabria, un territorio que se expande en verano al abrigo del lago y que se contrae cuando la chaqueta pide paso. En esta zona, determinadas localidades multiplican por ocho o por diez su número de habitantes, lo que obliga a estirar al máximo las costuras de los servicios hasta que algunos dicen basta: particularmente, aquellos en las que, a pesar de los reiterados problemas veraniegos, la previsión brilla por su ausencia.

El alcalde de Puebla, José Fernández, deja claro cuál es el inconveniente mayor en la etapa estival: “Nos faltan médicos”, indica el veterano dirigente de un municipio que puede llegar a sobrepasar los 5.000 vecinos en estas fechas, cuando apenas supera los 1.000 en el invierno. “Faltan dos plazas que no se han cubierto, los hay que están de vacaciones, alguno que se encuentra de baja y luego tenemos a los salientes de guardia”, enumera el regidor local, en referencia a los facultativos de los que carece la comarca. En definitiva, el peso de la atención recae en tres profesionales para un territorio donde puede haber más de 36.000 personas en un puente como este.

La cara B de la desbordada

Fernández alude además al cierre de los consultorios y a la obligación de utilizar el sistema de cita previa: “Te pones a llamar, pero nadie coge el teléfono porque tampoco hay auxiliares administrativos suficientes”, razona el alcalde de Puebla, que lamenta la carencia de efectivos en comparación con 2012, cuando “había diez médicos más cuatro de área y otros dos de refuerzo”. “Ahora son todo recortes, recortes y recortes”, asegura.

El dirigente municipal tilda a los médicos que hay de “héroes” por su compromiso con los vecinos, pero admite que, en las condiciones actuales, sin incentivos, resulta difícil cubrir las vacantes. Otro de los alcaldes de Sanabria, José Manuel Prieto (Galende), insiste en el problema sanitario: “Es catastrófico todo el año, pero ahora más”, indica el responsable municipal de los pueblos del entorno del lago: “Hay muchas colas, tienes que ir con cita previa y, si llamas, no te lo cogen”, abunda el mandatario.

Más allá de eso, tanto Fernández como Prieto afirman que las localidades aguantan el peso de la superpoblación desde el empaque que les da la costumbre. Los problemas con el tráfico se capean como se puede y, en un año como este de sequía, la petición a los vecinos es que hagan un uso racional del agua. En Galende, el Ayuntamiento ha publicado un bando para tratar de concienciar a los ciudadanos: “Habrá que tener un poco más de cuidado y a ver cómo salimos de esta”, señala el dirigente municipal.

En esa línea están también los responsables de otros pueblos que estos días se encuentran plagados de retornados y de turistas. En el corazón de los Arribes, Fermoselle se maneja en ese escenario. Sin problemas graves de carácter sanitario, el control del agua centra la vigilancia del Ayuntamiento: “Ya hace semanas que venimos consumiendo más del doble de lo habitual, y lo previsible es que, en estos días, tripliquemos la cifra”, reconoce el alcalde, José Manuel Pilo, que se muestra satisfecho con la red de abastecimiento del pueblo, pero que no es ajeno al cuidado al que obliga el contexto de sequía y de una localidad a reventar.

La realidad es que, en otras zonas, la carencia de lluvias da más quebraderos de cabeza. En Zamora, hay localidades que estos días requieren de la llegada de cisternas para garantizar un abastecimiento mínimo, ante una problemática que se agrava por el volumen de gente que ocupa la zona. Uña de Quintana es de las localidades que capea como puede esta crisis para dar servicio a las 500 o 600 personas que residen provisionalmente en un pueblo que en invierno tiene 100 vecinos.

La alcaldesa del municipio, Beatriz Calabozo, admite que la situación es “entre mala y peor”. Los ciudadanos tiran con una hora de agua por la mañana y media por la tarde, y a muchos se les hace cuesta arriba “no poder ducharse o ir al servicio al llegar a casa”. En pueblos como Uña, se ha formado una tormenta perfecta entre la sequía y la superpoblación que resulta difícilmente asumible.

Los problemas de atención sanitaria y de abastecimiento de agua se sitúan a la cabeza de los inconvenientes que se hacen más visibles en este contexto de pueblos al límite de su capacidad. Las quejas van por ahí, aunque los alcaldes apelan a la experiencia de cada agosto como arma principal para solventar sin daños graves las cuestiones que sobrevienen: “Estamos acostumbrados a que se triplique la población. Hemos tenido alguna cosa con la luz, pero no hay quejas”, indica el alcalde de Fariza, Manuel Ramos, pendiente de los siete núcleos que conforman un ayuntamiento con unas 500 personas en invierno que se pueden multiplicar por siete en estas fechas.

La cara B de la desbordada

Ramos se expresa con más amargura al hablar de una sanidad que “siempre da problemas” y que obliga a la gente a unos esfuerzos para los que muchas veces “no está en condiciones”. “No se le pueden pedir peras al olmo”, añade el alcalde de Figueruela de Arriba, Carlos Pérez, que también afronta estos días la gestión de unos núcleos seis u ocho veces más habitados que en el periodo ordinario. En esta zona de Aliste, pegada ya a Portugal, el abastecimiento aguanta, y los problemas con la sequía tienen más que ver con el ocio. Los ríos donde se bañaba la gente están ahora secos.

Esa circunstancia está provocando la saturación de la piscina: “Está a tope, y le está dando la vida a la gente”, atestigua Pérez, que no encuentra más cuestiones negativas en este efímero florecer demográfico que alcanzan cada agosto las calles de su municipio. Sin salir de la comarca, el alcalde de Alcañices, Jesús Lorenzo, cita igualmente los aspectos positivos del desembarco de los retornados, aunque admite un contra muy claro: el tráfico por la N-122.

Alcañices sufre durante estos días el elevado volumen de vehículos que transita desde y hacia Portugal. La carretera atraviesa el pueblo y convierte su calle principal en un hervidero de coches y camiones que resulta incómodo y peligroso. El alcalde espera que este sea uno de los últimos veranos con tal padecimiento: “A ver si hay presupuesto y hacen la autovía”, desliza el regidor local, con la prudencia que le otorgan los años de promesas incumplidas por los sucesivos Gobiernos de España en relación a esta infraestructura viaria: “Siempre hay algo que lo impide”, recuerda.

Cada alcalde pone el foco en sus cuitas, y todos tienen alguna, más allá de las generales, pero la realidad es que todos, sin excepción, destacan que los beneficios del aluvión de visitantes compensan las incomodidades que genera el incremento de población. “Los negocios lo notan mucho”, recuerda el mandatario de Figueruela, mientras Pilo, de Fermoselle, incide en que “los establecimientos están llenos gran parte del tiempo” y el propio municipio busca incentivar la llegada de visitantes a través de sus fiestas y actividades culturales.

Prieto, de Galende, reconoce que hay determinados negocios que se saturan porque “no están preparados para acoger a tanta gente”, pero matiza que la caja de agosto resulta indispensable para el resto del año. Eso ocurre en las zonas turísticas y en otras que no lo son tanto. Todos los pueblos suman vecinos estos días: “A veces, hay situaciones que son un incordio y los habitantes que están todo el año sufren incomodidades”, reconoce el alcalde de Puebla, José Fernández, que justifica este esfuerzo desde la necesidad de que los establecimientos tengan ingresos. En ciertas localidades, el bar y la tienda sobrevivirán cuando llegue el invierno gracias a la facturación de un agosto imprescindible.

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