Conoce los entresijos de la comunicación por sus estudios superiores de Periodismo y los de la Iglesia por su condición de sacerdote. El director de la Oficina de Información en la Conferencia Episcopal, José Gabriel Vera, presentó ayer su último libro en el foro del periódico, “La senda de la reputación”.
–¿Cómo surge la idea tratar este tema en un libro?
–Su origen lejano es mi tesis doctoral, que se empieza con mucha alegría y que se acaba con mucho esfuerzo. El foco está puesto en ver cómo se alcanza reputación en las instituciones que no venden productos, lo que sería el tercer sector, desde las ONG o la Iglesia, donde está el foco del libro. Cuando estaba en medio de la tesis, apareció la cuestión de los abusos en la vida de la Iglesia y la afectación primera de ese tema fue en su reputación. Esta crece en la medida en que genera confianza en las personas, así que aquella situación atenta contra la misión de la Iglesia.
–¿Los casos de abusos ha sido el factor que más ha menoscabado a la Iglesia a nivel social?
–En los últimos tiempos lo que mengua la credibilidad y la confianza en la Iglesia es esta cuestión, que tiene mucho más que ver con la comunicación que con la experiencia real de las personas que entran en contacto con ella, aquellas que van a una parroquia o a un colegio religioso, que es mayoritariamente muy positiva. Pero en el ámbito de la comunicación se crea un marco de interpretación distinto, que hace que las personas que no tienen un contacto tan cercano con la Iglesia tengan una imagen distinta.
–¿Es urgente mejorar esa imagen ante la sociedad?
–Mejorar la imagen de la Iglesia siempre es necesario, igual que cualquier institución, como la Monarquía, el Ejército, la Policía Nacional o los políticos. Todos somos conscientes de que en esta sociedad tan mediática tener una imagen pública redunda en beneficio de la institución. En el mundo de la Iglesia no queremos tener una buena imagen, sino que queremos parecer lo que nosotros somos, queremos que la gente crea que la Iglesia es lo que es verdaderamente, sin dar una imagen falsa o edulcorada. Por esta situación hay gente que cree que somos lo que no somos. La comunicación es nuestro esfuerzo, pero también el de cada cristiano.
–¿Se trata de un trabajo de comunidad?
–Sí, es un trabajo de todos y complicado, porque, en el fondo, consiste en que un cristiano tenga conciencia de su condición como tal. Si todos los que pertenecen a la Iglesia actuaran conscientes de que son parte de ella, la imagen mejoraría.
–¿Qué papel juega en todo este proceso el mundo digital?
–Para todas las instituciones son una dificultad y una oportunidad. Lo primero, porque todo pasa demasiado rápido y no hay tiempo para pensar, los ritmos de comunicación han variado. Pero, al mismo tiempo, además de un reto, más que una dificultad, es una nueva herramienta que da oportunidades, porque a través de las redes sociales llegas a más gente, a más público, y saltándose además a los medios de comunicación, por lo que llegas directamente a las personas.
–Para algunos puede resultar irónico que la Iglesia, que se fundamenta en difundir la palabra, cojee en la comunicación. ¿Cuál puede ser la razón?
–Creo que es una cuestión de conciencia por parte de los cristianos de que parte de su misión es hacer visible el mensaje del evangelio en su puesto de trabajo, vida de familia o con amigos. Hoy en día va más gente a misa que al fútbol en España, pero el lunes en la oficina no se habla de la eucaristía, porque es algo que se considera privado.
–Aun así, hay también ejemplos de buena comunicación en la Iglesia, con el claro ejemplo el papa Francisco.
–Creo que es debido a su carisma, no viene de una estrategia, sino que le brota de dentro. De hecho, los que se dedican a la política de comunicación viven locos con él, porque no se somete a una estrategia, va por delante y es su forma de ser. Él mismo ha dicho alguna vez que ese cambio le llegó en el momento en que se convirtió en papa. Antes, como cardenal en Argentina, era adusto y serio, poco cercano a una comunicación popular. Pero sintió que como pontífice tenía que tener esa transformación en su forma de presencia pública. Es sonriente, alegre y divertido, es un hombre que hace lo que dice, dice lo que piensa y piensa lo que reza.
