La escritura Belén Gopegui ha visitado Zamora para dar a conocer su último texto en un encuentro con los lectores en la librería Octubre, una cita que estaba prevista días antes de la declaración del estado de alarma.

–En su última novela “ Existiríamos el mar” plantea la vida de cinco personas de unos 40 años que se ven abocados a vivir juntos. ¿Qué le mueve a fijar su punto de vista en esta realidad que viven muchos españoles?

–La literatura no es estadística, pero tampoco está fuera de la realidad. De la situación de compartir piso por necesidad a esa edad surgen actos, gestos, peripecias menores en las que, sin embargo, se juega el destino de los personajes, y eso es parte de lo que quería contar, cómo vivir entre la libertad y la necesidad, queriéndose y luchando contra lo que interfiere y a veces impide que las personas se quieran.

–El convivir sin ser familia a cierta edad rompe con ciertos convencionalismos en los que hemos sido educados.

–La familia nuclear no es ninguna panacea, la familia fue el sitio donde el patriarcado campaba a sus anchas, ocultaba la violencia e imponía la reproducción de unos valores injustos, y en muchos contextos no ha dejado de ser ese sitio todavía. Al mismo tiempo, la continuidad entre generaciones, custodiar el tiempo que nos toca, como decía Roque Dalton, para que lo disfruten quienes nos seguirán es un impulso muy bello y necesario. Puede ser o no con los hijos propios, lo que importa es que haya un clima de generosidad, de oposición a lo que daña, y de atención a algo más que a la propia reproducción. En todo caso, es bueno recordar que hay varias formas distintas y posibles de compartir el paso por la vida.

– “Nos pasamos la vida persiguiendo la personalidad, en las redes, en las stories, en los vídeos, en la vigilia de nuestra esperanza, pero ya no. Prefiero perseguir el carácter. Si no tengo un carácter, no tengo nada para hacer después”, dice uno de los protagonistas de la novela. ¿Qué opina del papel que otorgamos actualmente a las redes sociales?

–Más que redes sociales habría que decir los productos así llamados por las plataformas, puesto que las verdaderas redes sociales son las que se construyen en las relaciones de vecindad, trabajando en proyectos comunes, saliendo al monte o tejiendo un movimiento social emancipador. Las plataformas se han configurado, y los Estados lo han permitido, como monopolios. Sucede además que muchos trabajos exigen participar en ellas para difundir lo que se hace. Hay un libro magnífico, “No seas tú mismo”, de Eudald Espluga donde se explica muy bien que el problema es más amplio que intentar dar más o menos papel a las plataformas,

–Explíquese.

–¿Por qué ha penetrado en todos los rincones la idea de que hay que ser productivo? Sobre todo, diría, cuando no se añade el predicado: ¿cómo puede ser valioso ser productivo en sí mismo, sin tener en cuenta qué se produce ni las consecuencias que tiene producirlo? A partir de poner esto en cuestión, también con actos y con leyes, se abre un camino más claro, me parece, para enfrentarse a lo que juzguemos errado en las plataformas que gestionan las llamadas redes sociales.

–La solidaridad también planea en su novela cuando los personajes se unen para saber del paradero de Jara, que, sin trabajo y, por lo tanto sin perspectivas vitales, ha desaparecido sin dejar paradero alguno.

–Los personajes saben que son parte, que son con Jara. La imagen de la media naranja no era buena porque sugería que una persona sin una pareja no estaba completa; la cuestión, en cambio, es, diría, saber que cada persona, completa a su modo, se despliega en otras, crece en otras. Nos parecemos más a la copa de un árbol cuando se mueve y el sol atraviesa las hojas y las raíces hablan en silencio, que a un árbol de plástico navideño aislado, capaz de existir en cualquier sitio pero con una existencia fría y destrenzada de la vida.

–Precisamente el personaje de Jara tiene uno leve desequilibrio psíquico. ¿Es necesario dar visibilidad a los problemas de la salud mental tan tapada y olvida por el sistema sanitario?

–Sí, y también es necesario recordar que, en la mayor parte de los casos, esos problemas tienen un origen social, no hay solo un posible desequilibro químico, por eso hay que trabajar en lo que los ocasiona, desde las condiciones de trabajo, la competitividad, la inseguridad hasta la falta de salarios sociales en forma de educación, salud, espacios luminosos y compartidos, además de en tratamientos. Incluso en los casos en los que temerariamente se pudiera afirmar que la causa principal es química, seguiría siendo necesario trabajar para que exista una sociedad que no deje atrás a los más débiles. Los sujetos frágiles, contaba en “El padre de Blancanieves”, en relación a las algas y el medio marino pero sirve también para la sociedad humana, son quienes antes perciben el deterioro del medio, son los primeros en caer y su caída nos alerta de que algo no va bien. Por otro lado, ¿qué sentido tiene un grupo humano que abandona a quienes caen, que deja a las familias solas a cargo de algo que nos atañe a todas, que no es capaz de construir lugares ni relaciones sociales donde cada persona, también las que primero se quiebran, pueda encontrar un espacio amable para vivir?

–Pero, ¿las administraciones no están dejando un poco de lado a esa gente dado que son muchas ong las que han asumido la ayuda a quienes ahora sufren las colas de hambre, por citar un ejemplo?

–Sin duda; la voluntad de ayudar no debería suplir jamás lo que es una obligación del Estado. No en vano la Constitución lo define como un Estado social y democrático de derecho. En realidad tal vez habría que quitar la copulativa, difícilmente un Estado que no sea social puede ser democrático, cuando la desigualdad causa tantas bajas, impide que las personas que caen ejerzan su derecho a votar, dejan de contar, se convierte, según describía recientemente el escritor Rafael Reig en una tertulia literaria, en fantasmas, fantasmas por despido, fantasmas por desahucio, fantasmas por hambre, por frío, por falta de atención médica. Hay que exigir a las administraciones públicas que cumplan lo que no puede ser un acto de buena voluntad porque es su obligación y el derecho de las ciudadanas y ciudadanos a, en definitiva, la vida.

–En su literatura confiere luz a los problemas sociales del momento ¿por qué?

–Es difícil, diría que imposible en la mayoría de los casos, separar el problema social del individual. Con esto no pretendo proporcionar excusas para que cada individuo pueda evadir su responsabilidad, sino decir que hay algo fantasioso, irreal, en la idea de que la historia de una pasión amorosa o de una infancia en un pueblo o cualquier otra cosa, es solo personal o individual. La vida es complicada, a menudo chapucera, la alegría es muy poderosa pero limita al norte con la tristeza y al sur con las complicaciones, y me interesa la literatura que no traza fronteras idealistas, que conoce la mezcla y el entrelazamiento.

–¿Se siente una escritora comprometida con el tiempo en el que vive?

–Cada texto que se hace público se compromete, lo quiera o no, con el tiempo en que vive, puede querer acabar con este mundo tal como está organizado o puede querer agasajarlo. Diría que mis textos entran en discusión con las ideas y las narraciones recibidas, esas que contribuyen a hacer que la rueda de la ganancia a costa de lo que sea siga girando.

–¿Corren buenos vientos para la literatura social?

–La literatura siempre es social porque trabaja con lo más social que conocemos, algo que nunca puede ser individual, el lenguaje.