Cuadros de aparente trazado sencillo, llenos de color y donde la naturaleza y la mujer cobran protagonismo. Así es la exposición “Ese otro bosque dentro del bosque”, de la salmantina Isabel Villar, que se puede visitar hasta el 15 de septiembre en la galería de arte Espacio 36.

–¿Qué recorrido ha tenido esta exposición antes de llegar a Zamora?

–La colección de “Ese otro bosque dentro del bosque” estuvo en la galería de arte Fernández-Braso de Madrid en el segundo trimestre del año y después también tuvo su espacio en ARCO, donde me habían hecho un hueco como invitada de la galería. Fue una grata experiencia.

–¿Qué le conecta con Zamora?

–Estuve aquí en el año 2000, con una muestra itinerante que se organizó desde la Junta de Castilla y León y se expuso en el Museo de Zamora. Pero, sobre todo, me une con la ciudad una relación afectiva en todos los sentidos. Resulta que aquí tengo muchos compañeros de curso de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando con los que he mantenido el contacto, como Antonio Pedrero, Alberto de la Torre Cavero o Tomás Crespo. Así que había visitado ya muchas veces la ciudad para reencontrarme con estas amistades.

–¿Qué se puede descubrir en esta exposición que vuelve a unirla a Zamora, esta vez en el plano estrictamente artístico?

–El tema principal son las mujeres, en la mayoría de los momentos desnudas, ya sea sentadas en el bosque o acompañadas de animales salvajes como tigres, rinocerontes, elefantes o leones. Con estas imágenes quiero mostrar una simpatía o afinidad que no hay ni siquiera entre los seres humanos, que nos llevamos tan mal. Así que reflejo casi como una pura utopía, con esos animales salvajes que están casi charlando con las mujeres. Y todo ello en jardines y bosques, en la naturaleza en pleno esplendor. Es una utopía de lo que uno desearía que fuera.

–¿Cómo surge este mundo fantástico desde su imaginación?

–Realmente, siempre he pintado dentro de este mundo desde que acabé mis estudios en la escuela. En esa época estaba el furor del arte abstracto, pero a mí, en el fondo quería hacer una pintura que me apeteciera realizar a mí, que fuera muy mía y que estuviera muy cercana a mí. De todas maneras, me interesó el abstracto también, porque mi marido, Eduardo Sanz, al que conocí en clase, empezó con él, aunque luego cambió a otras materias. Yo, por mi parte, me centré en dibujar mujeres y jardines. Incluso realicé familias enteras, un poco decimonónicas, en esos mismos escenarios de bosque, algunas inspiradas en mi propia familia, en mis antepasados. Y siempre metía en esos cuadros algún animal, desde una jirafa hasta un tigre o un par de monos. Siempre acababan colándose por alguna parte (risas).

–Ahora el bosque ha acaparado todo el protagonismo en esta última exposición.

–Es mucho más cercana a la naturaleza, el bosque dentro del bosque, por una necesidad de ver esta naturaleza que nos estamos cargando los seres humanos. Yo la represento esplendorosa, con los seres humanos comportándose de otra manera y junto a ellos los animales salvajes, que al final son menos salvajes que los seres humanos.

–El color también comparte ese protagonismo.

–El color, junto con la naturaleza, son para mí esenciales. Yo suelo trabajar con pocos colores, cinco a seis, aunque luego los mezcle. Siempre me ha atraído mucho, incluso dibujando playas y mares, aunque no están representados en esta última muestra. Desde que estaba en la Escuela de San Fernando me ha interesado mucho el color y lo he trabajado con bastante comodidad.

–¿Y por qué opta por la figura femenina para situarla en este contexto?

–También hay ángeles en estos cuadros, que no se sabe si son masculinos o femeninos. Lo de apostar por la mujer es porque creo que tenemos que ponernos un poco en nuestro lugar, porque todavía nos falta camino, solo hay que fijarse lo que está ocurriendo en países como Afganistán, que es algo espantoso. Hay que echar una mano a las mujeres y además yo nací un 8 de marzo, así que para mí la igualdad de la mujer y del hombre es algo que todavía hace falta. Además, me gusta pintar más a mujeres.

–Parte de los cuadros de esta exposición se crearon durante el confinamiento. ¿Fue complicado imaginar estos paisajes idílicos cuando fuera había una realidad totalmente diferente?

–Yo siempre he comentado con mis compañeros pintores que no sabemos la suerte que tenemos con nuestra profesión. Me pasé toda la pandemia pintando sin parar, con muchísimas ganas además. Pintar siempre ha sido para mí, y todavía lo sigue siendo, una de las cosas más hermosas que se pueden realizar. A pesar de mi edad, lo disfruto como si tuviera catorce años. No fue complicado realizar parte de estos cuadros en esta época porque yo, cuando me meto en mi estudio a pintar, me olvido de la realidad. Además, creo que hacerlo fue todavía una necesidad más grande, el crear este mundo idílico y utópico, así que lo disfruté mucho.

–¿Qué ha significado compartir vida y arte con un pintor como su marido, Eduardo Sanz? ¿Se retroalimentaban el uno del otro?

–Desde que nos conocimos en la Escuela de San Fernando, cuando llegamos yo de Salamanca y él de Santander y nos convertimos en compañeros de curso, siempre tuvimos un respeto grandísimo el uno por la obra del otro, también a la hora de no interferir en nada, solo si necesitábamos consejo. Ahora mi hijo, Sergio Sanz, se ha convertido también en un grandísimo pintor, pero los tres somos totalmente distintos. Eduardo falleció hace ya ocho años, pero sigue en mí el recuerdo de su obra y de su persona como si fuera ayer.

–Así que su hijo sigue la indudable estela artística de la familia.

–Totalmente, ya ha hecho alguna exposición importante y le dieron el Gran Premio Internacional de Arte Contemporáneo de Monte Carlo hace unos años, así que lleva una buena carrera de la que estoy muy orgullosa, como madre y como artista.

–Con esa pasión por la pintura que dice que incluso le rejuvenece, ¿está inmersa ya en algún nuevo proyecto?

–Precisamente este año está programada una exposición en el centro de arte contemporáneo DA2, de Salamanca. Los comisarios son amigos míos y me animaron a hacerla. Después viajará al Centro de Arte Tomás y Valiente, en Fuenlabrada, así que son dos muestras que me hacen especial ilusión.

–¿Está creando nuevas obras para estas exposiciones?

–Ahora estoy de descanso en Santander, pero cuando vuelva a Madrid me pondré de nuevo a pintar, por supuesto, pero no para estas exposiciones, porque se tratan de una especie de retrospectiva de mi carrera artística, con recopilación de varias obras.

–¿Será complicado entonces elegir la colección?

–Menos mal que han nombrado a un comisario maravilloso, que seguro que hace una selección muchísimo mejor que las que podría hacer yo. Al menos, más objetiva, porque para mí los cuadros son como hijos y a todos los quiero por igual.