Le gusta definirse como un “artesano del lápiz”. Un dibujante que utiliza materiales sencillos para volcar sus emociones y ensoñaciones de forma directa en un espacio en blanco. A partir de hoy y hasta el próximo 29 de julio, presenta en la Sala de Exposiciones de La Alhóndiga una colección de 29 obras bajo el título “Fantasías de cartón”. Una serie de retratos con un trasfondo muy especial porque son fruto de una “resurreción” nada literaria sino más bien de una vuelta a la vida descarnadamente real.

Es usted un superviviente...

– Lo soy. Yo sufrí un infarto gravísimo en 2019. Estuve muerto 53 días en la UVI. Además perdí cuatro dedos de mi mano derecha. Cuando desperté fue duro porque no sabía si podría volver a dibujar en estas condiciones. Así que de la catarsis que supuso comprobar que sí, que era capaz, nacieron la mayoría de estas fantasías realizadas ya con mi mano nueva. Por eso esta exposición es tan especial.

–¿Cómo son esos personajes que aparecen en sus cuadros?

–Siempre he dibujado a personajes un tanto oníricos, puras ensoñaciones. Gente dolorida, con un semblante un tanto sombrío. Como decía García Márquez “hay que abandonar de vez en cuando la belleza o dejarla olvidada en el ropero”. En este caso mis personajes tienen además un poso melancólico dadas las circunstancias en las que fueron creados y esa emoción creo que se transmite. Pero son pura fantasía. No representan a nadie.

¿El espectador podría sentirse identificado con alguno de ellos?

–Yo no espero nunca un mero espectador. Si un dibujo no te conmueve o sientes un latigazo ante él no merece la pena. Y a mí en este caso lo que me gustaría es que la gente busque la sensación que le produce, no la técnica con la que está realizado. Todos los humanos tenemos esa parte de Míster Hyde que es la que impera en esta exposición. Esa parte torva, oscura que todos tenemos.

Cuando entras en la sala se puede llegar a sentir una especie de turbación...

–Todos y cada uno de los personajes de la exposición te miran. Ellos te observan, te están mirando todo el rato. Son como nuestros fantasmas internos. Esos que guardamos y no dejamos salir.

–Usted los saca a la superficie tras vivir una experiencia realmente extrema. ¿Qué recuerda de aquella muerte con billete de vuelta que duró 53 días?

– Cuando volví amanecí sin más y lo único que quería era estar, estar aquí, disfrutar de todo, de mi mujer, de mis amigos, de mi gente. Y cuando hablo de disfrutar no hablo del disfrute de antes sino de uno que es total.

–¿Cómo vuelve uno de ese viaje? ¿Qué es lo que cambia?

–Cambian muchas cosas. Adquieres todo tipo de sensaciones nuevas y profundas. Ahora cuando me enfado me enfado de verdad, cuando estoy feliz lo estoy de verdad. Vivo todo mayestáticamente, intensamente. Me gusta vivir. Porque ahora tengo más claro que nunca que la vida es un tránsito. La vida y la muerte son lo único que tenemos seguro. Yo he estado muerto, atado a una máquina que respira. Ahora sólo quiero vivir.

–Hace falta que pasemos por una situación traumática para darle valor a la vida, a las cosas, a las personas?

–Puede ser. Vivimos amontonando cosas y sensaciones en el día a día y luego te das cuenta de que no necesitas casi nada. Además somos el único ser vivo de la tierra que tiene capacidad para conversar. No ya para comunicarnos, que eso lo hacen todas las especies. Sino para conversar. Y lo único que hacemos es dar voces.

– ¿Qué queda de su experiencia como sindicalista?

–Eso siempre queda. También sigo siendo comunista aunque ahora estoy más enfadado que antes.