Annual, un lugar maldito para España y acompañado siempre por el desastre militar que causó la pérdida de miles de vidas humanas. Muchas, de jóvenes; al menos, casi un centenar de ellas, de zamoranos. Esa es la cifra que maneja Santiago Luis Domínguez (1962), uno de los miembros fundadores de la Asociación de Estudios Melillenses. Durante años, este funcionario de la Administración del Estado ha recopilado datos y nombres relacionados con un episodio del que se cumplieron cien años el pasado verano. Este jueves, a partir de las 20.15 horas y en la sala de conferencias del Archivo Provincial de Zamora, este experto hablará sobre los aspectos de aquella derrota que han pasado desapercibidos durante todo este tiempo.

–¿Cómo se puede resumir aquella campaña militar tan lesiva para España?

–En el año 1921, se produjo una grave derrota para España, que provocó el derrumbamiento de la comandancia de Melilla. Esto se ha conocido siempre como el Desastre de Annual. En torno al lugar que le da nombre tuvo lugar esta derrota, que causó un gran número de bajas. Aún no sabemos cuántas. La cifra es muy difícil de fijar y hay muchas variables que hay que tener en cuenta en este tema. Yo llevo muchos años trabajando con todos los listados y he contabilizado unas 7.600 o más.

–¿Sigue existiendo la posibilidad de acceder a datos nuevos que acerquen a los expertos a una cifra más exacta?

–Afortunadamente, todavía aparece documentación que nadie había tocado. No es que aparezca de la nada; estaba allí, pero la labor de investigación en este tema es muy dura. No consiste en llegar y encontrar lo que buscas. Te puedes cruzar con un listado económico de pensiones para víctimas de diferentes lugares y yo he llegado a encontrarme un listado de muertos dentro de un expediente de obras, para que te hagas una idea. En España, hemos progresado en el tema de los archivos y somos punteros en esto, pero todavía tenemos muchas lagunas. Entonces, esa documentación hay que buscarla y encontrarla a través de una investigación ardua. En su día, hubo un mandato para ordenar estos listados, por tema de herencias y demás, pero muchos no han aparecido, lamentablemente.

–¿Tiene la sensación de que se quiso olvidar aquella derrota?

–Hay que recordar que fue una derrota absolutamente inesperada. Sí que hubo algunas mentes preclaras que, ya en su momento, veían que no se estaba haciendo bien, pero en general no se esperaba lo que luego ocurrió. De hecho, la reacción que se produjo en España no fue la revolución que cabría haber esperado y la gente no se echó a la calle en masa por todos aquellos jóvenes que murieron. Sí se generó un cierto deseo de venganza. Luego, se pidieron las responsabilidades, que apuntaban muy alto, pero al final un grupo de militares acabó dando un golpe de Estado en 1923. Hay autores que piensan que hay que buscar aquí un antecedente de la Guerra Civil. La verdad es que luego hubo militares africanistas que participaron en la contienda. En ambos bandos.

–Usted tiene registrada la procedencia de los muertos en esta campaña. ¿Qué cifras maneja de zamoranos caídos?

–Hay que tener en cuenta que las cifras que yo manejo no son absolutas y, por tanto, podría haber más, pero tengo contabilizadas, con total certeza, a 94 personas de la provincia de Zamora, 94 soldados que murieron en esos días. Concretamente, hay fallecidos procedentes de 86 pueblos de la provincia. De donde más hay es de la capital, que lógicamente era el sitio con más población. De allí procedían ocho, pero ya digo que, en toda la provincia, hay 94 como mínimo, confirmados y certificados, que murieron en esos días. Posiblemente haya más. Hubo familiares que solicitaron una pensión y, por determinadas causas, fueron excluidos.

–¿Cuál es el perfil común de esos jóvenes que perdieron la vida entonces?

–De ellos tengo todos los datos: el pueblo de procedencia, dónde estaban destinados, los nombres de sus padres... Eran personas muy jóvenes, nacidas a principios de siglo; casi todas, pertenecientes a los reemplazos de 1918, 1919 y 1920. Aparte de la capital, también hay varios fallecidos procedentes de Toro o Benavente, y luego muchos municipios que tienen un solo soldado muerto. Hablo, incluso, de localidades que hoy han desaparecido. La mayoría son soldados rasos, pero hay varios sargentos e incluso un capellán castrense.

–¿Partían todos de una situación similar de escasos recursos?

–A casi todos es lo que les había tocado. Era el sistema imperante, y ahora lo vemos como algo injusto y malo. Hay que tener en cuenta que había soldados que pagando se libraban o tenían una mili más cómoda. En aquellos tiempos, el servicio duraba tres años y las personas de entornos más favorecidos podían reducir el tiempo o quedarse en el regimiento de Toledo. Las familias pobres fueron las que pusieron a los muertos. Los que vinieron a África son los que no habían podido pagar. Estamos hablando de gente dura, la mayor parte de la cual procedía del mundo rural. Muchísimos de ellos eran analfabetos; hay que tener en cuenta que, por entonces, el analfabetismo estaba en torno al 50% o un poco menos. En general, era gente sin recursos y personas jóvenes a las que les tocó en el sorteo un número muy bajo.

–¿Cómo se recuerda en Melilla este hecho tan traumático para la Historia de España?

– La memoria colectiva hace referencia a unos días de angustia, con muchas escenas de pánico entre la población civil. También, una vez se recuperaron los cadáveres, se produjeron muchas escenas de dolor. Hay que decir que hubo personas que llegaron a vender tierras y bienes que tenían en la península para llegar hasta aquí y saber qué había pasado con sus hijos y el resto de sus familiares.

–¿En qué aspecto concreto va a centrar su charla de hoy?

–Voy a hacer un resumen de los hechos, voy a poner en antecedentes lo que ocurrió y voy a centrarme en los 94 zamoranos que cayeron. También voy a hablar sobre la vinculación existente entre dos zamoranos que participaron en los hechos y Melilla. Me estoy refiriendo a un teniente que sobrevivió, y a un habitante de Argujillo, que vino a Melilla, se convirtió en una afamado médico y promovió que Melilla tuviera un instituto de Bachillerato. Su nombre es Leopoldo Queipo Riesco.