El doctor en Historia José Álvarez Cobelas ha acercado a la faceta de docente de Agustín García Calvo durante el tiempo que ejerció en el instituto Claudio Moyano de la capital, dentro de las actividades abiertas al público enmarcadas en el seno del XXXII curso de verano de Ingeniería Civil “Infraestructuras e historia de Zamora. Homenaje a Agustín García Calvo”, que se ha desarrollado este fin de semana a instancias de la Fundación Ingeniería y Sociedad coincidiendo con el X aniversario en noviembre del fallecimiento del intelectual zamorano que tuvo una relación intensa con el colectivo.

–Agustín García Calvo ejerció como docente en el Instituto Claudio Moyano de la capital, pero ¿cómo recaló en él?

–Primero fue alumno del centro, del 37 al 43 y en el año 1951 aprobó la oposición, que era muy dura, a catedrático de Latín y ejerció hasta el año 1958 en Zamora. Era catedrático de Latín y al mismo tiempo profesor asociado en la Universidad de Salamanca.

–¿Qué se encontró cuando desembarcó como docente en Zamora?

–Se topó con un sistema educativo basado prácticamente en lo memorístico y sobre el papel era un plan de estudios que potenciaba mucho el Latín, pero en la práctica no había gente lo suficientemente formada. Esta circunstancia hace que los niveles de aprendizaje fueran bajos. Además, se daba la circunstancia de que entonces existía la figura, ya desaparecida, de los alumnos libres, muchachos que se formaban en su casa porque no se podían permitir haberlo presencialmente, sobre todo los de los pueblos, y tenían que examinarse ante el único catedrático de Latín que había, que era Agustín. García Calvo se encontraba con una contradicción.

El experto durante su charla EMILIO FRAILE

–Y, ¿cuál era?

–No podía aprobarlos porque los chicos no sabían, pero también les daba cosa no aprobarlos porque realmente no era toda la responsabilidad de los muchachos. Se encontraba en un dilema moral en el que muchas veces se han encontrado todos los profesores. Además, hay un dato muy curioso, en el año 1953 aprobó la oposición para catedrático de Latín de la Universidad de Murcia y no se fue, optó por pedir una excedencia y continuar en el instituto en Zamora. En 1958 sacó la plaza de Catedrático en la Universidad de Sevilla y en este caso sí se fue.

–Habla de que no toda la responsabilidad era de los estudiantes ¿cómo se enfrentó a ese problema?

–Les acabó haciendo unos manuales para que los muchachos aprendieran. Entonces se entraba en el bachillerato con diez años y se salía con 16, no como actualmente. Al acabar con 16 tenían que hacer la reválida, por lo que Agustín examinaba a todos los de libre y a todos los de reválida. Pensando en ellos hizo tres manuales.

–¿Los ha conocido?

–Sí los he ojeado. Hizo lo que él llamo un libro de primeras letras o el catón, una gramática de textos cortos que en realidad era el mismo sistema que utilizaban en tiempos de los romanos para enseñar a los muchachos de forma sencilla Latín en los territorios conquistados. Luego creó un vocabulario con más de 2.000 palabras ordenadas por familias. Desde mi punto de vista lo más importante es que al crear estos manuales se estaba enfrentando a los sacerdotes de los pueblos.

Al crear los manuales se estaba enfrentando a los sacerdotes de los pueblos.

–¿Por qué?

–Porque había todo un sistema de apuntes en manos de los sacerdotes. En aquel momento el clero tenía mucho poder, pero no significaba que tuviera mucho dinero, por lo que los sacerdotes completaban su sueldo vendiendo apuntes a los muchachos y dándoles clases particulares a los niños cuyos padres se lo podían permitir. Al hacer Agustín una gramática mucho más sencilla tuvo un enfrentamiento bastante serio con la jerarquía. Él era el catedrático, y tengo la impresión de que regalaba el catón, y los chicos preferían estudiar por sus materiales que por otros.

–¿Le consta que a Agustín García Calvo le trajera consecuencias en su vida diaria en Zamora?

