Las ganas de fiesta se palpaban en el ambiente y los integrantes del desfile de Carnaval pusieron todo de su parte para que al público que esperaba su llegada por las principales calles de la ciudad se le fueran los pies con la animada banda sonora que los acompañó hasta la Plaza Mayor.

Una rana saluda a una pequeña admiradora. | J. Luis Fernández

Variada y llena de ritmo era la que dirigía a los grupos de baile que participaron en el desfile, los de las academias Escena —con dos cuerpos de baile, repartidos en diferentes puntos del recorrido— y Every Dance. Bien ensayados y bajo la supervisión de un monitor, el cuerpo de baile demostró que no hay que ser de Brasil para moverse bien estos días.

Los Pobladores, durante su actuación en la plaza de la Constitución. | Jose Luis Fernández

Tras la primera coreografía llegaba uno de los grupos de carnaval participantes en el desfile, con arlequines y zancudos que multiplicaron las sonrisas y las caras de sorpresa de los niños que esperaban en las aceras. A estos les seguía un singular grupo de aborígenes que parecían estar agazapados entre la maleza, aparentemente agresivos pero finalmente muy simpáticos y también con ganas de fiesta, al igual que los presos y presas que, resignados por el encierro de la pandemia, intentaban normalizar su vida, ante la atenta mirada de los policías.

Una presa de la pandemia, con su amigo. | Ana Burrieza

La elegancia animal llegaba a continuación con un nutrido grupo de ranas, de vistosos colores, ataviadas con exquisitos sombreros. Caminando como humanos o saltando como es su condición de anfibio, sacaban burlonas sus largas lenguas al divertido público, que pudo disfrutar también de la charanga de Los Pobladores, los únicos que no se cansaron en todo el recorrido, ya que iban en carroza cantando sus chascarrillos. Otro cuerpo de baile fue el encargado de cerrar este desfile que, no por breve, fue menos aplaudido.

Los aborígenes, bien escondidos. | Ana Burrieza