Zamora, viernes noche. La ciudad respira el ambiente del primer fin de semana de apertura del ocio nocturno y de libertad de horarios después de un verano de condena por la quinta ola del coronavirus. El entorno de los Herreros es un hervidero de jóvenes ávidos de atacar la fiesta, a pesar de que todavía hay bastantes medidas que alejan a la jarana de la normalidad. Algunos de esos grupos se dan con la realidad en las narices bien pronto.

Apenas son las once y media de la noche y uno de los locales cercanos al río, un clásico para muchos en el inicio de la ruta, ya cuelga el cartel de aforo completo. El letrero como tal no existe, pero se puede leer en el rostro del dueño sin necesidad de preguntarle. Plantado en la puerta, el hombre va despachando a los frustrados clientes, que se ven forzados a buscar otro lugar para iniciar la diversión. Su caso no es único. Hasta el martes, los establecimientos pueden acoger personas hasta el 75% de su capacidad; a partir de ahí, se permitirá el 100%. Pero ningún bar, pub o discoteca podrá disfrutar de ese permiso sin saltarse otra regla: la distancia de seguridad tendrá que ser de metro y medio. Inviable en los recintos llenos.

En plena calle de los Herreros, el hostelero Ángel Barba reflexiona sobre esa situación mientras controla el panorama de uno de sus locales. En la puerta del bar, una cuerda limita el acceso a los clientes y un trabajador se afana en controlar cuánta gente pasa; en el interior, el dueño vigila que las normas se cumplan. También el uso obligatorio de mascarilla, que se mantendrá de momento, sin que su retirada aparezca como una opción en el horizonte más cercano.

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GALERÍA | Así ha sido la primera noche "de normalidad" en Zamora Ana Burrieza

En el exterior, el aspecto que presenta la zona revela las ganas de desfogar de la gente. El entorno de los bares aparece bañado por carcajadas y cervezas, mientras que los interiores muestran un doble rostro: en algunos, la vía libre a los bailes arrastra a los más faranduleros; en otros, la clientela opta por consumir al aire libre, con la música como ruido de fondo.

En ese segundo grupo está Pablo Torres, uno de los zamoranos que no ha perdido el tiempo y lo ha gastado en salir a disfrutar de esta primera noche. “La gente ya tiene ganas”, subraya este profesor al que el fin de las primeras restricciones le ha pillado en Zamora a causa de la pandemia. Su puesto de trabajo está en Rusia, pero el COVID le obliga a ejercer a distancia.

“En mi caso, siempre intento estar fuera, en la terraza o en la calle pero, sea como sea, creo que ya se necesitaba este fin de semana”, reflexiona Torres. La pregunta sale sola: ¿La gente sabrá comportarse? El profesor responde con una alusión al miedo que aún arrastra una parte de la ciudadanía y confía en que la mayoría muestre una actitud razonablemente buena. Aun así, no descarta “un pequeño repunte” de casos a raíz de las salidas.

Unos metros más abajo, un grupo de tres chicas toma copas en una de las mesas altas que muchos bares han colocado a la entrada de sus locales: “Mira, no ha salido nadie”, apunta una de ellas entre risas. La ironía de la joven se torna en seriedad cuando una de sus amigas, Laura Sánchez, alude a la posibilidad de que la fiesta se vuelva a ir de las manos, como ocurrió en junio: “Ahora estamos todos vacunados, a ver cómo se da el tema”, añade la tercera, Judit Santos.

Las tres coinciden en que el año y medio de pandemia condiciona la mentalidad de la gente: tanto para quien decide quedarse en casa por precaución como para los que apuestan por echarse a la calle por si lo prohíben. Literalmente.

El punto de vista de los negocios

Para los dueños de los negocios, las disyuntivas tienen más matices. En el corazón de los Herreros, el responsable de uno de los establecimientos advierte sobre el mensaje que manda la Junta al avanzar prácticamente dos fases de una tacada: “A ver si vamos a correr mucho”, indica. Su punto de vista está condicionado por lo que ocurrió en junio, cuando la euforia se desbocó, el fin de curso puso el viento de cola y la quinta ola se convirtió en un tsunami devastador para los negocios que viven de la noche. Algunos, limitados; otros, directamente cerrados.

En la zona baja de Balborraz, Andrés Cid regenta uno de los bares que se mantuvieron abiertos bajo las normas vigentes: “Espero que esta vez no nos pase como en junio. Ya estamos todos vacunados y hay menos gente en Zamora”, argumenta este hostelero que, aun así, no las tiene todas consigo: “A ver lo que ocurre dentro de una semana”. La coletilla es casi unánime. El virus ya ha demostrado tener más vidas que un gato.

Cid señala que el consumo de pie en el interior de los bares puede provocar más contactos entre grupos ajenos, una mayor dejadez a la hora de utilizar adecuadamente la mascarilla y una progresiva relajación cuyas consecuencias se verán pasadas las dos semanas de rigor. En eso, hay experiencia.

Primer fin de semana de "normalidad" en Zamora. Ana Burrieza

En lo referente al negocio como tal, el hostelero zamorano espera que las medidas no tengan vuelta atrás, especialmente porque “las cabezas no dan para más”. Fuera de los cierres o las limitaciones, Cid se refiere a los pasos adelante y atrás como una vorágine de “locura” que les ha obligado a “reinventar el bar tres o cuatro veces en un año”. En ese círculo de la incertidumbre, algunas personas de su entorno han preferido mantener cerrado el local hasta que se perciba una claridad más nítida.

Ya en la zona de San Andrés, otro de los hosteleros conocidos en el panorama zamorano, Álvaro de Paz, le da vueltas al asunto de los aforos: “En realidad, con el tema de la distancia de seguridad, vamos a seguir igual que hace dos meses”, apunta. Para él, el escenario actual supone “un castigo” que le lleva a “sufrir” para encajar las piezas de modo que la seguridad sanitaria, la satisfacción de sus clientes y su propio interés alcancen un cierto equilibrio.

Fin de semana en Zamora. Ocio nocturno. Ana Burrieza

Su angustia se traslada también a la organización de conciertos, un clásico de su local, pero un proceso complejo en estas circunstancias. De Paz lo está intentando gracias a los “muchos amigos” que tiene en el sector y con el optimismo que le lleva a pensar en un avance lento pero sin retrocesos hacia la normalización del ocio nocturno: “Nos hemos llevado muchas hostias, pero yo espero que esto ya tire hacia arriba”.

Lo que tiene claro es que “la mentalidad ha cambiado”. De Paz ha observado un fenómeno que cualquiera puede comprobar al fijarse en uno mismo: “Antes, llegabas a un bar con diez personas y te ibas porque no había nadie; ahora, a lo mejor te marchas porque hay demasiada gente”, comenta.

Unos metros más allá del bar de Álvaro de Paz, uno de los locales de moda atrae a varios grupos de jóvenes. Aquí no hay dudas: el impulso de la edad se impone y los chicos y chicas acceden al interior para abordar la fiesta. Las escenas de fondo, aún en la calle, permiten intuir la normalidad pero, cerca de la puerta, regresa la rectitud de los responsables del negocio: órdenes sobre las mascarillas y control del aforo. Las heridas de los cierres siguen frescas y nadie quiere sorpresas desagradables.

Las imágenes en el centro de la ciudad discurren en este tono antes de alcanzar la una y media de la madrugada. Más tarde, los avatares propios del jolgorio ofrecerán otras fotografías en distintos puntos de la capital. El tiempo dirá si el terreno sobre el que pisa el ocio nocturno es pantanoso o si la fiesta ha llegado para quedarse. De momento, funciona con grilletes.

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