Reconoce que llegó a los últimos momentos de la tradición musical en los pueblos de Zamora para poder recopilar estas melodías de los antepasados en un cancionero que supuso un arduo trabajo que también repitió en las provincias de León y Burgos. Miguel Manzano recibe con enorme gratitud el honor de que el Conservatorio Profesional de Música de Zamora pase a denominarse con su nombre y apellido desde este próximo curso, en reconocimiento a todo lo que ha trabajado por la música de esta tierra. El musicólogo, nacido en 1934 en la localidad de Villamor de Cadozos, atribuye a su padre la pasión que desde pequeño siente por la música, reivindica un reconocimiento para uno de sus maestros, Gaspar de Arabaolaza Gorospe, y reconoce que “todavía”, la música tradicional tiene su público.

–La Consejería de Educación, a través del Boletín Oficial de la Junta de Castilla y León, ya ha hecho oficial la nueva denominación del Conservatorio Profesional de Música de Zamora, que llevará su nombre, ¿se ha hecho ya a la idea?

–La verdad es que sí, pero no a la seguridad total, porque ya se sabe que, en estos quehaceres de nominaciones, puede surgir siempre algún problema, interponerse alguna queja o haber alguna interferencia. Lo que he hecho es escribir a la junta directiva del conservatorio para agradecer ese gesto y haberse acordado de mí para que lleve mi nombre. Será un gran recuerdo.

–¿Cómo se enteró de la noticia?

–Lo hicieron muy bien, porque primero surgió la idea de la junta directiva y se lo propuso al claustro, donde se discutiría. Por lo visto, además, estuvo todo el mundo de acuerdo y no hubo ninguna discrepancia, por lo que me contaron, a pesar de que sé que allí tengo devotos y también habrá gente indiferente hacia mi persona e incluso podría estar alguien que tenga sus razones para no estar a mi favor. Pero, según me explicaron, no fue así, hubo un acuerdo unánime y, a partir de ahí, vinieron a proponérmelo a casa. Me dieron ellos la noticia y yo se lo agradecí. Estaré muy contento de que mi nombre se ponga en un lugar tan relacionado con la música.

–¿Podrá servir también para que las nuevas generaciones que estudien allí aprendan quién es Miguel Manzano y toda su trayectoria profesional?

–Creo que eso ayudará, sin duda, a que la gente más joven se pregunte quién es el que da nombre al conservatorio. Alguien seguro que lo preguntará y si no, pues tampoco pasa nada, no importa para la trayectoria de un alumno saber en qué conservatorio ha estudiado, pero ahí queda y es una perpetuación de una persona por el hecho de haber realizado una labor musical que ha merecido que se le tenga en cuenta para esta denominación.

El compositor, sentado ante su piano. Jose Luis Fernández

–¿Qué importancia le da a la enseñanza de la música en la educación?

–Yo le doy toda la importancia a la educación musical. No es que complemente la otra, sino que forma parte de una educación de contenido humanista, histórico, artístico y de una sensibilidad que no despiertan otros estudios, mientras que el de la música lo debe despertar siempre. En ese sentido, como yo siempre he andado metido en tareas musicales que han tenido una difusión bastante amplia a todos los niveles, he tenido suerte en que se me haya recordado y tenido en cuenta.

–¿Cuándo comienza su pasión por la música?

–Empezó de muy pequeño y de la mano de mi padre. Él era maestro y estudió con don Gaspar de Arabaolaza Gorospe, maestro de capilla durante cuarenta años en Zamora y al que, por cierto, todavía no se le ha dedicado ni una calle en la ciudad. Este músico fue primero maestro de mi padre y después mío. Mi progenitor me introdujo en la música, a través de su método pedagógico. Tras enseñarme la escala y a leer música, lo que hacía era cantarme una canción y aconsejarme que de cada una que aprendiera, buscara las notas que tenía. Así que yo, desde pequeño, me acostumbré a tararear con las notas musicales. Él me corregía, porque tenía muy buen oído y se atrevió hasta a escribir alguna canción, tenía esa facilidad de saber cuáles eran las notas que sonaban en una melodía. Desde que yo tenía siete u ocho años, me empezó a enseñar a mí, de tal manera que, cuando comencé a estudiar en el Seminario de Salamanca, en el primer año saqué dos sobresalientes en las asignaturas de latín y de música.

