Alberto Jambrina Leal pasa página a 33 años de su historia profesional, y personal, como coordinador de la Escuela de Folclore de Zamora. Le sustituirá un millennials experto en redes sociales, Mario Martínez Roncero, pero Jambrina no se desvincula, organizará las miles de melodías tradicionales recopiladas, algunas cuando era un estudiante de etnomusicología en Madrid, al final de su carrera universitaria. Aquel jovencísimo componente de Cacharpaya desde 1974, grupo con el que ganó en Gente Joven frente a Mecano, terminó por iniciarse en otro viaje alejado de la canción protesta, y optó por rescatar la cultura enterrada en los pueblos zamoranos, el folclore. Fue impulsor de la Escuela nacida en 1988 con unos 40 alumnos, hoy con más de 1.200 matrículas y 10 escuelas comarcalizadas.

Alberto Jambrina Leal, profesor de música especializado en etnomusicología. Emilio Fraile

–Sin las cortapisas ni censuras de la dictadura, la transición abre la puerta a recuperar el folclore y la tradición oral propios de cada territorio. ¿Cómo se lanza a esa aventura el grupo de jóvenes zamoranos al que pertenecía entonces?

–El embrión está en la organización del Día del Folclore de Zamora, bajo el patrocinio del Ayuntamiento de Zamora, el 23 de agosto de 1983 con una afluencia de público increíble, unas 5.000 personas, entre ellas Agustín García Calvo con los oídos bien abiertos. Esa fecha fue un rompe aguas, supuso un antes y un después. Toda la cultura tradicional había sido un poco monopolizada por el régimen franquista, uniformizada desde la sección femenina. En ese acto mostramos a personas que trajimos de pueblos, Julio Prada, Argimiro Crespo, Celestino Martín. Se pudieron ver otras cosas.

–¿La diversidad?

–Sí, también la diversidad de trajes con la colección que nos prestó Alfredo del Cueto, colaboró Bajo Duero. Y se pudo ver otro tipo de valores. Trajimos a informantes de campo, al grupo Fernandiel de Muga de Sayago, en el que estaba la abuela Marina; a Abel Martín y su hija Teresa, todavía activa en el pueblo, para bailar los charros, las jotas; a Celestino Martín, un pastor tamborilero de Toro que había grabado ya para Joaquín Díaz y que interesó, incluso, al Museo del Hombre de París

–¿Ese entusiasmo por rescatar la historia trascendió a través de los medios de comunicación, abiertos a colaborar?

–Sí, tuvimos durante un año y medio un programa, “Las habas verdes”, en Radio Zamora, patrocinado por Caja Zamora, todos los sábados, poco antes del parte, salíamos con la unidad móvil a recopilar por los pueblos.

Hemos llegado a tener 1.500 matrículas, alumnos que querían aprender la música de su pueblo porque había fiestas si sabían tocar

–¿De dónde nace esa necesidad de esos jóvenes músicos que salen de un mundo oscuro y podrían haber optado por música más rompedora, el rock, el pop, la canción protesta y, sin embargo, se vuelven hacia la tradición, hacia esa España profunda?

–Sí, ahora la España vaciada. Yo estudio música en el Conservatorio en el año 1981 y me voy a Badajoz a terminar la carrera. Un año después curso en Madrid la asignatura de folclore con Dionisio Preciado, quien me empieza a hablar de etnomusicología. Para esta asignatura se pedían algunos trabajos de campo y empecé ya a ir a Mayalde, a recopilar a Vicente Nieves, tamborilero; a Vide de Alba donde había unas señoras que habían tenido relación con mi padre; conocí también al padre de los gaiteros de Pedrazales, a Ceferino. Vas buscando músicas y te encuentras personas que te cuentan su cosmovisión de la vida.

–Un mundo que tiene muchos lazos comunes con otros territorios del país.

–Sí, en cualquier cosa de lo local siempre hay un pedacito de lo universal. Ese programa de radio lo presentamos al Ministerio de Cultura en un certamen de prensa y radio y nos dieron el primer premio nacional en el apartado de Cultura Tradicional, llegué a ser, incluso, jurado. Nos dieron unas becas en el Centro de Estudios de Folclore de Zamora, donde ya estaba Pablo Madrid, ese es el germen del Consorcio de Fomento Musical que se consolida en 1988 y que tiene su Escuela de Folclore.

