El Jose, 31 años y seis en la música, recaló en Zamora para dejar su particular visión, su crítica social y también política que recuerda, a veces, a los míticos músicos de La Mandrágora de los años 80 y 90, sin renunciar a la ironía y el tono divertido en algunas creaciones que toman sones del rock, la rumba o el folc. El cantautor se metió al público en el bolsillo desde los primeros minutos durante su actuación en acústico ofrecida dentro de los conciertos matinales de la Cueva del Jazz en Vivo. El granadino del barrio de El Albaicín, donde cantaba en la calle, no dejó indiferente a nadie.

–Algunos de sus temas, el ritmo, remiten a la escuela creada por los cantautores de La Mandrágora, ¿es una apreciación equivocada?

–No, seguro que sí existe esa influencia, yo he escuchado mucho La Mandrágora, desde que un amigo me pasó el disco lo he escuchado doscientas veces, claro que es una influencia. Aparte, soy muy fan de los cantantes Sabina y Alberto Pérez ya por separado.

–Sus letras van también en esa línea reivindicativa y descarada con lo establecido.

–Eso es, la letra irónica, que viene un poco influenciada por la canción francesa, por Georges Brassens y toda esa gente, que tanto he escuchado.

–Sorprende que alguien tan joven remita con su música a todos esos cantautores rompedores que comienzan poco antes de la transición, en un momento musical en el que este tipo de música está muy olvidada.

–De alguna manera, son canciones que siguen teniendo vigencia, cantautores como Aute, Paco Ibáñez, son actuales, sus canciones siguen teniendo vigencia porque hablan de problemas que todavía lo siguen existiendo, entonces, mientras esto suceda, se seguirán escuchando, seguirán teniendo influencia, al menos, para quienes nos gusta la música.

–Sus temas hablan de la marginación social, de la corrupción, de esa forma de estar en el mundo sin empatía.

–Ya que estamos vivos, hay que estarlo de una manera activa y, cuando algo te parece injusto, está bien que eso te toque la fibra y poder reaccionar contra ello, sino ¿para qué estamos aquí, para estar de brazos cruzados? Yo no estaría a gusto si viera cómo pasan cosas a mi alrededor y no interfiero, no influyo ni dejo que esos problemas me provoquen. Hay que escribir tanto a los problemas como a los no problemas, ¿eh?; también sobre el amor, hay que sumergirse en lo que ocurre a tu alrededor.

–Una de sus canciones habla del feminismo como un movimiento al que debe unirse el hombre. Rechaza el término “feminazi”.

–No, no, jamás se puede comparar el feminismo con el nazismo. Evidentemente, ese término no tiene sentido, no creo que el feminismo sea comparable al nazismo, es injusto relacionarlos. El feminismo es muy necesario, ya que el hecho de ser mujer implica que no tener las mismas oportunidades, el mismo juicio social que un hombre, eso no se nos puede olvidar. A una mujer se le ponen muchas más trabas y ser feminista no significa ser intolerante.

–¿Temen algunos hombres perder esa prevalencia que le ha conferido el sistema?

–Por supuesto, la queja y las reacciones al movimiento feminista vienen de ahí, de personas que no quieren renunciar a ciertas cosas que les permiten una posición privilegiada dentro de la sociedad, sean cuales sean, si nos ponemos a hacer una lista, es que no paramos, son muchas, desde el salario hasta cosas que parecen tonterías, pero no lo son, como que una mujer no pueda dejar crecer el vello en su cuerpo porque está sometida a un juicio social injusto.

–¿De dónde tira para escribir canciones que conectan con públicos de diversas generaciones?

–A nuestros conciertos vienen gente de todas las edades, desde niños a gente de 80 años, adolescentes, jóvenes..., nunca lo hemos buscado pero nos encanta que lo que hacemos se convierta en algo universal, nos siguen desde punkis a gente de otros estilos musicales, nos gusta esa diversidad, es lo mejor que nos puede pasar.

–Comenzó a cantar en la calle, ¿ya percibía que su música interesaba a público tan dispar?

–Sí, también al empezar en locales, venía muy poco público, igual dábamos conciertos para cinco o diez personas, pero se iban contentísimas. Eso siempre nos ha motivado, pensábamos que ocurriría también a mayor escala, y así ha sido. Las personas no son tan distintas unas de otras, la gente se emociona con sentimientos que no tienen que ver con lo cultural, sino con algo más animal, incluso humano, una sensibilidad que compartimos y que nos lleva a parecernos mucho unos a otros.

–Crecieron gracias al micromecenazgo, ¿siguen en ese mundo, fuera del circuito comercial?

–Sí, y te puedo asegurar que ahí seguiremos.

–¿Las redes sociales tienen tal dimensión que sobrepasan el poder de las grandes discográficas?

–Lo que sí funciona es el boca oído, que la gente que viene a verte recomiende tu música, parece un método de publicidad muy arcaico, pero no, es lo que más tira. Las redes sociales son más engañosas de lo que parece. Existe una guerra de publicidad que lleva a que al público le lleguen más unas cosas que otras. Los algoritmos de redes también condicionan los contenidos que cada uno reciben en su red social. Si usas las redes sociales de manera consciente puedes encontrar lo que quieras, pero ni de coña tenemos la misma repercusión que con discográficas.

–¿Qué se echa de menos de tocar en la calle?

–Lo bueno de la calle es que logres que gente que no tenía intención de escucharte se pare, de repente, porque estás haciendo algo que les interesa. Es muy difícil, por eso admiro a los músicos callejeros, están en situación precaria, pero seguirán ahí. Echo de menos esa parte aventurera de no saber qué va a pasar que te curte y te hace mejorar como artista porque tienes que conseguir enganchar al público.