Victoria Camps acumula un bagaje difícil de igualar en el estudio, enseñanza y transmisión de conocimientos vinculados a la rama de la Ética y la Filosofía. Sus análisis, reflexiones y obras escritas la convierten en un referente dentro de este área del conocimiento y en un activo para el país como persona capaz de descifrar y explicar con llaneza algunos de los problemas más acuciantes que afectan a la sociedad. Recientemente, la intelectual barcelonesa pasó por Zamora y aportó su punto de vista sobre el problema de la despoblación. En esta entrevista, profundiza sobre ello y aborda otras cuestiones como la alternativa federalista, los populismos, el avance del movimiento feminista y las consecuencias derivadas de la pandemia.

La filósofa, durante su reciente visita a Zamora. | Emilio Fraile

–Usted habló, durante su intervención en el Consejo Consultivo de Zamora, del concepto “democracia cuidadora”. ¿Cómo lo define?

–La idea no es mía, sino de una politóloga canadiense que se llama Joan Tronto y que tiene un libro que se titula así, aunque aún no ha sido traducido al castellano. En resumen, se trata de reforzar la figura del cuidador, que está en alza porque existe una ética al respecto y la necesidad de considerarlo como un valor fundamental en la vida. El cuidado debería convertirse en un derecho universal que nos obligue a todos, y no solo a los ciudadanos, sino también a los gobiernos y a las instituciones. Si hablamos de la democracia del cuidado, eso no tiene que ver solo con el ámbito sanitario y asistencial, sino también con la vida democrática en general. Para resumirlo en palabras de esta autora a la que me he referido, ella dice que un Estado que se toma en serio el cuidado es un Estado que detecta necesidades y reparte responsabilidades. Creo que es una frase que lo dice todo. Se trata de ver quién necesita ayuda, cuáles son las carencias que tenemos en nuestra sociedad y cómo debe actuar el Estado para hacerles frente.

–En esa línea, la España Vaciada es el lugar que más cuidados necesita por parte del resto del país. ¿Qué se puede hacer para distribuir mejor los bienes y los servicios?

–La España despoblada debería incluirse también en esa necesidad de cuidado, de tener en cuenta a los más desfavorecidos y a los que precisan de una atención especial para llegar a una sociedad más equitativa. Desproveer a los territorios, a los pueblos o a las ciudades más de provincias de los servicios fundamentales es no proveerlas de las fuentes de cuidados que necesitan. Ese es un foco importante que hay que atender.

–Desde el punto de vista del pensamiento de las personas, ¿es razonable que la población de estas zonas castigadas se sienta agraviada?

–Pues claro. Yo no he vivido esa situación y, por lo tanto, no puedo hablar por mí misma, pero es verdad que hay gente que no quiere irse del lugar donde ha vivido y ha crecido, y suele ser gente mayor. Por lo tanto, es la población que más necesita los servicios y un cuidado especial. Por otra parte, la despoblación tiene su causa, básicamente, en que la gente joven no puede o no quiere seguir viviendo en zonas rurales o ciudades pequeñas. Ver cómo eso se puede solucionar, o cómo se pueden poner incentivos para que deje de ocurrir debería ser una preocupación del Estado, como también encontrar en esas zonas una motivación para que la gente vaya a ellas.

–¿Cómo se puede lidiar con el desarraigo?

–Yo creo que hay que tener mucha imaginación. Por una parte, es lógico que la gente joven prefiera vivir en grandes concentraciones urbanas, pero también tiene que ver con una forma de vida que hemos ido alimentando y que ha ido creciendo, se ha ido extendiendo y no es la más adecuada para que eso se resuelva o para que se produzca la transición ecológica que necesitamos. Yo no te puedo dar una solución, pero hay personas que confían en que los jóvenes tengan una cierta nostalgia de vivir cerca de la naturaleza y eso les haga moverse a zonas rurales, o también que una forma de vivir más tranquila, gracias al trabajo telemático, ayude a que se resida en otros lugares. Pero esto necesita otras infraestructuras y un cambio más global, más allá de esperar que unas personas concretas lo reviertan con sus acciones.

