Voces, gritos, risas, música a todo volumen... es lo que se oye cuando se llega a las instalaciones del Campamento Doney, que reabre sus puertas después de que el año anterior no pudiera por la situación sanitaria.

El campamento comenzó el pasado lunes, día 5, y en esta ocasión, las actividades no se celebrarán en la típica localidad sanabresa con la que comparten nombre, Doney de la Requejada. Esta vez, el padre Sotillo, junto con todos los monitores, ha tenido que repensar el concepto y adaptarlo a la situación actual. Para ello han desplazado el campamento hasta la finca de La Milagrosa, a las afueras de la capital zamorana.

El párroco, consciente del elevado coste que supondría para las familias el campamento en Doney de la Requejada, ya que las medidas sanitarias exigían un mayor número de tiendas de campaña para menos niños, decidió que la mejor idea era crear un campamento urbano.

Unos niños juegan con globos de agua. Emilio Fraile

El campamento, como en otras ocasiones, es por semanas, en total cinco, y de lunes a viernes. De estas, las cuatro primeras, del 5 al 30 de julio, están dedicadas a los más pequeños, de entre 5 a 13 años, mientras que la primera semana de agosto, del 2 al 7, es para los jóvenes de entre 14 y 17 años. Las actividades son de 8:30 a las 15 de la tarde, a excepción de los miércoles y la semana dedicada a los más mayores, ya que estarán allí hasta las 6 de la tarde para hacer rutas por la ciudad.

Hasta ahora un total de 330 jóvenes ya se han inscrito, la mayoría de forma online, aunque también se puede hacer de manera presencial. Esta cifra supera considerablemente el número de niños apuntados en otras ocasiones, ya que en 2019 no llegaban a los 270. Además, uno de los monitores asegura que las dos primeras semanas de julio están completas y que al resto “les falta poco para llegar al cupo”.

El precio de inscripción depende del número de semanas al que se quiera asistir: 50 euros si es una semana, 90 si son dos, 120 tres y 150 euros las cuatro semanas. Los jóvenes de entre 14 y 17 años deben pagar 60 euros para la única semana de agosto que se dedica para esa franja de edad.

Para llegar hasta la finca de La Milagrosa, los monitores quedan en la Marina con aquellos niños cuyos padres no pueden llevarlos y, todos juntos, bajan andando hasta el lugar.

Uno de los monitores moja a los niños con una pistola de agua. Emilio Fraile

Respecto a las normas de seguridad, el Campamento Doney cumple con todas ellas: gel hidroalcohólico repartido por toda la finca, jabón, uso obligatorio de la mascarilla en todo momento (aunque estén al aire libre) y cada pequeño debe llevar su propio almuerzo y no puede compartirlo con nadie. Además, los niños están divididos en grupos burbujas de 13 personas más el monitor o monitora, es decir, esos 13 niños estarán siempre juntos y casi no se relacionarán con otros de otros grupos.

Con relación a las actividades que realizan los pequeños, estas son casi siempre juegos, como yincanas, talleres de teatro o juegos de baile. Todos ellos, además de entretener a los niños, tienen el objetivo de educar y transmitir valores. Los más mayores, si son más de 30 inscritos, tendrán el privilegio de, en su último día de campamento, hacer una ruta por Sanabria y visitar el pueblo de Doney. Cabe destacar que todos los grupos burbuja realizan las actividades, pero de una forma escalonada.

Una niña lanzando el balón. Emilio Fraile

Ante esto, el padre Sotillo ha asegurado que es “muy complicado que cualquier joven pueda contagiarse dentro del campamento”.

En esta nueva y adaptada situación, el párroco ha querido agradecer la ayuda de Caja Rural, que ha querido portar su granito de arena con gorras para los niños y más de una docena de carpas para que puedan almorzar a la sombra.