Profesor, historiador, crítico literario, especialista en el siglo de Oro español y en la obra galdosiana. Miembro de la Comisión Científica de la Junta de Gobierno del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Apasionado del teatro que ha actuado como asesor en la Compañía Nacional de Teatro Clásico y que ha llegado a dirigir uno de los festivales más prestigiosos del género como es el de Almagro. Es tan sólo una pequeña muestra del interminable curriculum del zamorano Luciano García Lorenzo. que sigue además manteniendo viva la necesidad de contar historias, bien en prosa, bien en verso o en forma de diálogo imaginario. En este segundo verano de pandemia, a García Lorenzo, colaborador también de La Opinión El Correo de Zamora, le queman entre las manos sus dos últimos libros editados por Pigmalión.

Dos últimas obras de García Lorenzo. | | CEDIDA

¿Empezamos esta entrevista en verso?

“La educación y la ciencia son las únicas soluciones para salvar al ser humano”

– De acuerdo. Empecemos por “La piel dulce”, mi último poemario

– Un poemario muy carnal, muy de piel como su título bien indica y que tiene mucho también de momento presente, ¿no es así?

– A diferencia de otros libros que eran bastante pesimistas, este es más optimista. Tiene varias partes bien diferenciadas. En la primera se habla del amor emocional, físico. Es un libro del compartir, del huir un poco de la soledad materializándolo en la piel femenina y en concreto en el vientre de la mujer. Vientre de maternidad en el sentido de construcción, de amparo.

– Hay una segunda parte más centrada en un paisaje, el amor a un paisaje, no a un cuerpo...

– Así es. Es una reflexión sobre un espacio, sobre una ciudad a la que no nombro pero que es Zamora. Yo la llamo ciudad dormida y dolorida. Hace poco se ha hecho un estudio sobre varios poetas locales en el Florián y se comentaba que mi actitud con Zamora es de amor y resentimiento. Yo creo que es más bien de amor y de dolor.

– ¿Y por qué la siente así?

– Para mí desde siempre ha sido una ciudad entrañable, querida pero también una ciudad dormida. Claudio Rodríguez era como mi hermano. Amaba Zamora como nadie pero también era muy crítico con ella. Mi poesía está muy en la línea de la de él. A esa ciudad dormida dedico parte de este poemario pero en este caso en su vertiente positiva: el paisaje, los pájaros, el río Duero… Hay un tono en estos poemas en concreto que es muy alegre y muy esperanzador.

– En la tercera parte aparece la idea del amor al pueblo, a la raíz, a la esencia…

– A la tierra, al origen, porque ahora mismo hablar de un pueblo es como hablar de un parque temático. Se está vendiendo una idea prefabricada de lo rural y nos estamos olvidando de esa esencia para ofrecernos a cambio fines de semana en entornos bucólicos, buena gastronomía, un destino para huir de los problemas… ¿Y la raíz de lo rural? Nos la estamos perdiendo totalmente pero eso no interesa venderlo. Pesa lo económico frente a lo que lleva una carga más emocional y sentimental.

– En “La piel dulce” acabó entrando también el coronavirus…

– Era inevitable después del año y medio que hemos sufrido. Es sin duda la parte más dolorida del libro. Aún con todo sigo manteniendo una extraña confianza en el mundo, en el ser humano a nivel individual. Sigo creyendo en el hombre pero no porque se estén haciendo las cosas precisamente bien a nivel social, político… sino porque el hombre al fin y al cabo sale de todas las catástrofes redimido. Redimido a nivel intelectual ¿eh?. De hecho el último de los poemas del libro representa la victoria a pesar de todo. La victoria de la ciencia que sale a su vez de la cabeza del hombre.

– ¿Qué cree que hemos aprendido o desaprendido durante esta pandemia?

