Hoy se cumplen seis meses del inicio de la vacunación contra el coronavirus en Zamora. Desde entonces, el proceso ha protagonizados miles de conversaciones, ha provocado elucubraciones sobre el turno de cada generación y se ha convertido en ese condicionante que marca la pauta de la vida. Cuanto más avancen los pinchazos, antes se acabará la pesadilla.

A lo largo de todo este tiempo, han cambiado muchas cosas, pero las manos que ejecutan la tarea siguen siendo las mismas. Sus dueñas son un grupo de enfermeras llamativamente jóvenes que acumulan medio año de trabajo al límite para inyectar la esperanza en los brazos de la población zamorana, la más envejecida de España. Al principio, eran cuatro equipos; ahora son siete. Su historia muestra unas vidas entregadas a la causa común de mayor impacto para toda una generación.

Rocío Páez y Lorena Fraile se embarcaron en la aventura de la vacunación el primer día, pero su historia con el COVID viene de atrás. Las dos se dedicaron a realizar pruebas PCR desde el inicio de la pandemia y estuvieron juntas a partir de ese instante, con turnos interminables y épocas “muy duras”. “En los primeros días, estuve a punto de renunciar”, reconoce Fraile. No lo hizo.

Lorena Fraile, junto a Rocío Páez Emilio Fraile

Tanto ella como Páez siguieron realizando pruebas de detección del coronavirus hasta que recibieron una llamada a finales de diciembre. Les tocaba vacunar: “Nos dijeron que iban a ser tres o cuatro semanas”, recuerdan. Aparte de esa información, las dos enfermeras aprendieron lo básico en un breve curso y se echaron a la calle para inmunizar a los usuarios de las residencias. Por el camino, “muchas horas, mucho cansancio y mucho agobio”.

En ese tránsito, ambas fueron ganando soltura y reforzaron una relación que ya se había estrechado durante los meses anteriores: “Todos los días, cuando cambiábamos de turno, ella me dejaba un pequeño detalle y yo hacía lo mismo”, rememora Fraile. “También nos mandábamos vídeos y audios todos los días”, apostilla Páez. La unión resultó tan poderosa que ambas decidieron grabarse en la piel un tatuaje que dejará marcada para siempre una etapa inolvidable de trabajo en las trincheras.

Tatuajes del COVID Emilio Fraile

Tras las residencias, las dos enfermeras siguieron vacunando en centros de salud, en el Santa Elena, en el Ramos Carrión y en Ifeza. Allí siguen ahora. La frontera para Páez se sitúa en octubre, cuando debe incorporarse a una plaza fija. Su cuerpo y su mente ya le piden un cambio: “Me gustaría decirte que esto es maravilloso, pero tienes que pensar en tu salud mental. Yo llegaba a casa con ataques de ansiedad”, afirma.

Ninguna de las dos es capaz de aclarar cuántas dosis han puesto en todo este tiempo. Su vida consiste en vacunar mientras le roban horas a su familia y a sus amigos, y hasta los momentos especiales se celebran en plena faena. Rocío Páez sopló las velas de su vigésimo séptimo cumpleaños en Ifeza, sobre un Phoskito.

Testimonios de las enfermeras

Fátima de la Fuente, Lara Fernández y Carmen Peláez forman parte de otro de los grupos de vacunación. Las tres son veinteañeras e iniciaron su trayectoria común en la pandemia desde la unidad de atención telefónica del COVID. Todas recuerdan el estrés de aquella etapa, con “muchas llamadas al día, casos complicados” y con una sensación que se repite entre todas las profesionales: “Mucho agobio”.

Ya a finales de diciembre, llegó lo desconocido: “Empezamos con un poco de miedo porque era una vacuna que nunca se había administrado, pero poco a poco fuimos solucionando problemas a los que pensábamos que no nos íbamos a tener que enfrentar nunca”, señala Fernández. Peláez apunta que algunas de las primeras salidas a las residencias se realizaron sin el respaldo de un médico: “Nuestro mayor miedo era que alguien se pusiera muy malo”, subraya. Pero salieron adelante.

Fernández, Peláez y De la Fuente Emilio Fraile

Su camino fue el mismo que el del resto de los grupos de vacunación hasta llegar a Ifeza: “Al principio, íbamos cuatro equipos para poner 400 vacunas, y ahora administramos casi esa misma cantidad cada una en una mañana”, subraya Fátima de la Fuente.

En la mesa de al lado, Sandra Alonso deja claro que habla por ella y por Esther Montero, su compañera que no ha podido participar en la conversación. Los lazos que se han creado quedan patentes en ese detalle. No en vano, estas dos enfermeras zamoranas también acumulan seis meses de pinchazo en pinchazo, “tras recibir unas pequeñas directrices” en diciembre. “Hemos avanzado sobre la marcha”, afirma Alonso.

Testimonios de las enfermeras

Esta profesional pasó de la Atención Primaria a la vacunación, una experiencia que define como “emocionante”; especialmente, en las residencias, donde los usuarios “lloraban”, les agarraban de la mano y les reconocían como sus salvadores. No todo ha sido así: “Ahora, te exigen, han llegado a decir que vacunemos mañana, tarde y noche, pero luego hay personas que se quejan porque el turno les pilla en vacaciones o en el día de San Pedro”, reflexiona la sanitaria.

Alba Zazo y Alberto Vega escuchan las palabras de su compañera antes de contar su propia historia. Ambos se incorporaron hace cuatro meses a esta tarea, tras coincidir en Atención Primaria en La Guareña. “Fue entrar a un sitio totalmente nuevo, con mucha gente, muchas incógnitas y muchos protocolos. Ha habido que lidiar con estas cosas, pero hemos hecho un equipo muy bueno en Zamora”, asegura él, que ha tenido un bautizo de fuego en la profesión: de la facultad a la pandemia sin pasos intermedios.

Los equipos de vacunación, durante su llegada a la primera residencia Emilio Fraile

Zazo pone el foco en el esfuerzo personal, en la lejanía forzosa de la familia durante los peores momentos, una distancia directamente proporcional a la cercanía con el virus: “Para mí, lo que más vale es que reconozcan ese esfuerzo, y no me refiero al tema económico”, apunta la enfermera, mientras su compañero menciona esos “días grises” en los que también tocaba acudir donde fuera, con la mejor actitud, para seguir vacunando. No ha habido espacio para los brazos caídos.

Estas jóvenes, junto a otro puñado de profesionales, han liderado la ejecución del proceso de inmunización en Zamora, y lo han hecho con un aplomo que se ha ido consolidando con el paso de los días. En la mochila de las enfermeras de la provincia, más de 180.000 vacunas administradas y una certeza: sin su sacrificio personal, la vuelta a la vida sería imposible. Por cada pinchazo, una dosis de esperanza.

Una enfermera pone una vacuna en Ifeza Emilio Fraile