El catedrático Roberto Rosal García será uno de los ponentes en la jornada sobre Economía Circular, Reciclaje y Medio Ambiente organizada por LA OPINIÓN-EL CORREO DE ZAMORA, patrocinada por Coca-Cola y Diputación de Zamora con la colaboración de Aquona. El evento tendrá lugar el próximo 31 de mayo en el Hotel NH Palacio de Duero de 10.00 a 12.00 horas.

—¿Qué se hace desde las universidades para contribuir a la concienciación del alumnado?

—Muchas universidades tienen implantados sistemas de fomento de actividades sostenibles bajo la denominación de programas Ecocampus o similares que incluyen diversos proyectos alineados con la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible tales como la promoción de la alimentación saludable o el comercio justo. Otras acciones se refieren a la mejora de la gestión energética del propio campus, a la gestión de los residuos o a al fomento de la colaboración con diversas ONG, además de voluntariados sociales o ambientales.

—¿Y qué se debería hacer?

—Hay que tener en cuenta que se trata de actividades complejas que se salen de las habituales en las universidades y en las que hay pocos incentivos para mantener programas ambiciosos o a largo plazo. Otro reto de este tipo de programas es fomentar la implicación de toda la comunidad universitaria para que no se limiten a la ejecución de un diseño preparado desde arriba. También es importante evitar que las actividades no solo se dirijan a los alumnos.

"Existen necesidades específicas para las que el uso del papel es difícil de evitar"

—¿La digitalización reduce el consumo de papel en las aulas?

—Ciertamente la digitalización reduce la necesidad de manejar documentos impresos, aunque la relación no es lineal. En las universidades, al igual que otras organizaciones, existen rigideces que no pueden revertirse a corto plazo y necesidades específicas para las que el uso del papel es difícil de evitar.

—¿Por qué?

—Por ejemplo, la gran mayoría de las facturas que tramitan las universidades son electrónicas, pero los sistemas de gestión exigen que se almacenen en papel. Hay que tener en cuenta también que el papel es difícilmente sustituible en algunos casos. Los exámenes se hacen en papel, los alumnos toman notas en papel y, al igual que sucede con libros o periódicos, los formatos electrónicos no son sustitutos perfectos del papel por diversas razones tanto prácticas como culturales. En las actividades de investigación sí que hay una evolución clara hacia un menor consumo de papel: las revistas científicas prácticamente solo se consultan en línea.

—¿Y cómo se podrían reducir?

—Hay gestos sencillos que pueden disminuir notablemente el gasto de papel tales como utilizar papel reciclado, usar tamaño de letra pequeño en las impresoras, márgenes estrechos o copiar a doble cara. Y por supuesto utilizar el correo electrónico en la medida de lo posible. El esfuerzo merece la pena. Los datos indican que en las universidades se consumen unos cinco kilogramos de papel y cartón recuperables por persona y año considerando el total de la comunidad universitaria, y si solo se tiene en cuenta el personal de investigación y administrativo unas diez veces más.

"Se estima que en 2020 1.600 millones de mascarillas han podido terminar en los océanos"

—¿Qué papel ha jugado la pandemia en la sostenibilidad?

—La pandemia de Covid-19 ha demostrado que es posible ejecutar acciones colectivas de gran calado con mucha rapidez. Aparte del plano estrictamente médico, las medidas tomadas para luchar contra la pandemia supusieron una reducción de la generación global de residuos (-13%) y del consumo de agua (-22%) per capita en 2020 con respecto a 2019. Sin embargo la pandemia también puso de manifiesto la fragilidad de nuestro modelo de desarrollo. Lo demuestra por ejemplo, la facilidad de los patógenos para saltar barreras de especie en un contexto de ciudades superpobladas, urbanización descontrolada, cambio climático y pérdida de hábitats naturales. Otro hecho evidente es el gran aumento en la generación de residuos motivados por cambios de hábitos tales como el incremento de la comida a domicilio, un modo de consumo que se está manteniendo tras el fin de las restricciones. También por la enorme cantidad de material plástico de uso médico que se ha desechado. El caso de las mascarillas es particularmente llamativo.

—¿Por qué razón?

