La Opinión de Zamora

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Accidente en la presa de Ricobayo

De la tragedia a la miseria: 80 años de la explosión de Ricobayo

Los descendientes de algunos de los 23 fallecidos en el accidente de 1942 recuerdan la falta de seguridad y las escasas ayudas que llegaron

Filomena y su hija señalan la zona donde se produjo el accidente en 1942.

La tarde era de primavera, pero venían vientos de tormenta. Ya cerca del atardecer, Filomena andaba con “unos marranicos pequeños” que atendía a pesar de su corta edad: le faltaban unos días para cumplir los diez. En ese instante, aquella niña tuvo tiempo de levantar la vista y ver “una nube del demonio” antes de escuchar el estruendo que le cambió la vida: “Oí el ‘boom’ y al momento sentí a mi madre que me dijo: anda, hija, vete para casa”. Filomena obedeció. El ruido procedía de la explosión que se acababa de producir en la presa y Pablo, su padre, acababa de morir. Tenía 35 años.

Aquel accidente se llevó por delante la vida de otras 22 personas el 10 de junio de 1942, hace ahora 80 años, y no ocurrió en tierras lejanas ni en lugares remotos. Sucedió en Muelas del Pan. Le pasó al padre de Filomena, al abuelo de Mara o al tío de Manuel, y dejó un reguero de pena y miseria. El golpe resultó demoledor y las ayudas apenas alcanzaron. La España de la dictadura incipiente le dio solo migajas a unas viudas condenadas en vida.

Testimonio de Filomena.

Testimonio de Filomena.

Quien narra la historia es la propia Filomena, hija de Pablo Reina Sanabria. Aquella niña de casi 10 años se ha convertido ahora en una mujer que ronda los 90 sin perder un ápice de memoria y con la emoción y el orgullo intactos. Sin quebrarse, la víctima colateral de la explosión recuerda a su padre como aquel hombre que llegó a Muelas procedente de un pueblo de Badajoz para ganarse el jornal, y que terminó formando una familia numerosa que no llegó a conocer al completo. El bebé que esperaba su mujer nació cuando sus restos ya habían quedado sepultados en el horror del túnel.

Los detalles del accidente, aún un misterio

Los detalles del accidente resultan un misterio, aunque lo que está claro es que las cargas de dinamita colocadas para volar dos tapones de roca y avanzar en la construcción del túnel en la central hidroeléctrica se activaron antes de tiempo. Unos dicen que la gente fumaba en el agujero y que se pudo prender una chispa, otros apuntan a un movimiento involuntario. Quién sabe. En lo que todos coinciden es en la escasez de medidas de seguridad que había.

La propia Filomena lo constata mientras el grupo que la acompaña asiente. La conversación tiene lugar en el club de jubilados de Muelas del Pan, y también intervienen en ella su hija y personas como Alfonso, un hombre ya nonagenario que tiene bien presente lo ocurrido en el pueblo en aquellos tiempos, o Manuel Rapado, que apenas había cumplido los cinco años cuando la explosión hizo enmudecer a toda la comarca y llevó a su familia a vivir una experiencia al límite.

Testimonio de Manuel Rapado.

Testimonio de Manuel Rapado.

“Mi padre se quedó agarrado en unas escaleras dentro de un respiradero. Volvió solo con el pantalón, sin camisa ni zapatos”, narra Manuel. Lo que ocurre es que su regreso se produjo al día siguiente. Mientras, todos lo dieron por muerto, como a su tío Emilio, que corrió peor suerte y halló allí su final a los 26 años. Como tantos, como casi todos.

No en vano, la mayor parte de los hombres que trabajaba en el túnel murió al instante. “Estalló todo y quedaron desperdigados. Los dieron por desaparecidos y no se encontraron los restos”, aclara Filo, la hija de Filomena, que porta un libro con imágenes en las que aparece la familia poco después del accidente. A los 32 años, su abuela se quedó sola al frente de la prole. Por delante, un espinoso camino de pobreza y de trabajo hasta el límite de la fatiga.

“¿A mi madre qué le dieron? ¡Una miseria!”, exclama Filomena, que reivindica las heroicidades de su familia para remontar la ausencia del padre en la España de los años 40 y sin apenas ayuda: “Vosotros no suponéis lo que he pasado yo. Mi madre me llevaba a todos lados con ella: a por leña, a segar o al rebusco de patatas”, narra esta mujer, que apunta que la empresa apenas les ofreció a las viudas la salida de coser sacos para sacarse unos duros: “Los hacían de lienzo, mientras a nosotros nos tenían como nos tenían. Luego, mi madre nos hacía bragas con los restos”, recuerda Filomena.

