El desarrollo de un tratamiento para evitar que los implantes de tejido fracasen le ha valido Alberto Ballestín el premio Robert Zhong 2021, que concede la Sociedad Internacional de Microcirugía Experimental. Ahora este investigador zamorano está enrolado en otro reto, relacionado con la investigación en cáncer en el instituto Curie de Francia. Enamorado de su trabajo, Ballestín no oculta la necesidad de que la investigación en España cuente con más financiación y mejores condiciones laborales.

—El trabajo por el que ha recibido el premio lo hizo en su etapa en el Centro de Cirugía de Mínima Invasión Jesús Usón, de Cáceres, donde entró poco después de acabar la carrera. ¿Qué le llevo a enfocar sus pasos por ese campo?

—En los primeros años básicamente formarme a nivel microquirúrgico y quirúrgico. A la vez hice un máster en investigación en Ciencias de la Salud en la Universidad de Extremadura y una vez acabé me enfoqué a los estudios de doctorado en investigación preclínica. No había línea de investigación en aquel momento en mi área y propuse una idea para la que conseguí el apoyo de mis directores y cuyo fruto es el premio que me han dado ahora. Mi trabajo actual está en otro campo, aunque tengo colaboraciones en ese área.

—¿Qué es la microcirugía reconstructiva?

—Técnicas que necesitan el uso de un microscopio quirúrgico para poder ser aplicadas. El miscroscopio se utiliza en estas técnicas para unir vasos, arterias y venas o nervios de tamaño submilimétricos, es decir, si lo operas a vista normal no eres preciso y no tratas bien a los pacientes.

—¿Cuál fue su línea de investigación?

—Cuando a un paciente le quitan un tumor, en ocasiones la operación deja un hueco que hay que cerrar bien sea por razones estéticas, funcionales o ambas. Imagine que se trata de la mama, posiblemente haga falta una reconstrucción estética, pero si se trata de la mandíbula es también funcional. Para hacer esas reconstrucciones se emplea tejido de otra parte del cuerpo del propio paciente (piel, músculo o hueso), lo que se llaman colgajos. Cojo tejido de un muslo el abdomen o una pierna y me lo llevo al pecho, al brazo, al cuello o a la cara, para que con el propio tejido del paciente se puede reconstruir el que falta.

—¿Y qué problema trataba de resolver?

—Cuando sacas el tejido de su lugar de origen tienes que cortar el aporte vascular, la arteria que le lleva la sangre y la vena que la drena y el impulso nervioso. En este tiempo que tardas en llevarlo de un sitio a otro, hasta que lo colocas (haces la perfusión) en el lugar donde se va a quedar y vuelves a conectarlo al sistema circulatorio hay un tiempo de isquemia que pueden provocar que el tejido se deteriore, se pierda en parte porque se ha muerto (necrosado) o incluso completamente. Eso pasa en reconstrucciones, pero también en oras especialidades. En cardiología por ejemplo todo lo que es la cardiopatía isquémica, las anginas, los infartos al final son insultos isquémicos, reperfusiones no completas etcétera. Pasa también en el mundo de los transplantes, por supuesto, porque el tiempo que el órgano pasa fuera del cuerpo afecta a la viabilidad del tejido.

—¿Y qué solución investigó?

—Hablando con mis mentores y los investigadores más experimentados planteamos una idea que era básicamente intentar modular ese daño aportándole algo diferente a los tejidos. Diseñamos un “scaffold” que se podría traducir como una estructura, un andamiaje. Fue un estudio que hicimos en modelo animal, en ratas y lo que hacíamos era generar ese daño, esa isquemia y dejar los colgajos ocho horas así. Primero describíamos los daños, las modificaciones a nivel histológico, genético y de perfusión vascular, como se veía afectado ese tejido después de ese insulto isquémico y después lo que dijimos es vamos a intentar mejorar ese daño. Un abordaje fue con células madre, básicamente con el diseño de un tipo de gel.

El joven zamorano, premiado por su trabajo en Microcirugía Experimental. | Cedida

—¿En qué consistía?

