Detrás de cada testimonio de vida existe una titánica historia de lucha y de forzada marginación por las circunstancias adversas de sus territorios de origen, o sus circunstancias personales. Expulsados del sistema, huyendo de esa periferia, llegaron a Zamora. Las razones de seguridad están detrás de dos de las protagonistas de este viaje que las ancló en la ciudad; la necesidad de sortear una muerte segura por enfermedad, dejó atado a este lado del estrecho a otro por una deuda de agradecimiento, pero también económica, los 1.500 euros que reunieron su familia, sus amigos y sus vecinos para costearle la plaza en la patera que le trajo a España para asegurarse la vida. El cuarto testimonio, en el Día Internacional del Migrante, lo ofrece una mujer que tuvo que buscar refugio en Zamora, con sus hijos, para blindarse frente a la violencia de género a manos de su marido.

Gabriela, con su hija. Sara Rodríguez.

Lograron cruzar la frontera, pero siguen atrapados en ese lado oscuro de la migración ilegal, situación agravada por la pandemia, que les impidió seguir camino hacia otras provincias, pero que les ha permitido apegarse a Zamora, donde dicen sentir la empatía de sus gentes y no sufrir racismo ni xenofobia.

Sin embargo, también aquí, en España, son “invisibles, están fuera del sistema”, no pueden acceder a ayudas económicas, como la Renta Garantizada y para conseguir contratos, declara Isabel Sampedro de la Granja, su guía en esta dura travesía hacia la inclusión, la inmersión en la normalidad, trabajadora social y responsable del Programa Inmigrantes de Cáritas. Están enredados en un galimatías burocrático que dilata demasiado en el tiempo la posibilidad de encontrar un trabajo que les permita pasar al otro lado. En Zamora, los migrantes suman el 6% de la población total, en una ciudad en la que dicen no haber sentido el peso del racismo, buscan una oportunidad para rehacer sus vidas, para ser un ciudadano más con derechos.

Ayoub, en Zamora. Sara Rodríguez.

Los cuatro migrantes -bajo nombres ficticios- que relatan sus experiencias a LA OPINIÓN-El CORREO DE ZAMORA han encontrado en Zamora respeto, “los zamoranos son solidarios, nunca me he topado con una persona que me haya tratado mal”, explica una joven periodista venezolana de 31 años, Carolina. Dejó su país con su hija menor de edad después de que su marido tuviera que salir hacia Chile, donde pidió asilo político. “Las amenazas llagan hasta nosotras, que vivíamos solas y tenía miedo de que entraran en mi casa”. Huyó de esa “inseguridad, para proteger a mi hija, la situación se puso peor y teníamos que irnos”, explica esta mujer. Era en julio de 2019, con la crisis política golpeando con fuerza al país venezolano.

Trabajaba en una imprenta “hasta que no hubo papel para imprimir, con todos los medios digitalizados, las opciones de trabajo no llegaban para subsistir”. Y recala en Zamora de la mano de una hermana asentada en la ciudad ya. Cuando había logrado independizarse, encontrado un trabajo en Valencia gracias al convenio que les permite, “por razones humanitarias, disponer de un año de residencia en España”, y contar con un permiso de trabajo por seis meses, renovable siempre que tengan una ocupación laboral durante dos años. La periodista lo había conseguido cuando se vino a Zamora para renovar el permiso porque "se tarda menos en tramitar que en Valencia, donde hay más inmigrantes". Pero el COVID se interpuso en su camino, “a los días de recibir la autorización, saltó el estado de alarma, ya no pude volver a mi trabajo en Valencia como empleada de hogar”. Llora, “estoy angustiada”. Y su pequeña de 8 años, sentada a su lado, la acaricia mientras le dice que “todo va a ir bien”. La joven, desesperada, cuenta cómo , “de repente, me vi encerrada en Zamora, sin posibilidad de retomar mi trabajo”.

Mientras atiende la casa de su hermana, añora su independencia, “no he podido recuperar mi vida, la pandemia me la partió. En Valencia, tenía más posibilidades de trabajo”. Como el resto de los migrantes, “quiero un empleo de lo que sea, he vendimiado y limpiado, aunque todo en negro”. Tal y como ve el panorama, “mi perspectiva es irme, solo me quedaría si tuviera un trabajo”. Las ventajas de vivir en Zamora son muchas, “es una ciudad más barata y la niña está bien aquí”, pero le resulta imprescindible disponer de ingresos para poder vivir con su hija sola, sin depender de sus allegados en la capital, tener su propia casa.

