El número de diciembre de 2004 de la revista Carburol sobrevive entre el polvo y los restos de basura que se acumulan en el interior de lo que un día fue la estación de servicio de Fuentes de Ropel. Los vecinos del pueblo no aciertan a concretar cuándo cerró la gasolinera, pero apuntan hacia la fecha de esa edición del magacín como una buena referencia. Puede que hayan pasado ya más de quince años. La instalación se encuentra a apenas unos metros de la localidad, en el entorno de la carretera N-610 y plenamente visible al llegar a la zona desde Benavente. Su abandono queda patente desde el primer vistazo.

En el acceso, el paso para los vehículos está cerrado. De un lado, por unas vallas; del otro, por un bidón azul y algunas piedras que no impiden cruzar a pie. Dentro de la parcela, la maleza y las hierbas van ganando terreno y ofrecen una pista sobre lo que se ve en el interior de la antigua estación de servicio: cientos de pedazos de cristales rotos, paredes reventadas, pintadas de todo tipo, unos baños destrozados con un nido de pájaro en el lugar que un día ocupó el papel higiénico y un colchón que evidencia que alguien ha aprovechado que el techo aguanta para pasar una noche a cubierto en la gasolinera.

En el bar Pema de la localidad, algunos parroquianos recuerdan vagamente al último dueño que tuvo la gasolinera. El tiempo ha pasado y apenas aciertan a señalar que el hombre era de nacionalidad argentina y que tuvo que cerrar por cuestiones económicas: “No le salían los números”. Desde la muerte del negocio, nadie volvió a saber de él y la gasolinera fue pasto de personas dispuestas a llevarse de allí cualquier cosa que pudieran vender o aprovechar.

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GALERÍA | Las gasolineras de Zamora: de símbolo del progreso al olvido Emilio Fraile

A partir de entonces, el Ayuntamiento de Fuentes de Ropel ha tratado de poner coto a determinados comportamientos. La colocación de las vallas que impiden el paso a los coches forma parte de su plan para limitar el deterioro del entorno, pero el margen de maniobra es limitado. Así lo explica el alcalde, Julián Vaquero: “Lo estamos custodiando, pero es un terreno privado y no nos corresponde. Cuando vemos algo raro, mando al alguacil o voy yo”, asegura el responsable local.

El alcalde ha hecho varias gestiones para tratar de minimizar la mala imagen que genera la gasolinera abandonada a unos metros del pueblo. Entre otras cosas, Vaquero ha contactado con Tráfico para pintar una línea continua que disuada a los conductores de detenerse en la antigua estación de servicio y ha hablado con tres personas procedentes de Madrid, supuestamente interesadas en reflotar el negocio o en quedarse con la parcela. No volvió a saber de ellas: “Al final, lo único que ha quedado es porquería”, reconoce.

El caso de la gasolinera de Fuentes de Ropel no es único. A lo largo de la geografía provincial se puede ver un puñado de zonas de repostaje que dejaron de funcionar hace años y que ahora se marchitan sin que nadie muestre demasiado interés en desmontarlas por completo o en reabrirlas. El resultado ofrece estampas de abandono y suciedad que afean el entorno y generan mala imagen y un cierto peligro. Hay lugares verdaderamente insalubres.

Imagen general de la instalación de Fuentes de Ropel Emilio Fraile

Entre Benavente y Santa Cristina de la Polvorosa se encuentra otra de las gasolineras fiadas a su suerte. A la entrada, aún se pueden intuir los precios que marcaba el combustible durante el último día de vida de la instalación. De hecho, la sensación es que casi todo se dejó como estaba; prácticamente como si los dueños hubiesen escapado sin echar la llave.

Por allí se pueden ver hasta los libros de cuentas del año 2002. Eso sí, cubiertos por una capa de polvo y suciedad que revela el paso del tiempo, y por un surtido de cristales y latas con diseños actuales que evidencian el acceso a la instalación de gente que acudió sin las llaves. Al lado, un bar de moteros muestra el mismo aspecto; la sensación es que el negocio de hostelería languideció al tiempo que el de repostaje.

Una gasolinera de la provincia, a través de un cristal roto. Emilio Fraile

Hay muchos motivos que pueden conducir al final de la vida de una gasolinera, pero uno de los más comunes es el cambio brusco de hábitos en los desplazamientos provocado por la construcción de una infraestructura mejor para circular. Normalmente, se trata de una autovía. Las estaciones de servicio de las carreteras generales se han visto lastradas por esta circunstancia en los últimos años; también por la merma de población en determinadas zonas y, como puntilla, por la pandemia que empujó a algunas al abismo.

