Su voz suena clara y enérgica con ese suave deje manchego que aún conserva aunque arrastra aún la ausencia de su esposa, fallecida en febrero de 2020 con la que compartió 60 años de complicidad y arte. Es un hombre afable y conversador al que se le iluminan los ojos cada vez que percibe un instante digno de ser retratado. Es el más grande y sin embargo habla con la humildad de un alumno primerizo. Los años y la vida no han pasado en balde, pero su capacidad de asombro y su entusiasmo por el arte siguen intactas como el primer día. Como si en ese cuerpo de más de ocho décadas continuara expectante aquel niño de Tomelloso que con solo 12 años copiaba todas las láminas de pintura que caían en sus manos mientras aprendía contabilidad y mecanografía en el pueblo para labrarse un futuro, como el de otros tantos. Su tío, el también pintor Antonio López Torres, le retó a realizar su primer dibujo al natural superando todas las expectativas. Estaba claro que en la casa no había un futuro oficinista sino un pequeño genio en potencia que llegaría tan lejos como le diera la gana. A sus 85 años, el pintor y escultor Antonio López, nacido el mágico día de Reyes, mira hacia atrás con ternura y cariño pero sin nostalgias. Sabedor de que lo mejor de su vida ya ha pasado pero con ganas y buenas excusas para seguir disfrutando, anclado a su caballete y a esas tablas y lienzos que simultanea sin prisa pero sin pausa.

Antonio López visita el estudio de José María Mezquita en Zamora. Ana Burrieza

–Sólo hay que escucharle unos segundos para intuir que le sigue apasionando su oficio después de 70 años de trabajo.

–Pues sí. La verdad es que sí.

–¿Y cómo se hace eso? Cuénteme el secreto.

–Jajaja. Hay gente a la que le pasa esto también. Los sacerdotes siguen siendo sacerdotes y no se cansan nunca de serlo. Hay personas que se quieren y se quieren hasta la muerte. Pues piensa que esto es también una forma de amor eterno. Si eliges bien te va a durar toda la vida. 

–¿Qué queda de aquel niño que llegó de Tomelloso a Madrid con sólo 13 años?

–Todo. Bueno, casi todo. Era un niño pero tenía muy claro lo que quería. Estaba totalmente hechizado por esa nueva vida que se presentaba ante mis ojos, la posibilidad de aprender pintura en Madrid y de convertirme en pintor. Me preparé durante un año para el ingreso en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. Había unas 50 plazas para 300 alumnos y… aprobé. Crucé aquel umbral de la vieja sede que estaba en la calle Alcalá con 14 años y aquello me pareció un mundo nuevo y asombroso en el que fui muy feliz.

De estas manos del gran maestro han salido las mejores obras figurativas del siglo XX. Ana Burrieza

–Allí conoció a un grupo de personas que al igual que usted hicieron carrera en el arte y que se convirtieron en sus compañeros de vida.

–En aquel tiempo, principios de los años 50, no había demasiadas cosas interesantes que hacer en Madrid. La Escuela lo era todo. Allí estaban tus compañeros, tus profesores, tus amigos...Allí nos pasábamos el día, desde las nueve de la mañana que empezaba la clase de pintura hasta las nueve de la noche que terminaba la clase de dibujo.

–Esa intensidad en el trabajo propició vínculos indestructibles. ¿Una nueva familia?

–En mi caso así fue. Tuve la inmensa suerte de encontrar a una serie de personas, todas ellas mayores que yo y que sabían más que yo. Me acerqué a ellas porque tenía una curiosidad y un interés enorme en aprender, en hacerme pintor y en saber de pintura. Y ellos me enseñaron mucho, además de los profesores, claro. Se convirtieron en amigos entrañables con los que he hecho el camino de la vida. Entre ellos estaba María Moreno. Así conocí yo a Mary.

Maestro y discípulo, Antonio López y Mezquita, conversan en el estudio del artista zamorano. Ana Burrieza

–Su luz...¿Quiere que hablemos de ella o todavía le duele?

–No, no, hablemos, no me importa. Yo tenía 18 años y estaba en el último curso de la carrera. Ella acababa de empezarla con dos o tres años más que yo. Era muy guapa y yo la verdad es que no soñaba con poder alcanzar nunca a una mujer tan maravillosa. Nos hicimos muy amigos. Después yo volví a Tomelloso un tiempo, hice la mili y con tres años más, las cosas cambiaron... y comenzamos a salir. Yo no me lo podía creer, jajaja.

–60 años de amor y arte. ¿Fue fácil?

–Fue fenomenal. El hecho de compartir la misma profesión te permite tener una complicidad y un entendimiento total con la otra persona. Fuimos muy cómplices. No hubo nunca celos profesionales ni nada parecido. Todo lo contrario. Mary para mí fue un apoyo constante. Aunque ahora debo decir que en algo sí me equivoqué con ella. Creo que hice demasiado de profesor con Mary. Y no debí hacerlo. Mi mujer ha influido mucho en mi vida y por supuesto en mi obra. Ha sido una gran pintora, incluso mejor que yo.

El oficio de artista es como un amor eterno que si lo eliges bien te dura toda la vida

Antonio López

–María Moreno, usted y sus amigos conformaron lo que en el mundo del arte del siglo XX se conoció como la “Escuela Madrileña”. ¿Una generación?

