La Opinión de Zamora

La Opinión de Zamora

La medida de las cosas

Reflexiones pascuales sobre la Semana Santa de Zamora

Soledad en su mesa pequeña R. S. D.

Y dediqué mi corazón a conocer la sabiduría

y a conocer las locuras y los desvaríos;

supe que aun esto era aflicción de espíritu.

Eclesiastés, 1, 17.

Hubo un tiempo, no tan lejano, que en nuestra Semana Santa las cosas tenían su medida, y había una medida para cada cosa. Medida, armonía, proporción, equilibrio como parámetros de la “via pulchritudinis” o vía de la belleza por la que, de forma secular, han transitado las cofradías y hermandades en su acercamiento a lo divino. En algún momento, por diferentes y variopintos motivos, eso se fue quebrando sin solución de continuidad. Determinar dónde está la belleza -y cómo no abandonar esa vía-, es una tarea compleja, es evidente, pero quizás respetar esos parámetros puede ser una buena forma de acercarse a ella.

Comenzamos por agigantar las mesas procesionales de nuestras imágenes y “pasos” (permítanme que ayune de ese concepto técnico –y nunca devocional-, de “grupo escultórico” que tanto gusta aquí), que dejaron de ser altares móviles, para convertirse en “cenáculos de cargadores”, a mayor honra y gloria del Santo Banzo. Así las mesas crecieron para acoger a más (cuanto más grande más gente hace falta para llevarla), lo que arruinó la proporción con respecto a las obras que sustentaban. De esta forma perdimos para siempre el equilibrio entre mesas e imágenes, pero también esos escorzos de figuras que se salían tablero en un ejercicio imposible de barroquismo romántico (especialmente visible en la Crucifixión o la Elevación), o la impresionante verticalidad dramática de La Lanzada, El Descendimiento o El Descendido.

Ahora la “dictadura del banzo” pretende ir contra Redención, obra cumbre de Mariano Benlliure y, sin duda, la mejor pieza del siglo XX que atesoramos. Poco más puedo decir que no haya dicho ya maese Casquero, cuyo texto (“Despropósito”, La Opinión-El Correo de Zamora, 15/4/2022), suscribo en su totalidad. Es cierto que un paso que “camine” al ritmo de sus cargadores puede resultar más armónico, no digo que no. Pero no a costa de todo, no quebrando la proporción y el equilibrio originales y mucho menos comprometiendo la integridad de la obra. En este sentido, lo mejor de la procesión jubilar de la Soledad la pasada cuaresma (en la que por cierto La Congregación dio la talla gracias a las hermanas -antiguas “damas”-, y no tanto a sus cofrades hombres), fue ver a la imagen en una mesa hecha a su medida, en armonía con ella, sin estridencias de madera sobrante y sin importar demasiado que fuera a hombros o a ruedas, como fue el caso.

Si convertimos todo en un mero y banal espectáculo estético -aunque nos cisquemos en la estética cuando nos pete-, poco nos puede sorprender que, desde fuera, se nos vea únicamente como tal

decoration

Carga a hombros, por cierto, que es tan tradicional e histórica como las ruedas, pues en carro han venido procesionando muchas de nuestras imágenes de mayor devoción desde tiempos barrocos. He sido cargador, por si pareciera lo contrario, cuestión que entendí siempre como un servicio -como un medio-, nunca como un fin, que es como parece entenderse en las últimas décadas (esto no es de ahora). Se ha creado incluso hasta un premio que sacraliza este asunto: el “Banzo de oro”, con el que, con buena intención seguro, la Casa de Zamora en Madrid premia a aquellos que destacan en favor de la Semana Santa. Siempre me resultó curioso que para esto no tengamos complejo de tirar de “oros” que, pese a formar parte de nuestra más vetusta tradición -para desgracia de los “austericidas”-, últimamente denostamos por recordarnos a ese Sur en el que tantas veces encontramos el Norte. Aunque quizás lo más paradógico de esto sea que el trofeo correspondiente al premio no sea un fragmento de banzo (dorado como podría ser lógico), si no una miniatura de un cofrade de “Las Capas”. Oro versus paño recio y áspero. Sin duda los caminos del Señor son inescrutables…, y los de nuestra Semana Santa más.

Continuamos complicando hasta el extremo algunos gestos procesionales (reverencias, despedidas, saludos etc.), que antes resultaban espontáneos y sencillos -con esa ingenuidad propia de la religiosidad popular-, y que hemos convertido en actos interminables y tediosos, pero que requieren el concurso de una cohorte de celadores ávidos de organizar cualquier cosa. Una de las mayores víctimas es el “Encuentro” de la mañana de Pascua, un rito casi universal, oportuno, espontáneo, que se producía en el momento justo (es decir cuando ambas imágenes se veían por primera vez), transformado ahora en una impostada y artificiosa dramaturgia hecha a destiempo (ya que cuando se realiza hace rato que ambas imágenes se han encontrado), y con una carga absolutamente desmedida de la música -que me perdonen los intérpretes, esto no va contra ellos-, antes mero complemento de lo verdaderamente importante. En este sentido, espero y deseo que el año que viene regrese el “baile” del paso “Jesús camino del Calvario” tal y como se ha venido haciendo de forma tradicional -que las procesiones partan de una iglesia comienza a ser una quimera ya casi imposible-, y dejemos en la caja de los recuerdos anecdóticos el “ballet de los pasitos” (si Diaghilev levantara la cabeza…), con el que este año se ha iniciado la procesión de Jesús Nazareno.

