Fue en el Concilio de Trento donde se estipuló que todas las diócesis debían tener su propio seminario y la de Zamora no iba a ser menos. Eso sí, tardó casi 150 años en fundarse, allá por 1797, pero en un edificio que data de 1719, con José de Barcia como arquitecto principal. El encargado ayer de hacer un recorrido por la historia del Seminario de San Atilano fue el sacerdote y doctor en Historia Miguel Ángel Hernández, quien participó en el Club LA OPINIÓN-EL CORREO DE ZAMORA —junto a Millán Nuñez, actual rector de esta institución— en la mesa redonda que llevó por título “El Seminario: memoria y profecía”, que en esta ocasión se trasladó al propio salón de actos del edificio.

Las piedras no eran lo único importante de este seminario, ya que había que dotarlo de un profesorado de calidad para la formación de los futuros sacerdotes, por lo que acudieron a los jesuitas, quienes permanecieron en la ciudad hasta 1767. “Tras su expulsión, todos sus bienes pasaron al Estado, pero en este caso el obispo de Zamora, con la documentación, argumenta que no era un colegio de esta congregación, sino que se fundó con el dinero del Obispado y se trajo a los jesuitas para dar clase”, puntualiza Hernández.

Gracias a esta solicitud, el seminario revierte a la diócesis y empieza a funcionar como tal en 1797, según había propuesto el Concilio de Trento. “A partir de ahí, viene una historia muy acorde con los tiempos que se han vivido. Cuando vinieron los franceses, el seminario fue ocupado para establecer ahí las tropas napoleónicas, por lo que tuvieron que suspender las clases y marcharse, tan solo 18 años después de inaugurarse”, descubre el ponente.

Conferencia sobre la historia del Seminario de San Atilano, dentro del Club LA OPINIÓN-EL CORREO DE ZAMORA JOSE LUIS FERNANDEZ

Una vez que se marcharon los franceses, el edificio quedó en condiciones lamentables, “debido al uso que de él habían hecho las tropas y a la falta de mantenimiento”, argumenta el sacerdote. Así, en 1814, según los testimonios de la época, el edificio estaba muy deteriorado y hubo que volver a ponerlo en marcha con una serie de reparaciones. “Se volvió a admitir tras eso a seminaristas y arrancó una nueva etapa. Y ahí ha seguido ya prácticamente con enseñanza ininterrumpida hasta la actualidad, aunque también con diversos periodos”, adelanta.

Así, entre el siglo XIX entra en competencia con el instituto que se funda en la ciudad, el IES Claudio Moyano, que se ubicaba en un primer lugar en la actual Biblioteca Pública del Estado. “Parece ser que tenía un mejor nivel el seminario y, aunque muchos alumnos se fueron al instituto al empezar, parece ser que regresaron a las aulas del seminario”, rememora Hernández. “Había una buena relación institucional, pero había una competencia entre el alumnado de Secundaria”, puntualiza.

Varios alumnos del seminario menor juegan al baloncesto en sus instalaciones. Cedida

Fue a finales del siglo XIX cuando el Seminario de San Atilano registra un aumento importante de estudiantes. “Había por entonces alumnos internos y externos y aunque la Iglesia prefería a los primeros para los candidatos al sacerdocio, también se admitían a otros que vivían en sus casas, en pensiones o con la patrona. Creció tanto que llegó a superar los cuatrocientos alumnos”, calcula. Una causa también de esta circunstancia es que comenzó por esa época a extenderse la escolarización.

Plantel de profesores

El obispo siguiente cambió de parecer y exigió que los seminaristas internos, por lo que hubo una nueva caída de alumnos. “Pero en esas fechas había un plantel de profesores de mucho nivel, entre finales del siglo XIX y principios del XX”, asegura Hernández, quien destaca a Eugenio Cuadrado, “conocido sacerdote y profesor de Física y Química en el seminario, que presentó una máquina de producción de energía electroestática en la Exposición Universal de París y asesoraba a Cantero Villamil. Era un científico muy reputado y cuando muere, la ciudad le pone una placa en la fachada del seminario, que todavía se puede ver”, apunta el sacerdote. Otro nombre relevante dentro del claustro fue Gaspar de Arabaozala, maestro de capilla de la Catedral y mentor de Miguel Manzano.

También destacó el ponente en su conferencia la huella que dejaron algunos arquitectos del siglo XX con las ampliaciones y rehabilitaciones del edificio junto a la iglesia de San Andrés, como Gregorio Pérez o Enrique Crespo, encargado de integrar el seminario menor, que, en 1953 se trasladó a Toro, llevándose a Salamanca 16 años después el mayor. “De esta manera, el de Zamora se quedó como residencia de estudiantes hasta 1995 —cuando regresó el seminario menor a la capital—, ya que se necesitaba un lugar de estas características, por el auge de alumnos en la ciudad.