–¿Estaba destinado a desarrollar su carrera musical vinculado a la música?

–La verdad es que siempre he estado muy metido en todas las tareas musicales, desde el internado. Primero como niño cantor, luego como ayudante del organista en la Catedral y también como acompañante del coro. Toda mi sabiduría musical, que era la que me había enseñado la práctica, la quise después hacer oficial en un momento dado y entonces me tuve que examinar desde primero de Solfeo hasta el último curso de mi especialidad, Musicología. En tres o cuatro años lo conseguí. Ejercí durante doce años de organista de la Catedral de Zamora para continuar dos años de cura en un pueblo. Después me secularicé y luego me casé, pero siempre ha estado vinculado a la música, recogiendo la tradición popular de Zamora.

–¿Cómo surgió ese flechazo con la música tradicional y la idea de recoger toda esa sabiduría popular en los cancioneros?

–Ya desde que estaba con el maestro Arabaolaza, que tiene un cuaderno de músicas de esta tierra que nadie lo conoce y es una maravilla de cancionero para acompañar a piano. Desde entonces, yo ya me empecé a interesar por la canción popular tradicional, aparte de que yo había estado en la tradición popular desde siempre, en los pueblos donde yo he vivido. Pero lo de recoger esas canciones fue en realidad pura casualidad. El primer año de casados estábamos asándonos de calor en la casa nueva que habíamos comprado en cooperativa por el barrio de San Lázaro y buscábamos un lugar más fresco. Como conservaba mi amistad con muchos curas, le pregunté a uno de ellos por una vivienda para pasar un par de meses. Fue el sacerdote de Carbajales el que me sugirió una pequeña casa en Losacino de Alba y allí nos instalamos, con mi primera hija, llevando los muebles indispensables y también mi magnetofón. Eso fue lo que un día me animó a comprobar si esa tradición musical tan rica en Zamora todavía funcionaba.

–¿A quién acudió?

–Le pregunté a Placi González, por entonces delegada de Sección Femenina y encargada también del taller de bordados de Carbajales, por si conocía a alguien que me pudiera cantar alguna canción antigua y me buscó a cuatro o cinco, comenzando por el señor Basilio, el minero, que tiró de memoria y empezó a recitar. Ahí comprendí que había llegado a las raíces de esa tradición. Esa misma tarde, con su amigo, el señor Domingo, me cantarían una veintena de canciones, lo que me dejó asombrado. Había vivido en otros pueblos, como Morales del Vino, pero no había tanta riqueza musical como en aquella zona de Carbajales.

–¿Y ahí fue donde decidió que había que recopilar todo aquello antes de que se perdiera?

–Empecé a viajar por los pueblos de alrededor y en solo una primera tanda obtuve un centenar de canciones, así que me dije “Miguel, esto no está muerto, hay que tomárselo en serio”, por lo que comencé a buscar más y más, preguntando a conocidos y recorriendo durante cuatro años la zona. Mi forma de hacerlo era copiar las canciones, transcribirlas a medida que cantaban, escoger las de más valía y copiarlas pensando en un cancionero. En esos cuatro años, el cancionero de Zamora quedó hecho y editado. Y yo arruinado (risas).

Miguel Manzano, con el grupo Alollano J. F.

–Otro de los éxitos en su amplia carrera profesional, esta vez escritos por usted mismo, es la colección de “Salmos para el pueblo”. ¿Por qué decidió componer estas canciones tan conocidas por los católicos en la celebración de la eucaristía?

–Ese trabajo es anterior al del cancionero de Zamora, de mis últimos años como organista de la Catedral. Cuando comenzó la liturgia en castellano, hice unas composiciones de las partes fijas de la misa como son el Gloria, el Credo, el Cordero de Dios o el Santo. Me las publicaron en un disco de la editorial Propaganda Popular Católica y aquello fue la explosión en la renovada liturgia en lenguas vernáculas, tras el concilio Vaticano II. Se han convertido en canciones que se cantan en todos los países de habla hispana.