–Una excepción. La mayoría de la gente que estudia Bellas Artes no consigue vivir de la pintura. Acaba en la enseñanza o en otros lugares. Por tanto lo que nos pasó a nosotros fue algo que pasa raras veces. Lo mío, lo de Lucio, lo de los hermanos López, lo de José María Mezquita, lo de las mujeres del grupo… Acabar viviendo del arte es un sueño muy difícil de conseguir. Nosotros caminamos juntos, nos hicimos muy amigos y trabajamos en una dirección semejante desde la figuración o la abstracción. Pero repito, siendo una excepción no una generación. Hay demasiada gente con talento en todas las artes que se quedan por el camino.

–¿Siente nostalgia del pasado?

–No, ninguna. Me gusta mucho mirar atrás pero no lo hago con nostalgia.Me gusta mucho recordar a esas personas que ocuparon tanto espacio en mi vida pero no tengo nostalgia. Nunca volvería atrás. La vida es para vivirla una vez. Yo desde luego no quiero repetir.

El arte es siempre misterioso y mágico, y si no es así será otra cosa pero no es arte

Antonio López

–Profesor, escultor, pintor al natural ¿Sigue pasando largas horas como Mezquita a la intemperie?

–Cada pintor tiene su forma de trabajar en relación a lo que quiere conseguir. Yo necesito trabajar mucho al natural, como él. Es lo que a los dos nos distingue del resto de pintores figurativos. Nosotros sufrimos de lo que llamamos dependencia del mundo real y es de eso de lo que sale nuestro trabajo.

Los dos grandes pintores observan el libro sobre sus vivencias recién editado. Ana Buerrieza

–Pintar al natural cuenta con grandes aliados que en algún momento dejan de serlo...

–El paso del tiempo está por encima de nuestras pequeñas aventuras. Si quieres pintar la flor tienes que acomodar el lenguaje de tu pintura a la rapidez con que transcurre la vida de la flor. La luz aprendes a manejarla. Es como el hombre del campo que sabe cuándo debe sembrar, recoger la cosecha, cuándo debe vendimiar… En todo hay unas leyes, en la naturaleza, en la vida, en la medicina o el deporte. Tienes que atenerte a ellas

–¿Sigue simultaneando varios cuadros a la vez?

–Sí, alterno unos con otros. Depende del tiempo, si trabajo en interior o en exterior. Depende también de cómo esté yo y de cómo esté el día.

La Escuela de Bellas Artes me descubrió un mundo nuevo que me ha hecho feliz

Antonio López

–¿Sigue huyendo de las etiquetas? Realista, hiperrealista, figurativo…

–El trabajo que nace del mundo real, viene de la más remota antigüedad. La observación que nace del mundo real. ¿Qué nombre le vas a dar a eso? Es el arte que surge de la observación. Se hunde en el lenguaje del mundo de los sueños. Se ha movido entre esos dos espacios. ¿Cómo llamamos a todo eso?

–¿Cuál es el enigma que esconde cada lienzo?

–El arte es un misterio y es siempre mágico. Sea abstracto o figurativo. Si no tiene esa parte no es lo que tiene que ser. Mantiene esa parte de espíritu, de emoción, de magia. Eso es a lo que llamamos arte. Lo demás no es arte. Será otra cosa.

Me equivoqué en hacer de profesor con mi esposa, una gran pintora, más incluso que yo

–¿Antonio López es consciente de quién es Antonio López?

–Somos la última página de un libro verdaderamente extraordinario. En occidente, desde hace 20.000 años han ocurrido cosas en el mundo del arte verdaderamente impresionantes y maravillosas ¿Qué vas a decir de ti? Por muy tonto que seas nunca puedes envanecerte mucho porque se han hecho cosas increíbles, sublimes, tan grandes, tan extraordinarias en la historia que no puedes decir nada ante eso. Tan sólo dar las gracias.

Antonio López visita el estudio de Mezquita en Zamora para contemplar sus últimos trabajos 

Se conocieron en 1965 en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. José María Mezquita, de 19 años, había abandonado la carrera de Ingeniería Aeronáutica por el arte y acababa de ingresar en el prestigioso centro de la calle Alcalá. Allí, Antonio López ejercía de profesor de Preparación al Colorido. Se llevaban 10 años pero pronto maestro y discípulo conectaron de forma especial: “Recuerdo muy bien a Mezquita. Era una persona muy singular de las que te llaman la atención enseguida. Para ser su primer curso pintaba de una forma, con un poder, una fuerza y un dominio de la pintura verdaderamente extraordinarios. Además hacía un trabajo muy poco aparatoso, así como es él, como es su pintura. Con mucho más interior que exterior. Lo exterior era sobrio pero el interior…. notabas que ese hombre tenía una severidad y una madurez interior extraordinarias. Muchos años después, cuando le he visitado otras veces en Zamora, los he vuelto a ver porque los tiene guardados. Y a mí me siguen pareciendo extraordinarios, algo fuera de lo común. Es un artista absolutamente excepcional que destacaba por encima de todos”, recuerda López. 56 años después de encontrarse por primera vez, la admiración y el respecto mutuos siguen intactos.