“Decantar la mirada” es el título de la exposición fotográfica que hasta el 5 de septiembre se puede visitar en el Museo de Zamora. Su autor, el salmantino Carlos García Andrés, defiende su capacidad de crear imágenes abstractas a partir de objetos reales. Una capacidad que ha desarrollado en sus más de cuarenta años de trayectoria y que se ha convertido en su seña de identidad artística.

–En su muestra en el Museo de Zamora recoge una treintena de imágenes que resumen su trayectoria de casi cinco décadas. ¿Fue complicado hacer esta selección?

–La verdad es que a finales de 2019 realicé una retrospectiva mía en Salamanca, con medio centenar de imágenes, y lo único que he tenido que hacer en esta ocasión, por motivos de espacio, es reducir un poco el número. La sala del Museo de Zamora la conozco, es muy coqueta, y me gusta mucho.

–Y también el museo, porque ha añadido a esta exposición una serie del propio edificio.

–La directora y el conservador me propusieron hacer unas fotos abstractas dentro del museo y como soy un insensato, no tuve ninguna duda (risas). Creo que el edifico es uno de los mejores de Mansilla y Tuñón.

–¿Qué quiere transmitir con el título de la muestra, “Decantar la mirada”?

–El título lo eligió con mucho acierto el conservador del museo, demostrando que entiende bien mi obra. Mi retrospectiva de Salamanca la titulé de una forma menos concreta, “La realidad también es abstracta”, porque es lo que siempre he tenido que explicar en mis más de treinta exposiciones, que mis obras no son fotos preparadas ni dibujos de los que luego tomo la imagen. Algunos incluso han llegado a insinuar que son fotografías realizadas con microscopio, por parecer miniaturas. Pero son simples fotografías hechas de realidades que te puedes encontrar en el campo o paseando por la calle. De hecho, algunas están hechas con el teléfono móvil.

Decantar la mirada, una selección fotográfica de Carlos García Andrés Ana Burrieza

–¿No es complicado encontrar esa abstracción en objetos y lugares cotidianos?

–Yo he trabajado también con arquitectura y paisaje, pero pertenezco a una generación que cuando comenzó a meterse en harina y descubrir todo, estaban llegando las vanguardias y el arte abstracto, en los comienzos de los años 70. Es de lo que te empapas y, además, creo que, aparte de que me guste esto, siempre he tirado por la abstracción, porque conceptual y estéticamente da mucho juego, aunque lo abstracto desapareció en los años ochenta, fulminado por el arte conceptual y todo lo que vino después. Y en fotografía, muchísimo más.

–¿Se considera la resistencia?

–Creo que en fotografía el recorrido de lo abstracto ha sido muy corto y realmente sigue siendo un lenguaje válido hoy en día. A pesar de que se ha pasado el furor de que había que enterrarlo, como todas las vanguardias, sigue siendo un lenguaje válido, porque tiene plasticidad y concepto. Es decir, cuando yo fotografío una madera que me encuentro en un pueblo que es un auténtico Lucio Muñoz, a partir de ahí cuenta también el azar, el tiempo o la lluvia, le puedes dar cuarenta mil conceptos a la situación. Hablar de fotografía y abstracción es casi una contradicción, porque si es fotografía, tiene que ser de algo real y eso nos lleva a un desmonte conceptual. Hay otro tipo de fotografías que no se sabe lo que representa y a la gente le intriga mucho. Yo no lo descubro normalmente, porque es como si te preguntan por el significado de una sonata de Schubert, que no es como una canción de Serrat, que sí te cuenta un relato. Un retrato de un paisaje o una fotografía preparada son interesantes, pero el abstracto tiene también mucho recorrido y puede expresar muchas cosas.

–¿Cuál es el lugar más extraño donde ha trabajado?

–Estuve haciendo fotos abstractas en el Vaticano y en la galería de los Uffizi, con la mirada extrañada del vigilante (risas).

–¿La mirada del espectador puede modificar su trabajo?

–Cada uno lo interpreta como quiere y eso es parte del juego y la experiencia estética.