Es asturiano, tiene 92 años y vive con su hijo en Santibáñez de Tera. Era uno de los desalojados por el incendio, inicialmente acogido en Ifeza pero después trasladado a la residencia juvenil Doña Urraca, una dotación más adecuada para quienes no requieren una residencia de mayores, pero sí algo más cómodo que un pabellón. No obstante esta persona estaba esperando transporte para volver al pabellón, junto a su hijo y las personas del pueblo.

El asturiano de 92 años residente en Santibáñez de Tera C. G,. A.

De Santa Eulalia de Tábara llegaba Concepción González Álvarez, de cien años 100 años y perfectamente lúcida. “Nos desplazamos nosotros por nuestra cuenta, no siendo que a lo mejor...no pasó nada, pero por si acaso”, decía Concepción, que llegó acompañada por la persona que le cuida, María Virgen Bautista, residente en la cercana Tábara con su marido y su hija.

“Llevo más de un año cuidándola y se me da muy bien porque me gusta,. lo hago con mucho amor. Después que son así, son niños y hay que darles mucho cariño”. La opción de quedarse con el riesgo de las llamas cerca de casa no era una de las posibilidades que se podían barajar y lo mejor era irse. “Estamos preocupados porque ha sido algo inesperado, estábamos en riesgo de perder la casa”, segura la cuidadora.

Centenarios en el albergue juvenil C. G,. A.

De Pumarejo de Tera, “al lado de Camarzana” llegaba Isabel Andrés con su padre, Baltasar Andrés, de 94 años de edad. “Estaba el humo y ya no paré porque eso era impresionante lo que había. Mi hijo y mi marido dijeron que no salían, la Guardia Civil estaba allí, pero ellos que se quedaban, que se quedaban y que se quedaron. Acabo de hablar ahora mismo con la nuera y dice que está controlado por allí”.

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Por donde peor situación había dice Isabel, “era por donde está la casa de mi padre, bajaba para Santa Croya y todos esos pueblos. Esto es de pena, hijo, de pena”. Baltasar Andrés, de 94 años vive solo en su casa de Pumarejo, aunque su hija, que habitualmente reside en Getafe, estaba en el pueblo y se iba a dormir a su casa para esta al tanto de lo que necesitara el padre.

“Habíamos ido a comer a las dos y pico de la tarde, y de repente digo, parece que oigo las campanas, y dice mi nuera, pues salgo yo a ver. Y ya vi todo el humo y todo aquello. Pero es que fue en décimas de segundo, porque de casa de mi padre a la mía habrá medio kilómetro y lo llevé en una silla de ruedas porque decía que le tenía que dar un poquito el sol. De verdad, un susto. Y oye, si esta uno, vale, pero con un persona de esta edad.... Ver como se arrasa todo es una pena”, relata de corrido Isabel Andrés.