En el camino hacia Puebla de Sanabria, en la N-525 a su paso por Asturianos, la construcción de la autovía se adelantó un buen puñado de años al COVID y obligó a los dueños de las estaciones de servicio que convivían a ambos lados de la carretera a quedarse con la mitad del negocio. La que aparecía rumbo al oeste se quedó como un almacén de su vecina, congelada en el tiempo, con algunos precios aún en pesetas y con antiguos carteles de festejos taurinos como elemento decorativo.

En este caso, la vigilancia y el mantenimiento de los dueños y de los trabajadores desde el otro lado de la carretera impiden que se perciba la misma sensación de dejadez y abandono que en otros lugares. Aun así, también se ve algún que otro resto de basura y, hace apenas unos días, alguien rompió uno de los cristales de la puerta. Nadie está libre de desalmados.

Un colchón rodeado de suciedad en una estación de servicio zamorana. Emilio Fraile

De todos modos, al menos de momento, la supervivencia de una gasolinera impide el deterioro acelerado de la otra: “Aquí aguantaremos mientras podamos”, señala uno de los trabajadores, que acude a la estación de servicio antigua al detectar movimiento. La resistencia la marcará la facturación, aunque hace mucho que el tráfico intenso pasó a formar parte de los recuerdos del pasado.

La puesta en marcha de la autovía fue minando de forma similar la caja de la gasolinera de Sitrama de Tera, también en plena N-525. La estación de servicio aguantó a duras penas hasta cumplir las tres décadas, pero hace dos años que dejó de vender combustible. “Antes, por esta carretera, no podías ni cruzar de los coches que pasaban; ahora, prácticamente no hay nadie”, advierte el dueño de la parcela mientras sonríe al ver la cara de estupefacción de los visitantes.

Lejos de estar abandonada, esta estación de servicio ha transformado su explanada principal en un huerto donde los dueños, dos hermanos que viven en la enorme vivienda contigua, cultivan tomates y otras frutas y verduras. Los susodichos son Isaac y Paco Gallego Neira, más conocidos como Los Dos Españoles. Juntos, cosecharon un éxito musical que les llevó a hacer las Américas y a alcanzar la fama nacional en los 70 y los 80. Hace años que volvieron a casa y ahora pueden presumir de haber reciclado su gasolinera como solo dos artistas podrían.

Una gasolinera cerrada en Asturianos. Emilio Fraile

El que enseña el resultado es Paco, que aclara que la vivienda enorme se planteó inicialmente como un hostal que jamás llegó a abrirse, precisamente por el impacto negativo de la autovía sobre el negocio. Los hermanos se plantean ahora qué hacer con una parte de arriba del inmueble que cuenta con doce habitaciones dobles con baño. “Si nos enfadamos, nos vamos cada uno para un lado y luego nos llamamos por teléfono”, ríe el músico, ya retirado.

Más allá del hostal fallido, Paco Gallego muestra sus avances con el huerto y apunta hacia los arbustos que decoran el espacio donde antes se hallaban los surtidores. Al fondo, un pequeño tractor revela el sentido del cambio de actividad tras un cierre que resultó sencillo desde el punto de vista de la falta de negocio, pero también caro según la perspectiva económica: “Aparte de que tienes que parar porque no te da, te cobran 5.000 o 6.000 euros por desgasificar”, lamenta el empresario.

Carteles en una instalación vacía. Emilio Fraile

Esa acción constituye la obligación principal tras el cese de actividad de las gasolineras; lo que hicieron Los Dos Españoles con los depósitos forma parte ya de una reacción voluntaria, propia de personas con una imaginación desbordante y un cierto talento para las chapuzas y la decoración. Los hermanos de Sitrama de Tera limpiaron y acondicionaron el interior de los espacios cilíndricos, abrieron un par de respiraderos y transformaron uno en una piscina con motivos caribeños y otro en una bodega con botellas de vino, instrumentos en las paredes, una bufanda del Real Madrid colgada y la señal de la gasolinera como colofón al fondo.

Nosotros hacemos esto porque vivimos aquí y tenemos tiempo. Y porque nos sobran treinta años, sino haríamos muchas más cosas”, reflexiona Paco Gallego, que ve normal que otras gasolineras caigan en el abandono cuando la actividad propia del negocio se viene abajo. En Zamora, hay algún ejemplo más de la decadencia de las estaciones de servicio sin uso que, salvo excepciones, terminan comidas por el olvido y la suciedad cuando queda atrás el último repostaje.