La consecución del reconocimiento de la figura “Zamora, Paisaje Cultural” por parte de la Unesco requiere, sobre todo, una labor de profundas reflexiones que permitan destacar los elementos singulares de la capital no sólo en lo que es su entorno físico, sino también cultural, patrimonial e incluso inmaterial. Por eso se desarrolla en Zamora el II Seminario Internacional, con puntos de vista ciertamente originales, como el que acercó el catedrático de Geografía de la Universidad de Valladolid, Eugenio Baraja.

–Vino y viñedos en la provincia de Zamora: patrimonio alimentario identidad territorial, titula su conferencia. ¿Cuál es la idea?

–Básicamente el concepto es que en el paisaje leemos el tiempo. El paisaje es un contenedor histórico y la provincia de Zamora tiene una tradición vitivinícola muy importante con unos paisajes que son muy relevantes.

–Explíquese.

–Cuando decimos que en el espacio leemos el tiempo queremos decir que vamos a encontrar diferentes tipos de paisajes vitivinícolas que reflejan diferentes estadios do. Encontraremos sobre todo, en una clasificación muy elemental, en la parte norte, lo que son Valles de Benavente, formas que tienen que ver mucho con la tradición que han pervivido en el tiempo, los vinos de Toro, con unos viñedos adaptados a los nuevos tiempos y la globalización y luego los vinos del granito, los vinos de Fermoselle, los vinos de Arribes en última instancia, en los que se revelan nuevas formas de adaptación en el marco de lo que se conoce como la vitivinicultura singular. Y cómo todos estos aspectos conviven y se manifiestan en el paisaje.

–¿Qué tiene que ver todo eso con Zamora capital, que es la ciudad que opta a la declaración de Paisaje Cultural?

–Zamora es una rótula que articula paisajes agrarios muy diversos. Si hablamos el este tendríamos Tierra de Pan y Tierra del Vino, al oeste tenemos todas las campiñas de Aliste y al sur de Duero, Sayago. Entre la Vía de la Plata y el Duero aparece esa rótula de Zamora como ciudad que articula paisajes muy singulares.

–¿A qué nos referimos con el concepto paisaje, más allá del significado común del término?

–En el paisaje leemos el tiempo, entonces la cuestión es que el paisaje hay que interpretarlo siempre en una combinación compleja de tres aspectos. Por un lado una infraestructura física, por otro lado una estructura organizativa, funcional, que evidentemente tiene sus capas históricas y después una superestructura perceptiva, que lo que nos marca, fundamentalmente, es la mirada, cómo se interpreta, qué nos sugiere, qué nos evoca. Esa combinación de tres aspectos es lo que define el paisaje, un paisaje cultural. Aunque en realidad todos los paisajes son culturales, aquí lo que remarcamos es esa condición de patrimonialidad.

Zamora es una rótula que articula paisajes agrarios muy diversos

–¿El escaso desarrollo de esta zona ha sido positivo para mantener la singularidad de su paisaje?

–Estamos en unos momentos disruptivos en los que las cosas se aceleran, están cambiando muy rápidamente. Zamora tiene el problema gravísimo que todos conocemos de la despoblación, del vaciamiento, de la atonía. Pero si lo vemos en positivo tengamos en cuenta que ha preservado aspectos y atributos que ahora son muy valorados. La cuestión sería volver a estos aspectos que están ahí, reinterpretarlos y reincorporarlos vamos a decirlo así, a los tiempos que corren, a los nuevos valores a la sociedad que cambia.

–Molinos de viento y placas solares para la producción de energía eléctrica. Hay amenazas a este paisaje idílico que quizá no vaya a perderse por una gran industria contaminante pero si por una macrogranja o las nuevas formas de producir energía.

–Efectivamente es una cuestión que está ahí y que hay que resolver, gestionar. Por supuesto no hay que negarse a las energías limpias, porque estamos en un contexto de crisis climática, de transición energética y los territorios responden a esas demandas. La principal amenaza yo creo que es el abandono, el problema demográfico, esa es una amenaza muy seria. Y en relación con ello como hay menos población hay menos oposición y parece que es un territorio abonado para este tipo de proyectos que son discutibles y hay que gestionar. No es algo a lo que nos podamos negar, pero sí hay que gestionar y reflexionar, tenemos que hablar de estas cosas.

–¿Cómo pueden beneficiar una figura como la de Zamora Paisaje Cultural, de la Unesco, en un elemento positivo para la provincia?

–Esto es un marchamo. Es decir, si se promueve una candidatura y se alcanza una inspección para entrar en la lista del Patrimonio Mundial es un reconocimiento muy notable que tiene sus retornos a efectos de industrias turísticas y otros aspectos. E independientemente de que tenga un reconocimiento o no, el paisaje significa calidad de vida, el ciudadano tiene derecho a un paisaje de calidad porque es un marco, un espacio del bienestar.

–Volviendo al vino, en concreto a la provincia de Zamora. ¿Tiene aún mucho potencial de desarrollo?

–Yo creo que sí, sobre todo en torno al marco ya de nuevas formas. Hemos pasado una fase de los viñedos de la globalización en la que la calidad se ha amparado en unas figuras que son los marcos de anclaje territorial y ahora el siguiente paso es el del viñedo singular. Porque esa globalización en buena medida ha homogeneizado los vinos y ahora hay una demandad de vinos singulares y aquí tenemos cepas muy antiguas, variedades muy singulares, y también paisajes de un alto valor. Ahora el mundo del vino se mueve por un producto de calidad, eso por descontado, pero también por un entorno que acompaña esa calidad.