Leonor Ribeiro tiene doble nacionalidad, “como los futbolistas”. Nació en Portugal, pero a los 24 años vino a hacer la vida a Zamora y encontró su destino en el barrio de Los Bloques. Allí sigue después de jubilarse, aunque el camino aparezca ahora minado de “problemas para las mujeres mayores y viudas”. Ella misma lo cuenta desde el banco que comparte con una de sus amigas en la esquina entre la calle Colón y Reyes Católicos, donde disfruta de la fuerza del sol a mediodía. “Ahora pago 300 euros de renta con una pensión de 720; es imposible el tema de la calefacción”, señala tras constatar el efecto que está teniendo en su bolsillo el incremento de los precios.

El caso de Ribeiro no es único en la zona. La renta media por persona en el eje principal del barrio de Los Bloques se situaba en 8.781 euros anuales en 2018, cuando el promedio de la ciudad se ubicaba por encima de los 12.000. Este entorno, junto a determinadas partes de Pinilla (8.643) y San José Obrero o La Alberca (8.882), se hallaba, ya antes de la irrupción del COVID, entre los más sufridos económicamente de la capital.

La jubilada portuguesa y su compañera de fatigas, que prefiere evitar identificarse, hablan sobre ello en el contexto de un aumento del coste de la vida que está poniendo en jaque al vecindario. “Antes ibas con 20 euros a la frutería y te bastaba; ahora, vas con 30 y te lo gastas todo”, analizan, sin dejar de señalar que, “en este barrio, hay gente que no llega a fin de mes”.

En el centro de la propia avenida Reyes Católicos, José Manuel Hernández y Alejandro Criado descansan las piernas junto al perro que les acompaña, que tira en vano para seguir con el paseo. Con la mascarilla enfundada, estos dos jubilados lanzan una advertencia muy clara: “Aquí vamos a tener un invierno negro, muy duro”.

José Manuel Hernández y Alejandro Criado, A. B.

Hernández es el más locuaz de los dos y expresa con firmeza sus argumentos; casi todos, basados en datos que le aporta su propia experiencia diaria en la gestión del hogar: “El pan costaba 60 céntimos y, ahora, son 70 o 75; vas al supermercado y ha subido unos céntimos la leche, otro poco el agua y también el aceite de girasol, ya no te digo el de oliva. Y eso que yo voy al establecimiento más barato”, afirma sin titubeos.

El vecino de Los Bloques remarca que las conversaciones sobre esta subida de los gastos se han consolidado como el tema recurrente de las tertulias en el barrio: “Si hablas con la gente por aquí, te lo dirá”, apunta Hernández, que trabajó como encofrador antes del retiro y que ahora está haciendo un máster involuntario en economía del día a día. “También hay familias que tienen a sus hijos y a sus nietos a cargo y les toca tirar de una pensión que da para lo que da”, lamenta el jubilado zamorano.

Lo cierto es que los datos son diáfanos. El incremento de los costes ha provocado subidas drásticas en determinados suministros básicos, y eso se ha trasladado a la cesta de la compra. La inflación alcanzó un 5,6% en la provincia de Zamora tras el mes de octubre, con incrementos anuales del 70% en el precio de la luz, del 25% en la gasolina, del 30% en el gasoil, del 6% en las bebidas no alcohólicas y del 2% en los artículos de alimentación.

Gasolinera en Pinilla. Ana Burrieza

En esa oleada de encarecimientos, los primeros que reciben el golpe son aquellos que ya iban justos antes del topetazo. Una mujer que se identifica como Ángela incide en ello desde el corazón de Los Bloques. “Directamente, no puedo poner la calefacción”. En otra de las indistinguibles calles del barrio, una pareja con un menor y otras dos señoras abundan en el conflicto de los suministros y aluden a productos concretos en los que la realidad se vuelve más palpable: “Las galletas que come el niño también han subido y el aceite... Ya ni el más barato”.

En este y otros barrios de la ciudad, el cariz que está tomando el asunto está obligando a las ONG a prepararse para un invierno intenso. En Cáritas, ya empiezan a palpar este escenario a través de sus usuarios habituales: “Hay personas que nos han dicho que las tarjetas de alimentación dan para mucho menos”, reconocen desde una organización que también está sufriendo el incremento de los precios a nivel interno: “Pagamos mucho más por los pedidos que hacemos para los centros, y eso se une a los costes de la luz o el gas”, sostienen.