–¿El sistema capitalista que apuesta por crecer, crecer y crecer ha ido en detrimento de los lugares más pequeños?

–Sí, el sistema capitalista y la forma de vida que tenemos. A todos nos gusta vivir en lugares donde podamos ir al cine, al teatro, a conciertos, al fútbol, a restaurantes... Es decir, un tipo de vida que no es el que facilita vivir en lugares más alejados. Eso deriva de la economía capitalista, pero es algo que hemos consentido todos. Diría que incluso nos gusta más vivir de esta manera.

–Usted habla de las ventajas que traería un sistema federal a España. Más allá de su impacto para zonas como Cataluña o País Vasco, ¿cree que ese modelo favorecería también a los territorios despoblados?

–Pues seguramente sí. Si entendiéramos de verdad en qué consiste el espíritu federal, que creo que es lo que nos falta. Ya tenemos un Estado bastante descentralizado, pero donde cada autonomía, sobre todo las de mayor empuje nacionalista, lo que quiere es recuperar su propia tradición. Lo que falta es que haya una lealtad al conjunto de España y una unidad y una cooperación. Cooperar desde la diferencia es la mejor forma de aprovechar la riqueza de todos y cada uno de los territorios. Eso es lo que habría que fomentar y una forma de hacerlo es cambiando nuestra mentalidad. También convendría incentivar esas formas de vida que pueden llevar a revitalizar lo que ahora se está despoblando, y lograr que eso ayude a fomentar la cooperación.

–España se encuentra, desde hace bastantes años, en un sistema de gobernanza multinivel. ¿Cree que todavía hay una gran parte de la sociedad aferrada al concepto de Estado unitario?

–La pluralidad debería desactivar ese concepto de nación unitaria, pero hace todo lo contrario y lo multiplica. Lo que se quiere en Cataluña, por ejemplo, es crear un Estado-nación más pequeño. Ese modelo, en un mundo global, ayuda poco, porque no atiende a lo que no encaja en ese modelo.

–¿Cómo se ha llegado hasta el punto de que haya partidos, con mucho respaldo electoral, que rechacen todo lo que parece diferente?

–El rechazo hacia lo diferente es una forma de atraer al electorado, porque a eso diferente se le achacan muchos de los males que sufre la sociedad y que no tienen que ver con la existencia de inmigración o de ciertas reivindicaciones, sino que son estructurales y tienen otras causas. Pero es la forma que se comprende mejor, el encontrar culpables. Y culpar a aquello que se distingue de la identidad propia es una fórmula que funciona electoralmente. Es una explicación del éxito de los populistas.

–¿Qué puede suponer eso para la convivencia social?

–Para la convivencia social es malo, claro, porque el populismo crea confrontación y polarización, que es lo contrario de la convivencia. De lo que se trata no es de intentar ver lo bueno que hay en el diferente, sino de ver solo lo que parece que perjudica. Por lo tanto, expulsa al otro, no lo integra, y la no integración del otro es lo contrario a la convivencia.

–¿Cree que el conflicto catalán ha ayudado a azuzar esta polarización y que ha contribuido a incrementarla en el resto de España?

–Sí, porque toda polarización hace que los extremos se alimenten. Cuando surge un movimiento como es el independentista y, por el otro lado, en lugar de intentar acercarse y comprenderlo, se niega cualquier posibilidad de entendimiento, se crea un aliciente para que los extremismos se vayan alimentando y se mantengan. No se hacen esfuerzos por ver de qué forma se puede resolver esa situación antagónica.

–En el plano político, también la España Vaciada apunta ahora a una integración en el juego, aparentemente al margen de la brecha ideológica. ¿Cree que es razonable que la población de esas zonas, a la vista de la situación, apueste por el pragmatismo que ofrecen algunas de estas opciones?

