“Pido perdón por confundir el cine con la realidad”, cantaba el mítico Luis Eduardo Aute allá por 1987. Por cruzar esa fina línea entre realidad y ficción que el séptimo arte confunde porque, como bien dice el cantautor, “todo en la vida es cine; y los sueños, cine son”. Es la magia de “la gran pantalla”, capaz de engullir al espectador en una realidad camuflada de ficción para dar rienda suelta a emociones, vivir otras vidas desde ese punto intimista de la sala de butacas. Una magia que, lejos de lo que pudiera parecer, ni las videoconsolas ni las redes sociales han logrado pulverizar entre los más jóvenes, “ellos son los que ahora mismo están salvando la papeleta a las grandes cadenas con historias como Venom, Godzilla, Spiderman, Fast Furious y las pelis Marvel”, explica Alfredo Reguilón, Fredi, el gerente y programador de contenido de Multicines Zamora. Sus cinco salas son ya el último bastión en la capital de la industria creada por los hermanos Lumière en 1895.

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El cine de Zamora, desde dentro J. L. F.

Los días en los que Zamora contaba con cinco cines son historia: El Arias Gonzalo, El Pompeya, El Barrueco, El Principal (el primero que difundió una película en 1897); y el Ramos Carrión inaugurado en 1926. Tiempos gloriosos, cuando una sola sala de grandes dimensiones se dividía en dos espacios: el patio de butacas y “gallinero”. Era la época del “romanticismo, de “la copia en 35 milímetros, cuando se cargaba el saco con 6 o 7 rollos de película que pesaban 10 kilos”, rememora Fredi. Los fotogramas de una película se extendían sobre 3.000 metros de cinta, “había un sistema de platos de gran diámetro, con grilletes para enroscar los rollos”. Se usaban dos colocados en horizontal para que la película pasara de uno a otro. Desde uno de ellos se tiraba la película hasta el rodillo del proyector y “se introducía en la denominada “cruz de malta” para llevarla al objetivo”, de 35 milímetros. Y, ¡listo!

La magia de los 35 milímetros, perdida a golpe de clic

El halo de luz que traspasaba la pared trasera del patio de butacas, ese “ojo” deslumbrante, hilaba la historia, fotograma a fotograma, en la gran pantalla. A veces, el espectador protestaba ante un salto en la peli, “por un mal enlace de la cinta, que se hacía de forma manual entre rollo y rollo” o por uno fundido, “el calor de la lámpara podía deformar la película”, explica Fredi. El otro plato iba recogiendo la cinta ya visionada. Aún conservan la estructura que sujetaba los platos.

Tras aquellas proyecciones, posibles gracias a las grandes máquinas que todavía guarda Multicines con sumo mimo, alguna de “lámpara de xenon de 2.500 watios de luz, había un trabajo totalmente artesanal, que solo los verdaderos amantes del trabajo y el cine lo hacían correctamente”. Multicines tenía a Manuel Alonso, el gerente, “con su carné profesional de operador cinematográfico, siempre ejemplar, con 40 años al pie del cañón”, y todavía en activo, que trabajó con los proyectores más rudimentarios.

Junto a esas moles, “la mesa de madera para montar los rollos” antes de pasarlos a los platos, “y el utillaje de aquellos años ocupan un amplio espacio tras la pared de una de las salas de este cine, historia viva de aquel oficio que llegó a emplear carbón para dar la luz necesaria a los fotogramas, bien lo sabe Manuel Alonso, que fue empleado del Arias y del Ramos, destaca Fredi, que ensalza a quien es “más que un padre cinematográfico y de vida para mí”.

La tecnología ha dado un vuelvo absoluto a la forma de trasladar los films a las salas de cine. “Aunque se requiere de conocimiento técnico, claro está, para formatos, el cambio de lámpara, etcétera”, un “ordenador desde el que se accede a un servidor” ha enterrado a aquellos rollos de película. El distribuidor deja en Internet el listado de películas, con fechas y horarios de emisión cerrados. Lejos queda “un oficio de dedicación, con los proyectores”, personal ocupado de enlazar los rollos y pasarlos al proyector; “el acomodador y el de taquilla”. Y “las sesiones continuas”. La zona de ambigú para dar un respiro a los clientes en el descanso de las películas es ahora un pequeño mostrador donde avituallarse antes del inicio de la película.

La magia de los 35 milímetros, perdida a golpe de clic

Este gerente ha vivido muy de cerca esas transformaciones, metido de lleno desde los 18 años entre las bambalinas del negocio que en Zamora dio sus primeros pasos en 1897, en el Teatro Principal. Conoce bien las crisis de los últimos 30 años y los entresijos de la fulgurante adaptación tecnológica que ha zarandeando a la industria desde los años 70 del siglo pasado, con la irrupción de la televisión. El aterrizaje de los vídeos VHS en los años 80 obligó a reconvertir los cines clásicos, a “parcelar” aquellas grandes salas con platea y gallinero para incrementar la oferta. En 1993, nace Multicines Zamora y otros, como el Barrueco o el Arias, se rehabilitan para sobrevivir.

Restaba la revolución digital que ha modificado también el modo de consumo. Los gustos del espectador cambian al ritmo de este tiempo enloquecido por las prisas, “es más exigente ahora, tenemos de todo, en cuanto a entretenimiento, pero se quiere consumir todo y de forma más rápida, no hay tanta paciencia” como antes, agrega el gerente. Y lamenta que “se haya perdido el gusto por descubrir grandes joyas”. Pero el tsunami estaba por llegar: las plataformas en streaming. ¿Será posible competir?, “todo puede convivir, se puede venir al cine y verlo en casa. Algunos estudios apuntan a que 200 millones de personas se darán de baja de alguna plataforma”. ¿El cine, en peligro de extinción?, “puede que haya menos salas por ciudades, pero seguirá: más pequeños y que cuiden la programación; y las grandes cadenas que apuestan por más confort y comodidad”. Pero, “sinceramente, nadie sabe” cual será el futuro. Fredi termina con un “agradecimiento a muchas familias, a padres, que crecieron en el cine y ahora traen a sus hijos”. Y vislumbra un claro en el horizonte: “Éxitos como Canta, Minions y muchas más nos hacen pensar en que hay cantera” de espectadores. “Ojalá”. Pues eso, “más cine, por favor”.

La magia de los 35 milímetros, perdida a golpe de clic