Los peregrinos, al fin, han regresado a Zamora. Animados, comentan las historias que los han traído hasta la ciudad del Duero, están sentados alrededor de la mesa del hostal de peregrinos, su refugio durante una noche: allí reparan sus pies, preparan sus mochilas y descansan las espaldas para afrontar el Camino, que este verano, se antoja un poco más difícil.

El “bicigrino” José Miguel Senso pone a punto su bicicleta en el albergue. | I. B.

“Muchos hostales están cerrados”, comenta Maite, la hospitalera voluntaria, sobre las consecuencias aún latentes de la pandemia. Teclea preocupada el teléfono de una pensión económica que se encuentra unos kilómetros más allá de Zamora, dirección Santiago, para asegurarse de que Alessandra, una joven de Sicilia, tenga donde dormir al día siguiente. Maite cuida de los peregrinos “para devolverle al camino parte de lo que me ha dado”, responde, pues ella sabe lo importante que es encontrar un buen lugar de descanso durante la travesía compostelana.

Un peregrino en la entrada del Albergue de Zamora. | José Luis Fernández

José Miguel Senso habla despreocupado. Él lleva su propia casa a cuestas “un peregrino no necesita ni techo ni alimento”, y opina que en el Camino “hay más caminantes y turistas”. Él prepara su bicicleta para desandar los andado: está en el camino de vuelta “es más lento que el de ida”, confiesa. Entró a Zamora por el camino sanabrés, y se enamoró de la calzada romana que “tan bien se conserva”. Un camino de regreso en calma en el que no se ha leído ninguno de los 32 libros electrónicos que cargaba en su móvil: ha descubierto que echa de menos el papel.

En el Camino los peregrinos también se exploran a sí mismos, y se dan cuenta de detalles. A veces, no son tan relevantes, “porque con 71 años ya has pensado en todo lo importante”, ríe Álvaro Carrasco, un peregrino que un día compró un billete de Madrid a Cádiz, desde donde ha llegado hasta Zamora, 21 días después. “Me escapé”, comenta orgulloso sobre una decisión que ha postergado “por la pandemia” y que al fin, tomó una madrugada de improvisto. Su edad no le ha impedido atravesar toda la Ruta de la Plata en mitad de una ola de calor, y aconseja a la joven italiana, de solo 22 años y con a penas dos etapas a sus espaldas, que lo mejor es empezar a caminar cuando aún no ha amanecido.

“No sé lo que voy a hacer mañana, ni donde iré”, cuenta Leonel Méndes, que hace cinco días cogió su bicicleta y desde Valencia empezó un viaje en el que no hay motivo ni ruta. Sólo cuenta con la emoción de llegar a Santiago “se juntó el tiempo con la ocasión, y aquí estoy”, comenta sobre tan alocada decisión de última hora mientras pide recomendaciones sobre donde comer un buen bistec, que de momento, es lo único planeado que ronda su cabeza.

Los cinco peregrinos charlan animados sobre sus historias: uno sube, otro baja, el otro no sabe que hará y Alessandra no sabe español. Aún así, se dan consejos y hablan como amigos en un pequeño patio sobre el que vuelan las cigüeñas. Los cinco se despiden, mañana estarán de nuevo un poco mas lejos, y quizá encuentren otro albergue con otros peregrinos.

El albergue de Zamora se volverá a llenar de otros y otras caminantes en busca de descanso. Hoy, ha llegado a la ciudad un grupo de peregrinos de facultades especiales que, como los demás, también recorren su propio Camino.

Aunque José Miguel, Alessandra, Álvaro y Leonel se separaron hace días. Quizá algunos vuelvan a encontrarse y “forjen una amistad”, comenta Maite, la hospitalera que ya prepara las camas y los desayunos para los próximos que vengan.

Los demás están en otros albergues con otros peregrinos, a los que sin duda contarán que, una vez en Zamora, charlaron toda una tarde sobre como era eso de hacer el Camino después de una pandemia.