Esto termina afectando a la cuestión del “decoro”, del que por cierto se habló largo y tendido ya en el Concilio de Trento, al que tanto debe todo esto de la Semana Santa. Un año más asistimos a las dantestas imágenes del traslado de los “titulares” de la Resurrección a sus plazas de garaje (ese donde no reciben culto durante todo el año). Un traslado que, en su momento, se realizaba a otras horas menos multitudinarias, con la discreción -y decoro-, que debería requerir el movimiento de imágenes sagradas, pero que desde hace años, se realiza tras la misa de Pascua, ofreciendo un espectáculo de dudoso gusto que adereza el vermut de una masa que jalea y aplaude a unos cargadores que bailan (no sé si este año, otros sí), a las imágenes cubiertas de tela. Tampoco ayuda a este asunto la banalización de imágenes al culto como mero atrezzo de un pregón (caso del Yacente de la Cofradía de Ntra. Madre de las Angustias en el Teatro Ramos Carrión este año), u otros “cacharreos” que se realizan sin el respeto conveniente y, como hemos comprobado en ocasiones, con posados y “selfies” -con los complementos sacros- incluidos.

No menos dantesca resultó la entrada de Las tres Marías y San Juan al Museo, con sus cargadores coreando ese viejo cuplé de la guerra del Rif ascendido a marcha militar –y de desafortunada adaptación procesional-. Puedo entender el componente emocional y el homenaje de los cargadores a su jefe de paso fallecido. Pero ¿qué hubiera pasado si éste, en su juventud, hubiera sido profesor de bachata en vez de legionario? Claro que uno piensa que siempre puede -y pudo- ser peor: mucho mejor que canten “Soy el novio de la muerte” a “La cabra, la cabra, la puta de la cabra”, como otrora…

De igual modo no fomenta un espíritu cofrade sano y conveniente el que determinadas cofradías, como la Hermandad de Penitencia, disponga de pases VIPs que permitan una “experiencia procesional intensa” a determinados personajes de la pomada política o mediática. Nada extraño, por otro lado, si recordamos que fue esta misma cofradía la que en 2012 hizo “un bolo” (no sé si llamarlo simulacro de procesión), en el congreso de la Spain Convention Bureau celebrado en Zamora, ante unos atónitos turoperadores japoneses (La Opinión-El Correo de Zamora, 21/9/2012), como si la corporación fuera un expositor más de ese “turismo experiencial” que tanto se lleva ahora.

Tampoco es un ejercicio de medida el que la Hermandad Penitencial del Smo. Cristo de la Buena Muerte planteara no salir si las restricciones derivadas de la pandemia exigían un cambio de itinerario (La Opinión-El Correo de Zamora, 16/3/2022). Decían sus responsables que la corporación “perdería totalmente su identidad” si le privaban el tránsito por algunas calles. Como si la identidad cristiana -y cofrade- de una hermandad o la manifestación pública de fe dependiera del callejero por el que discurre la procesión… ¡Santa Balborraz, mártir, ruega por nosotros!

En otro orden de cosas, y no digo que no tenga un valor pedagógico –dudo mucho si también catequético-, igual lo de las procesiones de los colegios se nos está yendo un poco de las manos. Algunas de las de este año asemejaban más a una “ilegal” de polígono andaluz que a un juego escolar de niños, con pasos de un tamaño mayor que los de algunos pueblos del entorno de la capital. Si tenemos eso en cuenta, quizás no debería sorprendernos demasiado la presencia, un tanto extemporánea y extravagante, de un niño nazareno luciendo túnica y corona de espinas –lo de la cresta debe ser una nueva variante iconográfica-, acompañado de una “mini-manola” en el traslado del Nazareno de San Frontis –la vulgaridad posmoderna de “el Mozo” mejor la evito-, el pasado Jueves -antiguo- de Pasión (ni de Dolores, ni de traslado, dicho sea de paso).

En conclusión, si convertimos todo en un mero y banal espectáculo estético -aunque nos cisquemos en la estética cuando nos pete-, poco nos puede sorprender que, desde fuera, se nos vea únicamente como tal. Y así se cuestione –y abucheé-, la decisión de una hermandad de no salir a la calle ante una previsión de lluvia (cosa que sucedió el Lunes Santo a media noche, cuando la gente se dio cuenta que se quedaba sin show, argumentando no sé qué asunto peregrino sobre “lo penitencial” -un clásico de la zamoranía en estas fechas-). Tampoco que otros sectores pretendan sacar pasta a nuestra costa, ya sea poniendo vinos y tapas; vendiendo todo tipo de productos surrealistas -y de mal gusto- con imágenes de nuestras hermandades; carteles como el firmado por la agencia Alto el Fuego, que presenta la Semana Santa como una suerte de festival “indie”; o que un vendedor de cupones se calce una túnica con los escudos de las cofradías. En una cosa estoy de acuerdo con él (según ha declarado en sus perfiles de redes sociales), lo suyo no es muy diferente a lo que podemos encontrar en algunos escaparates “del horror” (el entrecomillado es mío), mucho peores y más indecorosos.

Uno se pregunta si aún sería posible regresar a esa vía de la belleza, o si los responsables de velar por los Bienes de Interés Cultural (ya sé que esto de la inmaterialidad no lo entiende nadie), podrían obligarnos a ello (¡Sorpresa…! Lo del BIC no era un premio…). La verdad que tal y como se presenta el panorama de la Semana Santa en la nueva normalidad, uno no puede por menos que dar la razón a aquellas “plantillas” -que poblaron la ciudad en 2008-, que rezaban “¿Habré muerto solo para salvar el turismo?”

Feliz octava de Pascua a todos.

Compartir el artículo

stats