–¿A qué pudo deberse ese éxito?

–Yo creo que se debe a la sencillez con las que las pensé, a la par que una inspiración muy honda, con ciertas raíces en la forma de cantar religiosa, pero en castellano. Se me da bien inventar melodías y aquellas tuvieron mucho éxito. De hecho, el disco se ha vendido en todos los países en habla hispana e incluso se han traducido a otros idiomas.

–Como músico, también ha dejado huella en la Semana Santa zamorana. ¿Sintió la presión de componer para uno de los eventos más reconocidos de la ciudad?

–Yo había roto con los latines, pero el fundador del coro del Espíritu Santo, Javier Escudero, comenzó a cantar con este grupo coral latines gregorianos y un día vino a pedirme que compusiera algo para una procesión que cada año iba teniendo mayor acogida. Y además lo quería en latín. Confieso que me hice un poco de rogar para que volviera a insistir y fue entonces cuando busqué el “Crux Fidelis”, un himno del Viernes Santo que tiene versos octosílabos en latín y que se lleva muy bien con un ritmo dos lento. Desde ahí le hice la melodía, empezó a sonar en el Viernes de Dolores y cada vez la gente lo escuchaba con mucho interés. La procesión, en su momento, era también muy novedosa dentro de la Semana Santa zamorana.

–¿Qué se propuso con este primer trabajo para la Hermandad del Espíritu Santo, dentro de la Semana Santa?

–Me prometí que iban a temblar las piedras y recordé una marcha fúnebre que suena en la película “El séptimo sello”, de Ingmar Bergman, donde me impresionó la imagen de los procesionantes que cantaban, así que realicé en latín una cosa parecía. Luego han surgido algunas peticiones más de otras cofradías y por amor a mi tierra, Zamora, y por amor a la música, accedí a ello.

–Lejos quedan ya sus viajes con magnetófono para recopilar canciones. ¿Hay relevo en la actualidad para que se siga protegiendo ese gran patrimonio musical que usted recopiló?

–Ya nadie canta cosas antiguas y los grupillos nuevos que salen degeneran la tradición, que se acabó a comienzos de los años dos mil. De hecho, creo que yo ya llegué a lo último, cuando pude recopilar las 1.045 canciones del cancionero. Está claro que las costumbres cambian.

–Pero se mantendrán esos recopilatorios, para quien quiera consultarlos. De su mano está no solo el de Zamora, sino también el de León y Burgos. ¿Cómo se animó a ampliar esta búsqueda a otras provincias de Castilla y León?

–Volví a coger el magnetofón para hacer en León lo mismo que había trabajado en Zamora, preguntando por los pueblos a personas a las que no les importara que se les grabara mientras cantaban y me encontraba a gente de todo tipo, más o menos colaboradoras. Dio la casualidad de que Alberto Pérez Ruiz, el presidente de la Diputación, había sido sacerdote también y me conocía, por eso me encargó este trabajo, que se compone de un total de seis tomos en la colección. En el caso de León, fui confeccionando yo solo el cancionero, sumando un total de 1.600 canciones. En el caso de Burgos, yo ya colaboré con un equipo y llegamos a recopilar 3.500 canciones, porque también se incluyen composiciones instrumentales. Todas ellas están transcritas, así que me he pasado muchas horas sentado, escuchando y transcribiendo música.

–Por último, pero no menos importante, está su labor como director de varias agrupaciones musicales.

–La primera de ellas fue Voces de la Tierra, que estuvo cantando quince años, con un repertorio precioso y muy novedoso. Con ayuda de la Caja de Ahorros Provincial de Zamora, recorrimos toda la provincia y grabamos cuatro discos. Cuando finalizó esta etapa, fue cuando comencé la recopilación de León. Con Alollano hemos grabado cuatro discos para Radio Nacional de España con muchas de las canciones recogidas en Zamora, León y Burgos.

–¿La música popular todavía tiene su público?

–Creo que sí, que tiene su público, aunque algunos lo vean mal, como una especie de profanación de la tradición. Pero el hecho es que la tradición está ya muerta y es muy difícil recoger un cancionero, yo ya llegué al final con el de Zamora.