José Luis Gómez, uno de los más grandes actores españoles que aún pisan las tablas del escenario, apuesta por salir de la pandemia “cabalgando”. Se trata de la reconquista del espectador en el concepto más puro de teatro, a lomos de un caballo Babieca encarnado en la exquisita sala de La Abadía en Madrid y con un texto tan contundente como la Tizona con la que se armaba Rodrigo Díaz de Vivar. En un escenario sobrio, oscuro, José Luis Gómez cede todo protagonismo al romancero con la representación de “El Cantar de Mío Cid”.

José Luis Gómez durante la representación de El Cantar de Mío Cid. | | JUAN LÁZARO / ICAL

Mil años después de que este singular cantar de gesta encarnara la cuna de la propia lengua española, el académico y director, toda una autoridad en teatro, asume casi en solitario, con el único acompañamiento de la música de la pianista Helena Fernández, un trabajo en el que ha tenido que rescatar sus principios en el arte escénico para desarrollar, al tiempo, interpretación y actuación juglaresca, salpicada de la didáctica de textos destinados a contextualizar y explicar el profundo significado de la obra alumbrada entre los siglos XI y XII, la que narra el destierro de El Cid hasta su muerte.

Un cantar que, a diferencia de sus coetáneos franceses, “ni es cruel ni sanguinario. En mi opinión y no solo en la mía, sino en la de muchos estudiosos, lectores, está lleno de color, de vida, de aventuras, de lances, de personajes insólitos, de humor. Una historia de aventuras maravillosas que, además, es portadora de signos de identidad”. Un signo de identidad que corresponde al nacimiento del español, la segunda lengua más hablada hoy en el mundo, después del chino, un vehículo de cultura y de comunicación sin parangón alguno: “Olvidamos que la lengua es el umbral por el que pasar para llegar a todo: a comunicarse, educarse, formarse, relacionarse”.

La Real Academia de la Lengua

No es su primera aproximación al Mío Cid. Fue la base para su ingreso en la Real Academia de la Lengua, el segundo cómico que lo hacía desde Fernando Fernán Gómez, aunque a diferencia de este otro genio, Gómez no haya dejado, hasta ahora, huella por escrito. Fue en esa ocasión cuando reivindicó la oralidad como parte inexcusable de la escritura, que vendría después. Ante alguna reticencia en ese sentido, “mi padrino Emilio Lledó les replicó que antes de la escritura habían existido tiempos de pura oralidad y que yo había dedicado buena parte de mi tiempo y de mi vida a cultivar la oralidad”. No hubo réplicas a tan evidente certeza.

Aquellos textos académicos son sustituidos ahora por “otros salidos de mi experiencia como miembro de la Academia y como profesional, que aclaran mucho el devenir de nuestra lengua. Y de otras que he tenido que aprender, porque, en el fondo, tienen mucho en común”. Todas constituyen “un milagro extraordinario” del que hace partícipe al espectador, explicando, “de forma deleitosa, esos intríngulis” del momento en el que el ser humano logra enlazar vocales y consonantes y da a luz el habla. El Cantar de Mío Cid fue escrito para ser cantado. José Luis Gómez prefiere hacerlo “contado con el tempo y el ritmo adecuados”, de manera que nace “una forma de canto, como recordaba nuestra querida María Zambrano”.

En castellano antiguo

Podría haber optado por una versión contemporánea, pero su ambición como hombre de letras le lleva siempre por derroteros en los que otros, sin su poso cultural, se perderían sin remedio. El Cantar se representa tal y como fue concebido, en castellano antiguo. Y el público “al principio se sorprende, se distancia, pero a medida que avanza la experiencia, acaban entendiéndolo absolutamente todo”. Para Gómez está clara la plena vigencia de El Cantar como pieza teatral, dentro de la denominada “literatura postdramática donde el actor no encarna un solo personaje, sino a varios. Al mismo tiempo que interpreta, narra. Justamente lo que hay que hacer en el Mío Cid. Los procedimientos de la juglaría del siglo XI coinciden con las últimas tendencias” en teatro.

Así que, al trabajo de introspección del actor, se suma el del juglar, “que tiene que evidenciar físicamente todo lo que cuenta, hacerlo visible”. Confiesa fascinación por el personaje de El Cid como personaje literario, sin necesidad de ahondar en la vertiente histórica: “Del Mío Cid no se puede esperar verosimilitud histórica como no se puede esperar verosimilitud de ningún cantar de gesta anterior. Homero era poeta. Herodoto, historiador. Esta es la premisa a aplicar. Es un héroe de creación literaria que, a diferencia de los cantares franceses, ensalza sus rasgos humanos y no solo lo aborda como héroe”.

Un héroe que defiende su honor tras ser desterrado, injustamente, por su rey, Alfonso VI de León, y al que pide justicia, que no venganza, cuando sus hijas, Elvira y Sol, son maltratadas por sus esposos, los infantes de Carrión en el capítulo de La Afrenta de Corpes. De nuevo, la intensidad narrativa se contrapone a cualquier investigación histórica, porque al actor le interesa más ese concepto de honor “entendiendo por tal la dignidad inalienable de la persona”.

Críticas a los poderes públicos

Más allá de la escena, José Luis Gómez reivindica el español y el teatro español. Critica la escasa atención que los poderes públicos prestan a ambos cuando “no tenemos nada que se pueda comparar al caudal y riqueza que representa, incluso en términos económicos, la lengua española”. Se duele de la ausencia de compañías estables de teatro clásico español, con un Centro Dramático Nacional de paupérrimos recursos y señala a Castilla y León como comunidad que, además, “carece de teatro regional, teatro, no una sala de exhibición”. Un panorama cultural “aterrador” frente a la tradición de la Comèdie Française, la Shakespeare Company o la más reciente experiencia en Portugal, pese a nuestro caudal de dramaturgos de Calderón a Lope, de Valle-Inclán a Lorca.

Quizá por ello, mira esperanzado hacia Hispanoamérica, que tan bien conoce desde que, en los años 70, trabajó por encargo del Instituto Goëthe. “Debemos reencontrarnos con Latinoamérica. En Bolivia, en Colombia, en Perú, hay palabras vivas que aquí hemos olvidado. Allí se cantan aún canciones del romancero”. Embajadores y agregados culturales de diversos países acudirán como invitados, próximamente, a sus funciones diarias en La Abadía. También está prevista una gira por España que recalará en Zamora. La leyenda asegura que fue en la ciudad que luego cercara donde Doña Urraca calzó las espuelas al Cid. Quizá esta vez los zamoranos coronen a quien encarna el personaje con los laureles que merece José Luis Gómez, historia viva del teatro.