En Pinilla, otro de los barrios más castigados desde el punto de vista de la renta, varios vecinos rehuyen la cuestión. Las respuestas monosilábicas exhiben una postura que va del desinterés a la resignación. Casi todos reconocen que el coste de la vida puede pasarle factura al vecindario, pero la mayoría opta por no entrar en demasiados detalles.

En la esquina de la calle Alcorcón, Antonio Merchán lee la prensa apoyado sobre la fachada. Bien pertrechado contra el frío, y abrigado hasta la punta por una boina, este vecino sí se estira algo más en su testimonio: “Mi nuera y mi hijo se quejan bastante de los precios”, cuenta el octogenario, que vive con su familia y que aporta la pensión a la causa. “Yo estoy jubilado y ya lo que se puede”, se limita a reseñar.

Antonio Merchán lee la prensa apoyado sobre la fachada. Ana Burrieza

Cerca de uno de los supermercados del barrio, dos señoras se detienen a hablar en otro esquinazo. Son Josefa Tamame y María Ascensión Nieto, que saltan como un resorte nada más saber de qué va el tema: “¡Esto es vergonzoso!”, claman casi al unísono. “Las hijas me preguntan mucho si necesito algo y, mira, de momento no, pero a lo mejor me toca decirles: dadme, dadme”, lamenta una de ellas. Su compañera reitera que “todo ha subido mucho” y cita el ejemplo que tiene en la cabeza: “Un bote de espárragos que costaba un euro, ahora vale tres”.

Las vecinas de Pinilla tienen claro que este es “momento de guardar”. En su caso, los problemas no se han tornado tan apremiantes como en otros hogares del barrio, pero los tiempos obligan a mirar el euro, o la peseta, como ellas dicen: “Sí, y no lo hagas”, zanjan, a modo de advertencia, antes de despedirse.

En las entrañas de Pinilla, a pie por la calle Amor de Dios, Adoración avanza con las dificultades que le provoca una pierna “mal operada”. Procedente de Cabañales, su día a día le deja poco espacio para tonterías: “No se cómo vamos a pasar este invierno”, alerta la zamorana, que lleva en su mochila particular a un marido en el hospital y a un hijo que es profesor y al que “este año no han llamado”. Sin calefacción, el precio de la luz también amenaza el bienestar de su gente en un horizonte próximo.

Si nada cambia, muchas familias verán puesta a prueba su capacidad para resistir, especialmente en zonas de la ciudad donde se ven historias humanas de auténtica precariedad. Un ejemplo paradigmático se encuentra en el entorno de Rabiche, según atestigua uno de los habitantes de esa parte de Zamora. Su nombre es Manuel de Nacimiento y sus circunstancias económicas le permiten llevar una vida más desahogada que la de los vecinos que le circundan. Ahora bien, eso no quiere decir que esté saliendo indemne de la espiral alcista. Como trabajador de la construcción jubilado, los ingresos mensuales “no crecen al mismo ritmo” que las facturas de la luz y los precios de la compra: “Nosotros todavía aguantamos, pero a ver los jóvenes”, alerta.

En eso de resistir, José Cuesta tiene callo. En estos días de noviembre, el vecino de la calle El Roble, en la zona de La Alberca, va solventando sus quehaceres “como se puede”. Uno de ellos será la compra del gasoil para la caldera y ya va pensando en pagar más de la cuenta: “En este barrio hay de todo, aunque la pensión es muy baja”, analiza el octogenario, que se muestra razonablemente optimista pese a todo: “Mientras haya para pagar la comida y la luz, bien. Al teatro no vamos a ir”.

Vecinos conversan en la calle. Ana Burrieza

Unos metros más arriba, cerca de las pistas deportivas, el discurso cambia: “Lo de los precios ya sabes tú como está, igual que en toda España. De lo que tenéis que hablar es de la situación del barrio. Por aquí no pasa el barrendero y en la pista juegan los niños y mira cómo está”, repasa un vecino mientras pasea al perro. Al ser cuestionado por la respuesta que da el Ayuntamiento a estas quejas, un adolescente reacciona encogiéndose de hombros y con un comentario despectivo.

En la parroquia ubicada en el entorno del barrio, Francisco Díez, conocido como don Paco, forma parte activa de la resistencia contra los sueldos bajos y la precariedad. Gracias al impulso del religioso y a la colaboración del Banco de Alimentos, 45 familias se llevan la comida cada día: “Las peticiones han crecido y siguen aumentando”, certifica el cura.

El problema de los costes puede parecer complejo, pero al final se basa en una cuestión comprensible para todos: “Un kilo de mandarinas cuesta tres euros; ha subido mucho y los sueldos no”, resume, al pie de la calle Peña Trevinca, una pareja de San José Obrero.