Carolina, en la capital zamorana. Sara Rodríguez.

Cáritas atiende a un centenar de migrantes cada año en esas mismas circunstancias, derivados de los Centros de Acción Social (CEAS), Cruz Roja, parroquias u otras instituciones. Trabaja con ellos en varias vertientes: la acogida para facilitarles la manutención y el pago de recibos; la orientación y el asesoramiento jurídico en los trámites relacionados con los expedientes administrativos de Extranjería dependientes de la Subdelegación del Gobierno central para lograr permisos de trabajo y residencia, estrechamente relaciones, sin uno es imposible lograr el otro.

En esas está Ayoub, marroquí de 25 años de una ciudad próxima a Rabat, que emprendió viaje hace un año y 8 meses a España en patera. “Tres días en el mar”, junto a 120 personas más, hasta avistar Cádiz, “una experiencia muy dura, ibas con tu comida. Al llegar cerca de la costa, saltamos al mar” y llegó “por su cuenta” a tierra. Él tenía familia en Huelva y hasta allí se fue para que le pudieran operar, “necesitaba médicos”, dice en un español aún muy precario, aprendido en la calle y en el programa de alfabetización de Cáritas. Sevilla, San Sebastián, Logroño, Bilbao, donde vivió en la calle, pidiendo porque no había trabajo. Hasta Zamora le trajo esa búsqueda el 24 de agosto de 2020, donde conoce a otro marroquí que está en el programa de Cáritas, “el boca a boca funciona mucho”, apunta Isabel Sampedro. Ayoub se forma en el centro de adultos “y ha avanzado mucho, cuando llegó no hablaba”. Tiene conocimientos de informática, como empleado doméstico, para cuidar niños y ancianos, de camarero y de limpieza. “Colaborador, es inquieto, siempre está buscando como obtener sus papeles”, un empleo que le permita quedarse en Zamora, “sino tendré que irme fuera”. Para lograr el arraigo todavía le restan tres años.

Sigue en el centro de acogida de Cáritas porque sin papeles no puede acceder a prestaciones, y si trabaja no ha regularización, es la pescadilla que se muerde la cola. El agradecimiento hacia la ONG y el trato de sus trabajadores es absoluto. El paraguas que les presta Cáritas para aprender el idioma y la cultura española, clases paralizadas durante la pandemia; los cursos de formación profesional, para facilitar su inmersión en el mercado laboral, es fundamental para mantener a flote el ánimo de estos migrantes.

Gabriela, vino con su hija de 8 años desde Honduras hace dos años, cuando tenía 26 “porque mi pareja ya estaba en Zamora”. El matrimonio escapó de las “maras”, “mataron a un tío mío por el impuesto de guerra y nos amenazaron también a nosotros”, pero no han logrado que se les reconozca como refugiados políticos, si bien han recurrido la denegación de la solucitud. Cuando llegó a la capital zamora, “al principio, fue difícil”. Y, como para el resto, la principal preocupación es el empleo, “me está costando” por lo complicado de legalizar su situación, si bien su marido, que llegó a cotizar, ha podido aportar ingresos con los cursos del Ecyl. Y, de nuevo, la mano tendida de la ONG resulta esencial a estas personas migrantes para sobrevivir, no sólo con el aporte económico, alimentario o formativo, sino en lo personal porque llega a propiciar “una red social” entre ellos. Encontrar a Cáritas "ha sido como una luz, no solo es el apoyo económico, sino el psicológico, te levantan la moral, de esta ONG ha dependido mi progreso”, dice Gabriela. “La pandemia fue un parón para nosotros porque ya teníamos hechos cursos de cuidadora de niños, por el CEAS, de informática y de Internet; de mozo de almacén, de reponedores y de manipuladores de alimentos”.

Amina, marroquí de 40 años, lleva seis en Zamora, llegó con la visa de turista desde otro país con su familia. Evita dar muchas explicaciones que puedan identificarla. Y la razón es poderosa: recaló en Zamora como víctima de violencia de género, en una casa de acogida. Los problemas se han alejado, “trabajo limpiando, tengo papeles desde 2019”. Remarca el esfuerzo que hay detrás, “muchos dicen “mira, que suerte tienes”, pero no saben lo que he sufrido para conseguirlo”. El miedo al virus pasó, “estuve muy asustada por si perdía el trabajo y tenía poco dinero”. En Zamora, “estoy bien, no tengo problemas, tengo amigas”, pero alguna vez “he sufrido el racismo.