Vuelva usted mañana. Pero hágalo antes de las once o tendrá que vérselas con el cajero automático. ¿No sabe utilizarlo? No se preocupe, la banca móvil es la mejor opción para cualquier tipo de trámite, además de estar operativa las veinticuatro horas del día. ¿Que no tiene usted Internet? Pues busque a alguien que le pueda echar una mano. Sus hijos, por ejemplo. Siempre y cuando no hayan tenido que abandonar la provincia en busca de trabajo. “Al final, tenemos los millones en el banco y nos morimos de hambre”. Palabra de Maruja Rodríguez.

Los mayores de Zamora hace tiempo que dijeron basta. Aunque no lo hicieron en las redes sociales y por eso nadie les ha escuchado. La revolución tecnológica en el sector financiero ha permeado en la provincia más envejecida de España, donde la media de edad sobrepasa los 50 años. Anuncian banca móvil para gestionar los ahorros en un territorio que todavía acumula decenas de pueblos a la sombra, sin acceso a Internet o con conexiones tan limitadas que hacen imposible pasar de la introducción de la contraseña.

Francisco Lobo acaba de terminar una gestión en un cajero automático de la avenida de las Tres Cruces. Ya no puede hacerla en el interior, porque le cobran comisión. “Cada vez nos dan menos y nos piden más”, se lamenta. A sus 62 años, esta máquina la maneja “más o menos bien”. La otra… De la otra, mejor no hablar. “Con la banca móvil ando regular, pero vamos a tener que ponernos en serio porque esto ya no tiene freno”, se resigna.

Comisión por ingreso en efectivo, comisión por retirada de dinero en caja, comisión por transferencia. Comisión, comisión, comisión. Y horarios. Si viene usted a la caja, que sea de 9.00 a 11.00 horas. Pero, si lo que quiere es pagar recibos, entonces tiene que venir los martes o los jueves de 9.30 a 10.30 horas. Son las once menos veinticinco, así que vaya usted al cajero automático. Y si no se aclara, venga mañana otra vez, pero levántese antes.

Antonio Calvo, de 82 años, recela cada vez más de los bancos. En su pueblo, San Cebrián de Castro, hace mucho tiempo que no se hace una sola gestión financiera. “Antes venían dos veces a la semana dos entidades diferentes; ahora, ni una”, se enfada. Por eso, la gente del municipio tiene que desplazarse hasta Zamora para hacer cualquier gestión. “¿Internet? Bah”, dice. Y punto.

Este zamorano ha expresado con una interjección lo que al Instituto Nacional de Estadística le ha costado un informe de veinte páginas. Pero ambas partes dicen lo mismo. Solo uno de cada cuatro mayores de 74 años reconoce haber utilizado Internet en los últimos tres meses, de acuerdo con los resultados de la encuesta sobre equipamiento y uso de tecnologías de la información y comunicación en los hogares. Una realidad muy alejada de las pretensiones que se han marcado de un tiempo a esta parte las entidades financieras, cada vez más orientadas hacia el “hágaselo usted mismo” que hacia una atención al cliente como las que ejecutaban antaño.

Santa Clara sigue siendo centro neurálgico de la actividad bancaria, pese a la oleada de cierres provocados por la restructuración de los últimos años. Allí, Tina Velasco aguarda turno a las puertas de una oficina para tratar con una persona física. De carne y hueso. De las que hablan sin estar grabadas. Todavía no han sonado las campanas por las diez de la mañana y en esas condiciones espera. “¿Y qué hago? Los horarios son los horarios”, afirma pragmática. Seguramente, no sean las condiciones idóneas para una persona de 77 años. Pero, como diría el tipo del milagro económico: es el mercado, amigo. “Yo no me aclaro con estos aparatos y necesito lo que se ha hecho toda la vida, que es que ellos me lo hagan”, explica.

Lo que pide esta ciudadana podría considerarse natural, pero no es nada fácil. La provincia de Zamora conserva en la actualidad 107 sucursales bancarias repartidas a lo largo de su extensa geografía, de acuerdo con los datos proporcionados por el Banco de España. Hace tan solo diez años se contaban 256 oficinas en todo el territorio, lo que expone a las claras cómo el proceso de restructuración bancaria ha menguado los derechos y las oportunidades de los habitantes de esta porción del oeste. Por si fuera poco, ese centenar de locales se concentra en los grandes núcleos de población. Es decir, que el 75% de los pueblos carece de servicios financieros y sus habitantes están condenados a entenderse con la banca móvil o a viajar.

Los problemas de ser mayor se multiplican si uno vive en una de las zonas más aisladas de la Península Ibérica. Maruja Rodríguez es natural de Lubián, aunque reside en Puebla junto a su marido. “Y eso nos salva”, reconoce. Sin embargo, piensa en sus vecinos de la Alta Sanabria y en cómo sería su relación con los bancos si viviera allí. “No hay oficinas, no tenemos Internet, no tenemos coche y nuestros hijos están fuera. Al final, puedes tener los millones en el banco y morirte de hambre”, zanja.

Lo que Maruja Rodríguez define con sabiduría popular, en el Banco de España lo llaman “vulnerabilidad financiera” y afecta a más de 50.000 zamoranos. De acuerdo con las cifras manejadas por el organismo, la provincia cuenta con 279 puntos de acceso al efectivo, aunque solo en 47 municipios. Esto quiere decir que 201 localidades no tienen cajero automático y sus habitantes, una vez más, se ven en la obligación de tener que lidiar con las nuevas tecnologías para ejecutar gestiones. Actuaciones, a menudo, no aptas para una población tan envejecida como cansada de pagar cada vez más y recibir menos a cambio. Siempre, todo a menos.

La digitalización del sector bancario está dejando fuera de juego a los mayores de la provincia de Zamora, que cada vez han de superar más obstáculos para realizar sus trámites con las entidades financieras. A los habitantes de la provincia más envejecida de España se les pide que se familiaricen con la banca móvil mientras sufren conexiones en precario. Eso, cuando las hay. Mientras tanto, en las oficinas, el personal es menguante desde el inicio de la restructuración y buena parte de las operaciones se derivan hacia los cajeros automáticos, tan difíciles de manejar como las propias aplicaciones para según que sector de la sociedad. No es vulnerabilidad, sino expulsión del sistema. Y, desde luego, no es justicia social.