—Las mascarillas quirúrgicas están formadas por varias capas generalmente de polipropileno, una poliolefina muy persistente que se degrada con mucha lentitud en el medio ambiente. En 2020 se estima que 1600 millones de mascarillas (de los más de cincuenta mil millones producidos) han podido terminar en los océanos del mundo, lo que a razón de 4 gramos de plástico por mascarilla, representa más de 6000 toneladas de plástico vertido incontroladamente al mar. Es una cantidad que aunque represente un uno por mil del total de plástico que se estima que termina cada año en nuestros océanos, es comparable a la masa que se encuentra flotando en cualquiera de los giros oceánicos, las mal llamadas “islas de plástico”. Y se trata solo de las mascarillas.

—A su juicio, ¿la sociedad es consciente del problema de los microplásticos?

—Forzosamente la opinión pública tiene que ser consciente de la existencia del problema. No obstante, se trata de un tema complejo ya que ni los mismos científicos somos capaces aún de valorar. Al menos aún no se han podido establecer umbrales regulatorios para limitar su vertido, por ejemplo, en plantas de tratamiento de aguas residuales. Lo que sí sabemos es que las partículas pequeñas, que conocemos como nanoplásticos, pueden ser capaces de cruzar epitelios y acumularse en nuestro organismo, e incluso podrían atravesar la barrera hematoencefálica.

—¿Y qué hay que hacer para frenar esos vertidos? España recicla, pero no tanto como en el resto de Europa. ¿Por qué?

—La respuesta corta es que nos hemos incorporado más tarde a las necesidades impuestas por la economía circular. Si pasamos revista a residuos concretos se ve con claridad. De los 29,5 millones de toneladas de plástico recogidas por los sistemas de tratamiento de la UE (más Gran Bretaña, Suiza y Noruega), se reciclan 10,2 millones. En España, de los 2,5 millones recogidos, se ha reciclado algo más de un millón. Por tanto las cifras son similares aunque para ello el crecimiento ha tenido que ser acelerado durante los últimos años. El problema en España es que se manda a vertedero casi otro millón de toneladas (un 39%) frente al 23% de media de la UE. Además el sistema de gestión y reciclado de residuos plásticos tiene ineficiencias importantes que resultan en cifras reales de reciclaje notablemente inferiores a las oficiales.

—¿Qué medidas de otros países se pueden tomar como ejemplo?

—En algunos países (Suiza, Irlanda) el vidrio de color no puede mezclarse con el transparente porque eso impide volver a producir vidrio transparente. En Bélgica se usan bolsas oficiales para los distintos tipos de residuos y cada uno tiene su día de recogida, lo que favorece mucho la gestión. En Alemania y otros países se devuelve dinero por reciclar botellas y envases.

"Posiblemente mucha gente no sepa que no se recicla nada que esté formado por varios materiales diferentes como un cepillo de dientes o un juguete"

—Agua del grifo gratis en bares, festivales y eventos deportivos, el cobro de las bolsas en los comercios, la prohibición de los plásticos de un solo uso o del envasado de fruta y verdura… ¿Favorecen estas medidas al planeta? En su opinión, ¿qué otras iniciativas se deberían tomar?

—La reducción de envases y la prohibición salvo excepciones de plásticos de un solo uso (forzado por otra Directiva de la UE) son medidas muy positivas para evitar la contaminación por residuos innecesarios y para preservar el uso del plástico en aquellos usos en los que es esencial para mantener nuestra forma de vida. Es importante no demonizar los plásticos. Son materiales con un contenido energético bajo, de forma que si quisiésemos sustituir todos los envases de plástico por otros materiales, estaríamos consumiendo mucha más energía y triplicando las emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera. Lo que sucede es que el plástico lleva asociado, como cualquier otro material, un problema de gestión de residuos, que debe de ser tratados de forma correcta para evitar su diseminación incontrolada en el medio ambiente. En ese sentido existe una necesidad acuciante de rediseñar envases y otros objetos para que sus partes puedan identificarse con facilidad y procesarse de acuerdo con su naturaleza. Por ejemplo, si se utilizan bioplásticos, es necesario que el usuario los reconozca, los separe y los deje en el cubo de biorresiduos para su tratamiento mediante compostaje. Mandarlos erróneamente al cubo amarillo dificulta no solo su gestión sino la del resto de envases.

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—¿Cometemos muchos errores a la hora de reciclar?

—Posiblemente mucha gente no sepa que no se recicla nada que esté formado por varios materiales diferentes como un cepillo de dientes o un juguete. Tampoco se reciclan los bricks salvo para recuperar el cartón, porque el aluminio que se obtiene es de mala calidad y termina, junto con el polietileno (una quinta parte del peso total), en nuestros vertederos donde se acumulará durante siglos.