“¡A tres goles y jugamos al balonmano!”. El griterío infantil invade el entorno de las escuelas de Videmala cuando apenas faltan veinte minutos para las once de la noche. En plena calle, se disputa un partido de fútbol improvisado de cinco contra cinco, que solo se interrumpe cuando alguien avisa de la llegada de un coche. Las voces de alerta proceden de la zona de los adultos; allí se ubican los abuelos de unos chavales que aprovechan el alivio de la noche para marcar goles sin miedo a sufrir un golpe de calor. Es jueves 13 de agosto y los termómetros han alcanzado los 36 grados en la zona.

Con esas temperaturas, la jornada ha discurrido sin ocio en el exterior para los mayores, más allá de la salida para tomar el fresco tras el ocaso. La costumbre tiene arraigo también en los pueblos de Zamora, aunque la propuesta para convertir esta actividad en Patrimonio de la Humanidad haya partido de Algar, un municipio gaditano situado a 700 kilómetros de Videmala. El objetivo de la campaña es simplemente proteger la tradición.

Salida al fresco en Videmala Emilio Fraile

En la cita ante las escuelas de este pueblo zamorano, la salida al fresco sirve para charlar con el vecino y para vigilar los movimientos de los muchachos. “De todos estos, no vive ninguno aquí durante el resto del año”, señala uno de los tertulianos, Juan López, al pie de las bicicletas que esperan el final del partido para volver a rodar. Las diez personas que le acompañan en la charla asienten y destacan “la alegría del verano” en comparación con el resto del año.

Apoyada sobre la fachada, Mercedes López reconoce que “la cosa está cuesta arriba” para Videmala en los inviernos. “Pero como es lo que tenemos, nos conformamos”, apostilla. Los vecinos hablan de una cifra de habitantes que ronda el medio centenar durante el año; ahora, calculan que el pueblo supera los 200 inquilinos, casi todos de paso, condenados a abandonar la tierra de su familia cuando se despida agosto.

De ahí que las escenas de vida en la calle tengan el 1 de septiembre como fecha de caducidad. “Cuando yo estaba recién casado, nos juntábamos mucha gente ahí”, recuerda Juan López, mientras señala en dirección a la siguiente esquina. “Todavía llegaba octubre y estábamos en la calle más bien que otro poco”, añade, consciente de que, año tras año, “se van perdiendo estas tradiciones” de la mano de la crisis demográfica y del cambio en las relaciones humanas.

Salida al fresco en Videmala Emilio Fraile

En Videmala, ya hace tiempo que aquella reunión de compadreo nocturno empezó a desmigarse en pequeños grupos aislados. Además, casi todos los que comparten noches de agosto junto a sus nietos viven en las ciudades, tras marchar rumbo a Alemania, País Vasco, Asturias, Madrid, Valladolid o la capital de la provincia.

Ahora, el recuerdo de otros tiempos sirve como animación de estas noches al fresco, en las que se esquivan los temas polémicos, se atiende a los niños y, de vez en cuando, se toca algún asunto de actualidad, como el de la situación del embalse de Ricobayo: “Tienen a los pueblos sin agua, se habla mucho de eso”, añade Mercedes López, que considera que la gente protesta “con razón”. “Aquí no somos de quejarnos; nos aguantamos y ya está”, remata.

La conversación de los mayores y el partido de los niños seguirá hasta la medianoche y se mantendrá como el gran foco de actividad del lugar hasta que caiga la quietud de la madrugada. En este lugar se halla el epicentro de la salida al fresco en el pueblo, pero la escena tiene réplicas por toda la localidad. A las nueve y media, apenas se ve un alma por la calle; una hora después, casi en cada rincón aparece un corro de sillas.

Otras reuniones

En la parte conocida como La Hormiga, se encuentra una de las reuniones más íntimas. De frente a la calle, sin abandonar del todo su propiedad, se juntan Antonio y Palmira con Román y Encarna, que salen a la puerta aprovechando la buena temperatura. Lógicamente, una de las diferencias básicas entre el pueblo de Cádiz que promueve la declaración de las salidas al fresco como Patrimonio de la Humanidad y las localidades de esta zona es que, en Algar, rara vez hace falta una rebequita durante las noches de verano. Sin ir más lejos, pasado mañana podrían alcanzar los 44 grados. Mientras tanto, en Videmala, algunas tertulias se han dejado en paso, ya en agosto, para evitar tiritonas.

Salida al fresco en Videmala Emilio Fraile

No es el caso de este jueves, en plena ola de calor. “Ahora está el pueblo de vacaciones y hay mucha gente. Si comparas lo de ahora con lo que se ve en febrero... En invierno, yo salgo a la calle y digo: todo para mí”, explica Palmira, que vive el año entero en Videmala y que permanece atenta a la llegada del pescadero, el frutero, el de los congelados o el médico. Casi todos pasan por aquí dos veces a la semana. “Pero sí tenemos panadero. Ahí tienes el camión”, aclara.

A su lado, Román López escucha y ofrece su propio testimonio, que va en la línea de lo que tuvo que hacer la mayoría del pueblo para salir adelante: “Nos criamos aquí, pero el trabajo salió en Valladolid”, indica. Su destino estuvo en Correos, donde permaneció casi 40 años. Ahora regresa para compartir estos momentos nocturnos con su gente, pero siempre con billete de vuelta.

En el camino por el resto del pueblo siguen apareciendo asientos: algunos, vacíos temporalmente, esperando la llegada de sus dueños tras el paseo; otros, desiertos desde hace años, huérfanos de unos ocupantes que ya murieron y que no han hallado relevo para tapar ese hueco en la localidad.

Problemas en el pueblo

Ya cerca de la salida por la carretera hacia Cerezal, otro pequeño grupo paladea el aire fresco que ha sustituido al calor sofocante que había imperado en las horas centrales de este día de canícula. Allí, Sergio y Montse charlan casi en la intimidad, del mismo modo que años atrás lo hacían “cuarenta o cincuenta personas”, según relata la mujer. Ella ya no lo vivió, pero lo sabe por boca de su madre, que aparece unos minutos después.

Salida al fresco en Videmala Emilio Fraile

La pervivencia de esta tradición se antoja compleja, según el hombre, residente en Bilbao, que lamenta que “el pueblo está muy muerto”, aunque reconoce que el cambio en el Ayuntamiento y la entrada de gente joven ha favorecido un cierto dinamismo. “Mis abuelos vivían ahí al lado de la iglesia y siempre quedaban a estas horas para hablar, pero las personas se van muriendo, cada vez es todo más difícil y las familias salen solo a la puerta de sus casas”, reflexiona Sergio Benito.

Lo que parece complicado, de momento, es que los avances tecnológicos pongan trabas a la comunicación de tú a tú en Videmala, como se teme en otros lugares. “Te tienes que estar moviendo todo el rato para poder coger cobertura y hablar por teléfono. Así estamos todos los días”, denuncia Montse, que reside en Badajoz, pero que tiene a su madre, Adoración, de continuo en el pueblo. La propia mujer coge el testigo de su hija y recuerda que, durante el confinamiento, la localidad pasó ocho días sin teléfono fijo.

Sergio asiente y cita también la inversión “inútil” en un Internet vía satélite que “no utiliza nadie”. “Que piensen en la gente”, insiste el vecino, mientras se va acercando la hora de recogerse en Videmala. Es agosto y mañana será otro día para juntarse; cuando llegue el invierno, “no verás a nadie”.

Salida al fresco en Videmala Emilio Fraile