– Sin duda lo mejor y lo peor. Como te he comentado anteriormente nos hemos redimido pero a título individual. Hemos sido solidarios, hemos recuperado el sentido de familia, el contacto con hijos, nietos y abuelos. Hemos recuperado el mundo infantil que nos hacía tanta falta, hemos jugado, hemos hecho cosas ilusionantes… pero también nos ha salido todo lo peor. ¿Cuándo se ha visto en la historia de las grandes catástrofes cinco olas consecutivas? Cinco olas, cinco estupideces. Así que está claro que nuestra única salvación pasa por la ciencia y por la educación. Ni colectiva, ni social ni política, ni humanamente somos capaces de hacerlo así que está claro que la ciencia es nuestra única salvación.

– ¿Ha rememorado muchas veces a Zamora en este tiempo de mayor ausencia?

– Más bien la infancia, mi infancia que tiene a Zamora como marco. En lo político, en lo social era una ciudad tremenda en aquel tiempo, pero en el recuerdo queda aquella ilusión, no tanto hacia las personas como hacia los paisajes, ellos sí siguen vivos: el río, las Aceñas, los jardines del Castillo, Valorio… iYo era Robin de los Bosques en Valorio! También he pensado mucho en el paso del tiempo, en que éste inevitablemente me está comiendo, me está dando buenos mordiscos. Pero en fin… son los bajones típicos de la edad en la que me encuentro. No puedes evitar que el sentimiento de muerte esté presente. Es lo que yo llamo el tictac. Y ese tictac desde hace algún tiempo siempre está ahí.

– Después de una extensa obra publicada en prosa y en verso se atreve por primera vez con una obra de teatro…

– Nunca me había atrevido a editar teatro. No tengo pudor en publicar poesía, relatos, todos los ensayos e investigaciones que he hecho… pero el teatro que es lo que más cerca siento siempre me ha dado más respeto. Supongo que precisamente por eso. Me animé a editar “Periferia” porque me preocupa todo lo que está pasando. El inmediato futuro me preocupa muchísimo.

– Intuyo entonces que es una obra más pesimista que la anterior…

– En la vida no suelo ser tan pesimista pero en la escritura sí lo soy. En este caso “Periferia” es una historia de fracasos. La constatación de los desencantos. Prefiero llamarlos así. Sus protagonistas son personas desencantadas: un matrimonio que se separa y que no tiene nada sólido a lo que agarrarse y un tercer personaje que no está en la obra físicamente pero que es El Personaje por excelencia que destruye su vida y se autodestruye a sí mismo, de forma tremenda. Es un personaje maldito, un desencantado total, pero alguien que ha vivido más intensamente que nadie.

– Sería fácil encontrar ese perfil en la calle en el tiempo que vivimos?

– Podría ser que sí. Vivimos un momento extrañísimo desde el punto de vista social. Todo lo de las redes, la cibernética… Para mí es un tiempo absolutamente incierto en el que estamos manipulados de forma atroz y en el que tenemos una falta de libertad que no hemos tenido nunca. Para mí las dos palabras que resumen estos tiempos son desde luego la manipulación y la mentira. Hay una contradicción tremenda entre todo lo que están significando los avances en positivo en terrenos como la ciencia o por supuesto la medicina. Y después lo que están suponiendo esos mismos avances a nivel social que no me gustan nada.

– ¿Usted como profesor, tiene fe en las nuevas generaciones?

Mira, yo publiqué hace un tiempo una historia en torno al Señor de Pigmalión, que creaba muñecos, marionetas que acababan revelándose contra él. Los muñecos adquirían libertad pero en cambio no habían aprendido a ser libres. No sé. Creo que estamos en un momento de negritud tremenda. Sobre todo en cuanto al mundo universitario. Se está olvidando lo que era la gran dignidad de la Universidad. Ahora imperan los falsos méritos, es el triunfo de la mediocridad, la hipocresía y la mentira institucionalizada. Y al fin y al cabo eso es lo que mira el niño y lo que el adolescente respira.