Auxilio social

El auxilio social sirvió tan solo para paliar mínimamente esta situación que “marcó mucho” a Muelas del Pan, como remarca Alfonso. La madre de Filomena y viuda de Pablo Reina quedó quebrada, como tantas otras, por la tragedia y apenas hablaba de ello.

Sí lo hacen ahora, entre la rabia y la nostalgia, sus descendientes, que charlan a un par de kilómetros escasos de donde ocurrió todo. Pero aquel fatal desenlace no solo se llevó por delante a trabajadores de Muelas. La lista publicada en su día por El Correo de Zamora habla de vecinos de Madridanos, de Villalcampo, de Villanueva de los Corchos, de Cerezal o de Pino del Oro, por citar solo unos cuantos ejemplos. Algunas de las familias decidieron marcharse lejos para huir del dolor y de la pobreza.

Eso hizo precisamente la viuda de Jesús Domínguez, un peón de 25 años, natural de Carbajosa, que también dejó su vida y sus ilusiones en aquel agujero. La precariedad de la existencia posterior condujo a su mujer a marchar hacia Argentina para dedicarse al campo y a soportar “una vida muy dura” para que los suyos sacaran la cabeza. La entrega llegó a tal punto que sus descendientes no quieren ni pueden olvidar. Recientemente, Mara, una de las nietas de la víctima, ha entablado contactos con los familiares que le quedan en la provincia para salvaguardar sus propias raíces y honrar la figura de un hombre cuya existencia esquiva el olvido gracias a esa pasión.

Esa nieta argentina ya tiene hilo directo con quienes se quedaron por aquí. Algunos, herederos a su vez de quienes perecieron en aquella explosión de dinamita en el túnel. En el barrio de San Isidro de Zamora reside aún María, la hija de Eduardo Lober, otro de los caídos en aquel atardecer del 10 de junio de 1942. Ella apenas conserva un retrato antiguo de su padre y los recuerdos acumulados a través del testimonio de su madre; tenía siete meses cuando todo ocurrió.

“Después de la guerra, no había donde ir y se metió ahí”, explica María, que insiste en el miedo que sentían los trabajadores en el túnel: “Mi madre me contaba que ya se decía que el menor día iba a pasar algo”. Y pasó. Y la indemnización fue pequeña. Y la viuda y el bebé subsistieron con una burra y una vaca hasta que la niña creció y se convencieron mutuamente para trasladarse a Zamora.

Un destino caprichoso

La parte más amarga de la historia de Eduardo señala directamente a un destino caprichoso. Justo después de morir, recibió una carta en su domicilio: había sido admitido en el cuerpo de carabineros. La desgracia le encontró antes. Ese mismo infortunio se llevó a varios familiares más. Uno de sus nietos, también de nombre Eduardo, se ha afanado en los últimos años por reconstruir aquellas vidas: “Mi abuela era muy joven entonces, y todo el mundo que la conoció me recalca la cara de tristeza que se le quedó tras el accidente”, lamenta.

Ochenta años después de aquello, la zona donde se produjo la explosión constituye un remanso de paz. El calor achicharra y apenas hay ruido. La quietud la rompen Filomena, Manuel y Alfonso, que se bajan del coche y caminan hacia el punto más cercano a la explosión al que pueden acceder. La vista no alcanza para ver el punto exacto. A bordo de su silla de ruedas y empujada por su hija, Filomena saca a flote sus recuerdos: “El miedo que pasaba yo cuando le llevaba la comida a mi padre. Prefería dar la vuelta por Ricobayo para no cruzar un puente que había por ahí y que se movía mucho”, rememora la mujer, mientras señala la zona.

Mientras, Manuel se coloca ante la valla y lamenta que no esté a la vista el lugar que utilizó su padre para agarrarse a la escalera y escapar de una muerte probable. La vida le escondía otro destino desagradable a la vuelta de la esquina y se lo llevó joven. La nostalgia y las historias del pasado recorren la escena antes de regresar al 2022, pero las reflexiones que realizan los testigos del dolor valen para el presente. “Estas cosas les pasan a los que son pobres, y así ha sido, es y va a ser”.

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