—Era un gel que iba justo por debajo de lo que es la paleta cutánea, de lo que es el colgajo. Lo colocas, pones y cierras. Hicimos eso con células madre procedentes de tejido adiposo porque una de las áreas donde más se utiliza es en cirugía plástica reconstructiva, donde están muy acostumbrados a hacer liposucciones. En la grasa tenemos un gran potencial por descubrir, entonces se podían hacer extracción de células madre incluso de los propios pacientes. No es el único campo donde se utiliza esta técnica, ya que también es frecuente en la cirugía maxilofacial y la traumatología. Nosotros sacamos el tejido adiposo en ratas, cultivamos células madre procedentes de él y luego se aplicaban en otras zonas.

—¿Y funcionó?

—Vimos que había un efecto inmunomodulador muy importante y que modificaba el comportamiento de los colgajos, la respuesta inflamatoria, al estrés oxidativo, es decir, a fenómenos de muerte celular e incluso veíamos diferencias en fenómenos de generación de nuevos vasos sanguíneos. Observamos que los porcentajes de supervivencia eran mejores y nos preguntamos a qué era debido y continuamos investigando.

—¿Qué nuevo enfoque dieron al experimento?

—En lugar de utilizar toda la célula madre intentamos usar solamente microvesículas que se sacan de esas mismas células y que son capaces de comunicarse con otras. También como hay tantos problemas para hacer terapia celular porque se entiende que a nivel ético necesitas unos protocolos más complicados, si utilizas suborgánulos, por así decirlo, que no son células, sino microvesículas, va a haber menos problemas éticos a la hora de trabajar con ellas. Y vimos que también los resultados eran muy buenos, similares a los conseguidos cuando utilizábamos toda la célula madre. Estos resultados están aún por publicar.

—¿Su descubrimiento se podría aplicar a humanos en un futuro?

—Sería maravilloso y ojalá porque el sueño de cualquier investigador preclínico, como yo, es que sus investigaciones lleguen a tener un sentido potente y pasen al tratamiento en los pacientes humanos. Pero es una investigación en ratas que antes de aplicarla en los seres humanos habría que probar aún en modelos animales más grandes, en especies como el cerdo posiblemente.

—¿Todo este trabajo, que le ha valido en premio, lo desarrolló en Cáceres?

—Durante mi tesis doctoral estuve cuatro meses en Columbia University, en el Hospital Presbyterian de Nueva York, mejorando en técnicas quirúrgicas y conociendo la realidad de los quirófanos para, durante la investigación preclínica, ir más a la diana de la necesidades clínicas. Defendí la tesis doctoral en diciembre de 2018. Los dos primeros años de postdoctorado, 2019 y 2020 los pasé en la misma institución el Centro de Cirugía de Mínima Invasión ya como investigador post doctoral.

—Sin embargo, dejó España para irse a Francia.

—Salió una muy buena posibilidad en un grupo que estudia un tipo de cáncer del sistema nervioso central que es el gioblastoma, que es un tumor muy mortífero. La supervivencia de los pacientes cinco años después del diagnóstico es menor al 9%, la mortalidad es elevadísima. El tratamiento se basa en cirugía, radioterapia y quimioterapia para eliminar la masa del cáncer, pero la media de recurrencia del tumor es de ocho o nueve meses. Empecé en enero de este año en el Instituto Curie que es el centro referente de investigación del cáncer en Francia y uno de los referentes a nivel internacional. Estamos estudiando los mecanismos de quimio y radioresistencia y también las implicaciones que tiene la cirugía en este tipo de intervenciones, con técnicas de biología molecular y genética.

—Se avanza mucho en la lucha contra el cáncer, pero nunca parece ser suficiente.

—El conocimiento a día de hoy respecto al que había hace uno o tres años es completamente diferente, aunque los pacientes en estos tres años no estén notando las diferencias. Son pasos que se están dando en investigación básica que al final van a redundar el mejorar el tratamiento de los pacientes. Pero es tan complejo que al final se lleva muchos años y muchas vidas por el medio. Lo que más se necesita es que se crea en la ciencia y que invierta el Estado, que haya capital público y privado. Porque si no se invierte al final se pierden capacidades y España está muy alejada de lo que se debería estar invirtiendo en ciencia, muy lamentablemente.

—¿Se puede investigar en España o es difícil?

—Fácil no es. La carrera de investigador es muy competitiva en cualquier país del mundo no solo en España. No digo que España tenga que estar liderando la Unión Europea, pero al menos podría estar en la media de inversión. En Europa la inversión es del 2,1% del producto interior bruto (PIB) y se habla de intentar llegar al 3%, mientras en España nos movemos entre el 1,3 y el 1,5%. Y al final una cosa es lo que se presupuesta y otra lo que se ejecuta de los presupuestos. Se puede investigar, por supuesto, yo he investigado muchos años y es un país que genera conocimiento, que tiene universidades, aunque quizá nos falta alguna que esté luchando entre los primeros 50 puestos del ránking internacional.

