Los restos de su hija “Luisita”, como “la bautizaron aún con vida las enfermeras, el nombre de su madre”, sabe que están en el cementerio de Guadalajara, en la zona de nonatos. Pero “allí no hay nada, levantan la tierra y entierran la cajita que te obligan a llevar”. La segunda hija de Antonio Hernández cumpliría 46 años este 22 de diciembre, un tiempo que no ha mitigado el dolor, “eso no lo olvidas nunca jamás”.

El recuerdo es nítido, este zamorano de 76 años, casado con una saucana, revive con detalle el trauma, “para el padre es todo muy intenso y angustioso”, aunque de ellos apenas se habla cuando se produce la pérdida de un hijo antes de nacer, durante el parto o al poco del mismo. “Las mujeres lo pasan peor, claro, pero nosotros somos los padres”, apunta. Y les toca afrontar la burocracia que sigue al óbito del bebé, “ellas están en shock, y te toca ir a firmar, reconocer a la niña..., menos mal que en el hospital se ocupaban de los trámites jurídicos”.

Antonio no pudo asistir al parto, pero “abrí la caja para ver a la niña, estaba preciosa, como si estuviera viva, se parecía a su hermano el mayor. Hoy en día, con los adelantos que hay, habría salido adelante”. No dudó en acudir al acto organizado ayer por La Red El Hueco de Mi Vientre de Zamora, en El Día Mundial del Recuerdo, en el cementerio de San Atilano, junto a personas que han sufrido ese mismo desgarro, “comparto todo lo que han pasado. Pensé “qué idea tan buena” y me conmovió”, convencido de que la iniciativa sirve para dar visibilidad a este duelo del que la sociedad no se ocupa.

Al pie de la sepultura, el rincón blanco, creada por el Ayuntamiento de Zamora para inhumar a bebés fallecidos en el vientre de sus madres, durante el parto o en el primer año de vida, madres y padres, y familiares, recordaban a los fallecidos. Mateo, Sofía, Fiumi, Yumeis, Lucía, Olivia Rodríguez Martín, Bebés de Ana, Diego, Bebé de Alba y Jose, Bebés de la familia Revilla Garrido, Bebé de Carmen, Lucca, Carlota..., y les daban las “gracias por haber venido a nuestras vidas, aunque fuera por tan poco tiempo, es su venida y su ausencia la que hoy nos une”.

Testimonios de progenitores con hijos neonatos.

Sonia Merino, con 33 años, perdió a su bebé a las nueve semanas de gestación, “sin saber si quiera si era niño o niña”, pero ese mito de que en ese caso el trauma es menor es falso, “no sirve de consuelo. “El sentimiento de vacío está ahí ocho años después, aunque no llegué a sentirle, recuerdo la fecha del aborto y la de su cumpleaños”. La pérdida se vive “con sentimiento de culpa”; y como si el bebé hubiera nacido vivo y muerto después. Mientras, la sociedad, que “no sabe cómo reconfortar a esa madre”, tiende a decir “eres joven, tendrás otro, pero el dolor es tuyo y tienes que hacer el duelo”.

Camino Fernández supo lo que es tener a su hijo entre los brazos, cuidarle, pero a los dos meses su muerte dio paso a “la impotencia”, dejó “un hueco”, un dolor que nada tiene que ver con los años transcurridos, “el tiempo no es proporcional al valor que tienen esas personas perdidas”. Encontró un aliado para aliviar esos sentimientos en la “humanidad, la dignidad en el reconocimiento” y la forma de abordar estas muertes de la Red. Escuchar su misma experiencia en boca de otras personas, “poderlo hablar” le ha ayudado, confiesa.

En 2017, con 26 años, Sonia del Barrio logró quedarse embarazada con un tratamiento de fertilidad, un sueño truncado a las once semanas de gestación, con un aborto espontáneo, tras acudir al hospital, desde donde le enviaron para casa, “no te preocupes, si está de irse, se irá, así que relájate”. Perdería al bebé por la tarde en el baño de un hotel durante una boda, con su madre al lado, una experiencia que aún sacude su cuerpo.