Front Tyron es un hermoso parque de 27.000 hectáreas al norte de Manhattan que ofrece unas espectaculares vistas del río Hudson y del puente Washington. La opulencia de Nueva York se percibe desde el promontorio cuando se mira hacia la Gran Manzana. También cuando se vuelve la vista hacia The Cloisters, la colección medieval del Metropolitan Museum construida con las piedras procedentes de monasterios románicos y góticos franceses, pero también españoles y, sobre todo, de Castilla y León, en 1938.

Bote de la dinastía de los Omeya J. N.

Este pastiche del que reniegan los historiadores y académicos encierra en sus muros el expolio al que fueron sometidos los monumentos españoles durante décadas, a cambio de ridículas ofertas realizadas por intermediarios sin escrúpulos al servicio de los multimillonarios estadounidenses. Y en este mes de septiembre, hasta diciembre, el mejor compendio de lo que expertos como Gonzalo Santonja han citado como “descuido español” puede verse en la exposición “España, 1000-1200: El arte en las fronteras de la fe”. La muestra aborda la interrelación entre las diferentes culturas que poblaban la península en la Edad Media: cristiana, judía y musulmana. Una colección de obras procedentes de varias instituciones y del propio MET, excepcional, que merece la pena visitar, pero que es también exponente vergonzoso del enorme abandono al que se ha sometido al patrimonio artístico español.

Ya el escenario habilitado para la reunión de las piezas es elocuente sobre la mezcla de incultura y desprecio de la que no se libraban los estamentos más altos de la sociedad. Se trata del ábside románico de la iglesia de San Martín de Fuentidueña, desmontado piedra a piedra en los años 50 y trasladada desde su emplazamiento en Segovia al otro lado del Atlántico. El “exilio” forzoso fue un antojo de Rockefeller que forma parte del culebrón que despojó a otro templo, San Baudelio de Soria, de sus espléndidos frescos por los que era considerada “la capilla sixtina de la pintura mozárabe”. La versión oficial es que parte de los frescos que habían sido arrancados y trasladados al Museo de Boston, entre otros destinos, fueron depositados en el Museo del Prado a cambio de embarcar el ábside hacia el otro lado del Atlántico como “préstamo a largo plazo”. La realidad: el Metropolitan seguía haciendo acopio de obras de arte procedentes de una parte de España que se iba vaciando de su riqueza cultural y de sus gentes.

Es la figura de un dromedario, uno de los frescos procedentes de san Baudelio, el reclamo publicitario de la exposición actual, en la que no podía faltar otro de los símbolos del expolio, en este caso, zamorano: el león policromado procedente del hastial de la iglesia de San Leonardo, que habitualmente se encuentra justo a la entrada de The Cloisters. En la ficha de la descripción de la pieza del siglo XIII se explica que fue donada en 1916 por Joseph Pulitzer. El editor, que competía también en el coleccionismo de arte con su rival Hearst, se hizo con el relieve que representa a un león (simbolizando a Cristo) que pisotea a un dragón, la personificación del mal. De fondo, la Coronación de la Virgen, flanqueada por el arcángel Gabriel y San Leonardo, patrón de los prisioneros, que se muestra aquí liberando a dos cautivos de sus cadenas. La escultura que completaba el hastial, posiblemente una leona amamantando a sus crías, sigue desaparecida a día de hoy.

Páginas del beato desmembrado del otrora poderoso convento de San Pedro de Cardeña (Burgos), emparentado con el de Tábara, aunque posterior a la época dorada de Magius, sedas, arquetas, se alternan en el recorrido que incluye el que podría ser antecedente del famoso Bote de Zamora. Se trata de una caja tallada en marfil, aunque no tan exquisita como la pieza que se libró de otra venta ilegal y que, tras la mediación del Gobierno, alertado por el historiador Gómez Moreno, se encuentra en el Museo Arqueológico Nacional. El cilindro de Nueva York es de la era de Abd al-Rahman III, dinastía Omeya, primer califa de Córdoba y padre de Alhakan II. Fue este último el que regaló la joya zamorana a su favorita Zob , una concubina navarra cuando alumbró a su heredero.

El paseo por esta exposición despierta la nostalgia por la riqueza que pudo alumbrar la convivencia imposible de tres culturas y que desmitifica a la Edad Media como periodo oscuro. Pero además, evidencia la desolación y el abandono al que fue sometida hasta devenir en pasto de los buitres de la especulación artística.