–Creo que eso, de momento, es una fórmula que puede funcionar para llamar la atención sobre las necesidades reales y más pragmáticas de los territorios que se sienten abandonados. Nuestro sistema electoral no ha conseguido atender esas circunstancias, a pesar de que la fórmula que se ideó tenía como objetivo que las poblaciones más pequeñas tuvieran más representación política. Esa representación, finalmente, no se ha preocupado de la despoblación, sino de otras cosas, y quizá esto que aparece ahora sea una fórmula para lograrlo. Al final, esto ha sucedido igual con otras cuestiones, como la revolución por la igualdad de la mujer. Si no hubieran sido las mujeres quienes hubieran reclamado más igualdad, no lo habrían hecho los hombres por ellas. Por tanto, el que se siente más afectado y más abandonado es el que tiene que reclamar más atención.

–Al hilo de lo que menciona sobre el movimiento feminista, ¿están siendo estas dos primeras décadas de la centuria el siglo de las mujeres que usted demandaba en su obra?

–Espero que, en el siglo XXI, haya que dejar de hablar del siglo de las mujeres porque ya estemos todos igualados. Lo espero, pero tenemos todavía mucho siglo por delante. El libro que menciona lo escribí en el XX, que fue verdaderamente el siglo de las mujeres, aunque fue el de una revolución que no se ha culminado. Queda mucho por conseguir, pero en las próximas décadas deberíamos lograrlo. Lo ideal sería dejar de hablar de reivindicaciones feministas cuando ya no sea necesario.

–¿Cree que las conquistas feministas corren el riesgo de sufrir una regresión, ante el panorama social que se está dibujando?

–Hay un problema, que es que el feminismo, que se ha extendido muchísimo y se ha revitalizado en los últimos años, puede empezar a dividirse por cuestiones que no tienen gran cosa que ver con el movimiento. Por ejemplo, toda la polémica transgénero no debería ser una cuestión liderada por el feminismo, porque no afecta solo a mujeres y tiene que ver con la desigualdad en otros sentidos. Entonces, pueden darse divisiones, más allá de que, si un movimiento se hace más grande y visible, es lógico que haya posicionamientos distintos. Por otro lado, también es bueno que haya discusión y que haya debate, pero yo no creo que el feminismo tenga un retroceso. Hay una conciencia feminista muy potente en estos momentos.

–¿Concluirá el siglo XXI con todas las conquistas demandadas por el feminismo o no se atreve a pronosticarlo?

–No, no me atrevo a pronosticar nada, porque además tampoco lo veré, pero hay mucho por conseguir, sobre todo en países que aún están muy atrasados y que tienen todavía la unión entre religión y política, como ocurre en los países islámicos. Hay muchas conquistas que aquí ya damos por supuestas y que allí hay que conseguir. Cualquier cambio de paradigma es lento y ya lo veremos, pero creo que vamos por el buen camino.

–También parece ir por buen camino el final de la pandemia, más allá de algunos sobresaltos. ¿Cree que saldremos más fuertes, como dictaba el eslogan del Gobierno, o piensa que esto dejará un trauma importante en la sociedad?

–Yo creo que no debería ser un trauma difícil de superar. No digo que lo hayamos hecho ya, pero pienso que estamos en la vía para hacerlo. El virus ya es otra cosa, ya convivimos con él y no tiene la afectación profunda y grave del principio. La pandemia nos tendría que hacer fuertes en el sentido de aprender de las deficiencias que teníamos. Eso no deberíamos olvidarlo, pero no de una forma traumática, sino como una crisis que nos ha de ayudar a mejorar.

–Usted conoce al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. ¿Considera que esta crisis le va a reforzar o le va a complicar la continuidad?

–Pues depende de cómo se gestione lo que falta. La pandemia está, de alguna forma, superada, pero la crisis económica no y eso es más difícil, porque es más lento. La crisis económica no se soluciona con vacunas y hay que hacer un trabajo que suscita mucha polémica, que hay que gestionarlo con cautela, prudencia y valentía, y todo eso es muy difícil ponerlo en marcha todo junto.