–Yo no he conseguido encontrarlo. Lo que sí localicé en su momento fue que cuando fue expulsado de la universidad en 1965 y le tomó declaración el juez instructor, Luciano de la Calzada, un catedrático en Murcia a quien Agustín conocía y que le trató con mucho respeto porque lo que siempre se reconoció a Agustín fue su capacidad para el estudio y de trabajo, le preguntó por cosas que hizo en 1953, en concreto por la representación de la obra de “Macbeth”, que él tradujo directamente, y que hizo con los alumnos, lo que demuestra que había gente que pasaba información.

–Pedagógicamente ¿qué postulados defendía Agustín García Calvo?

–Él creía en la necesidad de la memoria, pero también en la necesidad de la relación entre términos, pues creía en la importancia de la oralidad. Uno de los grandes problemas de la traducción es que durante muchos años en las lenguas se aprendía mucha gramática y términos, pero los estudiantes no las sabían hablar. Sin embargo, Agustín desde el principio pensaba que las lenguas deben de ser habladas, incluso una lengua, que de muerta no tiene nada, como el Latín. Él jugaba con distintos tipos de fichas para hacer frases, algo que ahora nos parece algo habitual cuando en ese momento se estaba declinando exclusivamente. Una de las cosas con las que me he encontrado es que alumnos suyos, independientemente de su ideología, se acuerdan de las clases que daba Agustín. No he oído hablar a nadie en términos de que fuera un mal profesor, incluidas personas en las antípodas de sus ideas. Yo puedo decir que siendo un simple estudiante que iniciaba su doctorado en Historia recibí un excelente trato por su parte.

Él creía en la necesidad de la memoria, pero también en la necesidad de la relación entre términos, pues creía en la importancia de la oralidad

–¿Cómo fueron sus primeros contactos con el zamorano?

–Cuando hice la tesis doctoral me ayudó mucho porque versaba sobre la oposición universitaria al franquismo en Madrid. Me la dirigió Manuel Pérez Ledesma, pero durante muchos días yo fui al despacho de Agustín García Calvo en la Complutense, aunque yo era alumno de la Autónoma. Estuvo conmigo horas y horas... era un hombre muy generoso y de una amabilidad exquisita. Recurrí a él porque era uno de los grandes protagonistas de la lucha contra el franquismo y por una sociedad distinta. Se adelantó en años al 68 y a todos los debates sobre la nueva sociedad y lo que debe de ser la educación y el valor del examen. En mi opinión lo más interesante reside en que lo plantea desde el análisis de los pensadores griegos, inicialmente presocráticos, no desde los pensadores del XIX. Yo que he trabajado sobre eso en el año 1965 solo hay tres catedráticos que deciden por ética, sabiendo lo que les va a caer encima, enfrentarse al franquismo de una forma clara y son Agustín García Calvo, José Luis López Aranguren y Enrique Tierno Galván, que tiene una variable más política. Los dos primeros se enfrentaron al sistema por una postura de dignidad y eso los alumnos lo vieron y lo siguieron. El único organismo del franquismo que cayó por un movimiento enfrentándose a él fue el SEU y no fue posible hasta que Aranguren y García Calvo se pudieron al frente de los alumnos jugándosela y por eso no se lo perdonan a ninguno y ambos tienen que marcharse de España.

La charla impartida Emilio Fraile

–Pero el zamorano no quería irse.

–Efectivamente. Lo hizo tras el Estado de Excepción por la muerte de Enrique Ruano. La universidad estalló y declararon el Estado de Excepción y durante 22 días seguidos estuvieron interrogándole. No le pegaron, pero no le dejaron dormir cuando lo necesitaba. Yo todo esto lo publiqué hace veinte años en un libro, pero una de las razones por la que desde la Fundación de Ingenieros, de la que soy su historiador, hemos impulsado este curso de verano en Zamora es porque nos da la impresión de que Agustín García Calvo, una de las figuras más originales e importantes de finales del siglo XX y que tuvo, con todas las contradicciones que tenemos todos, una posición ética frente al franquismo ha sido muy olvidado. Al principio fue ninguneado y creemos que, lamentablemente, ahora olvidado.