“Gente corriente. Los alfareros de Olivares” es el título del libro que ayer presentó Eduardo Velasco Merino en el Museo Etnográfico de Castilla y León. Una obra editada por el Ayuntamiento y descubierta durante la celebración de la Feria de la Cerámica y la Alfarería.

–¿Cómo arrancan los primeros pasos de este estudio?

–La investigación empieza hace más de una década de forma anecdótica. Paseando por Olivares vi que había una calle que se denominaba Lucas Cabañas y me entró la curiosidad por saber quién era esa persona. Soy historiador y llevo investigando más de treinta años, así que finalmente descubrí que el señor Lucas era un alfarero del barrio, así que fue adentrándome en la cerámica de Olivares, obteniendo un estudio de los alfareros desde mediados del siglo XVIII hasta principios del siglo XX, prácticamente hasta su desaparición. No soy especialista en la cerámica de Olivares, así que lo que hago es un levantamiento genealógico de todos los alfareros y tejeros de Olivares durante siglo y medio.

–¿Por qué se dedicó una calle al señor Cabañas?

–En un momento dado forma parte de la corporación del Ayuntamiento de Zamora y llega a ser concejal, así que cuando fallece, en agradecimiento a su participación política, ponen el nombre a una calle y, por otra parte, le dan una sepultura permanente en el cementerio de San Atilano. Además, el primer Cabañas que se establece en Olivares, Antonio, lo hace en esa calle, que se denominaba en un principio la calle cerrada de las campanas. La vía permanece igual, es la que enfrenta el campanario de San Claudio, pequeñita, estrecha y cerrada. De ahí el nombre.

–¿Por qué Olivares se convierte en asentamiento de alfareros?

–En la primera mitad del siglo XVIII no había ninguno y el primero que se asienta es José Valderías, de Jiménez de Jamuz, en León. Por la misma época aparecen Antonio Cabañas y Alonso de las Casas, también leoneses. Ellos son los pioneros de la cerámica de Olivares. A partir de ahí, existen una endogamia entre ellos, casándose hijos de unos con otros y también algunos oficiales y aprendices. La saga Cabañas es la que más permanece en el tiempo, hasta su desaparición. El último en dedicarse a este oficio fue el propio Lucas Cabañas, sus hijos no continuaron ya la tradición y la cerámica de Olivares desapareció, en parte por el choque entre la artesanía y la industria. Económicamente no podían convivir y desaparece del todo en el primer tercio del siglo XX.

–¿Qué características tenía esas piezas de barro?

–Lo que conocemos como cerámica de Olivares tiene ese fondo blanco y esas hojas en azul y verde y surge en torno a 1780 con llegada de otro alfarero, Santos Álvarez, que viene de La Torre del Bierzo. Es quien empieza a innovar y, para hacer esta transformación, se trae a unos oficiales de la zona de Zaragoza, pidiendo al Ayuntamiento un crédito de tres mil reales para tratar de establecer una alfarería a imagen y semejanza de la que se fabricaba en Talavera y Alcora, aplicando plomo al barro y transformando así la alfarería en cerámica.

–¿Qué otros objetos hacían?

–En la segunda mitad del siglo XVIII los alfareros compaginan la cerámica que fabrican de platos y demás con la creación de rótulos para las calles, en azulejos, así como la numeración de las casas. El Ayuntamiento, en el siglo XIX, decide que hay que regular la nomenclatura de las cales y le encargan a los alfareros de Olivares esos nuevos rótulos, así que se convierte en otra vía de trabajo para ellos.

–¿La materia prima era de Olivares?

–Los barreros que se utilizan en un primero momento están en las huertas que hay en torno a la iglesia de Santiago de los Caballeros y cuando es insuficiente, se empieza a sacar de Valorio y de las laderas del alto de San Isidro. Llega un momento que incluso el Ayuntamiento regula la extracción del barro, como de la leña, en el último cuarto del siglo XIX.