—¿Qué importancia tiene ese factor?

—Se puede entender con un símil deportivo. Si tienes un equipo de fútbol, inviertes dinero y contratas a los mejores jugadores lo normal es que tu equipo sea competitivo. Y si además inviertes en la cantera y retienes un tiempo a los que has formado, mucho mejor.

—¿Es positivo o negativo salir fuera?

—Me parece importante irse fuera, cambiar de laboratorios, incluso cambiar de área, porque creces y aprendes muchísimo. Te cuesta mucho más tienes que estudiar mucho más es un sacrificio salvaje, pero luego reporta. Lo que me preocupa es el retorno, la vuelta a su ciudad, su país de los que quieran investigar. Y al final lo que pasa en España es que faltan infraestructuras para captar gente de primer nivel. Y olvidándonos de las figuras, de los cracks, la comparativa de un investigador como yo postdoctoral con lo que ocurre en Francia, Alemania, Holanda, Estados Unidos o Noruega, no tiene nada que ver con España, que tiene un sistema muy precario.

Uno no se dedica a la investigación por dinero, sino por vocación; un descubrimiento es muy excitante, es como ser un Marco Polo contemporáneo, vas hacia lo desconocido, a ver lo que nadie ha visto nunca

—Deduzco que ganar dinero no es su motivación para investigar.

—Jamás me he movido por eso ni conozco a nadie de mi ámbito que esté en investigación por dinero, es todo lo contrario. Es vocacional, lo haces porque te gusta; es como ser un Marco Polo contemporáneo, vas hacia lo desconocido y puedes descubrir cosas chulísimas o verlas de los primeros. Es un descubrimiento, es muy excitante, es muy bonito. Pero claro, no todo es la vocación, al final tenemos que tener un plato de lentejas en la mesa. Deben mejorar las condiciones de los investigadores.

—¿Hay mucha precariedad?

—Llevo una década en esto y no logro entender por qué en casi cualquier trabajo hay estabilidad y hay un poco más de dignidad laboral y en ciencia solo tienes financiación para hacer un proyecto en cinco años. Puedes contratar a investigadores, técnicos, pero se acaba la financiación del proyecto y todos para casa y así es difícil generar plantillas o grupos estables. Aún sabiendo que en ciencia todo es muy dinámico.

—¿Tenemos cierto complejo de no ser un país especialmente dado a al ciencia?

—Pero luego curiosamente sí hay investigadores de reconocido prestigio internacional que son españoles, como el recientemente fallecido zamorano Dionisio Martín Zanca, Barbacid o Joan Massagué, gente de primerísimo nivel nacidos en España, aunque algunos, como el que fuera premio Nobel Severo Ochoa, con su carrera realizada fuera, en Estados Unidos. Me da lástima es que se forme tanta gente y esté produciendo para otros laboratorios y otros países en vez de generar aquí la riqueza.

—¿La inversión en ciencia en rentable desde el punto de vista económico para un país?

—No soy economista, pero como ciudadano miro el producto interior bruto que invierten países como Israel o Corea del Sur, hablamos del 4,7 a 4.9% y ves como esas economías están tirando disparadas. Y ves otras economías que no invierten tanto en I+D a las que no les va tan bien. Quien invierte en ciencia sea al nivel que sea, medicina, construcción, automoción, adaptación de empresas o entornos a I+D al final tiene desarrollos y puede genera muchísimos beneficios para la sociedad, a nivel económico y a nivel social. Tengo la impresión de que muchos ciudadanos piensan que el dinero que se mete en ciencia es dinero gastado y es un gran error. Falta muchísima divulgación científica en las aulas y en la sociedad para que la gente entienda la importancia de esto, que nos va a todos en ello.

—¿Los equipos de investigación ganan cuando tienen gente de distintas procedencias?

—El concepto de la investigación como hace siglos, que era una luminaria quien pensaba y desarrollaba en un laboratorio cerrado por la noche, eso no existe. Hoy en día es algo supersocial, interactivo y los laboratorios estamos abiertos al mundo.