Buscas músicas y te encuentras personas que te cuentan su cosmovisión de la vida

–En Cataluña o el País Vasco también se comienza a recuperar esa cultura popular propia, se experimenta una eclosión, hay una gran inquietud por aprender, ¿en Castilla y León ese apego al mundo del folclore está menos arraigado, quizás por esa uniformización del franquismo?

–Sí, y, de alguna manera, la zona centro, aunque Zamora participa de la cultura leonesa y de la castellana, es el paradigma del imperio.

–Ustedes, Bajo Duero, Doña Urraca, han hecho un gran trabajo, antes de eso no había nada.

–No había nada y, no solamente eso, sino que, por ejemplo, en la cátedra de la sección femenina determinadas cosas se consideraban no escenificables, como, por ejemplo, los bailes de las culadas, que está muy extendido en las danzas de Zamora, particularmente en todo Aliste, y que ha trascendido. Los brincaos y los charros de Aliste, que se habían borrado del mapa, los retoman Liseo Parra y otros grupos.

–Ese cercenar la cultura se extiende también a los instrumentos, me ha comentado.

–Sí, todos los grupos de sección femenina iban con el clarinete. Yo y otra serie de gente, partiendo del colectivo de folclore de Zamora, nos ocupamos de empezar de nuevo, de remplazar el clarinete por la dulzaina, la flauta y el tamboril, la gaita..., y la gente lo empieza a identificar como propio.

–¿Qué razón había para dejar en desuso esos instrumentos?

–Los grupos de sección femenina todos tenían coreografía, una estructura rígida y determinada, tenía que haber una entrada al escenario y una salida, y eso requiere una partitura, ¿quién podía leer una partitura?, los músicos de banda, entonces se llamaba a distintos clarinetistas de la Banda de Música para que tocaran con esa estructura. La espontaneidad del baile en la calle donde las parejas se forman en el momento, se perdió también.

El Día del Folclore de Zamora de 1983, que concitó a más de 5.000 personas, marcó un antes y un después en nuestra cultura tradicional

–¿Qué impedía al régimen franquista la incorporación de los bailes tradicionales tal cual eran?

–Algunos pasos les parecían toscos.

–¿Obscenos?

–U obscenos, efectivamente. Poco a poco, hemos ido recuperando la diversidad y la espontaneidad, la naturalidad, cosas que se manifiestan ahora en cada romería de La Hiniesta, en Valderrey, mientras se reza el rosario y se hace un baile espontáneo, se forman parejas en una manifestación de la alegría. Tocas y la gente se anima, te pide “toca esto, toca lo otro”.

–Cuando crean la Escuela de Folclore se les tacha un poco de estrambóticos, cuatro locos...

–Sí, es posible, pero, enseguida, desde aquellos programas de radio, tuvimos la confirmación de que la gente ponía la oreja para escuchar, estaban pendientes. Íbamos a recopilar a los pueblos y ya sabían que alguien de allí podía salir en la radio tocando o cantando, o él mismo. Dimos validez a la propia gente de los pueblos, a los que trajimos al escenario en ese primer Día del Folclore de 1983, y a otras actividades que después hemos hecho en el Teatro Principal, donde ellos mismos venían a bailar, a cantar, a tocar la pandereta...

–¿Zamora había perdido la identidad en ese sentido?

–La identidad es resultado de estar donde estamos, somos un cruce de caminos interesante, está la Vía de la Plata, nuestra relación con Tras os Montes. Si sabes echar bien esas cartas que te han tocado, de alguna manera, te hacen sentir especial con tu paisaje y tus gentes.Y eso lo sentimos muy especialmente cuando hacemos las romerías, caminando a La Hiniesta o la ermita de la Virgen del Castillo en Fariza.

El músico zamorano en un mirador de la capital. Emilio Fraile

"Sigo en la Escuela para crear un método que ponga en contexto cada instrumento"

–¿Cree que hay ese sentir de lo propio entre los zamoranos?

–La gente sabe que aquí hay cosas valiosas y que una serie de gente le ha puesto altavoz; y otros grupos que, a lo mejor están en Madrid y actúan en el extranjero, pero se han fijado en Zamora.

–¿Cuándo toman la decisión de crear la Escuela de Folclore en Zamora?

–Cuando ya se crea un armazón administrativo e institucional para ello, con la constitución del Consorcio de Fomento Musical, con la participación de la Diputación Provincial, el Ayuntamiento de Zamora, la Junta Pro Semana Santa, las entidades de ahorro vinculadas a la provincia. Es entonces cuando puede echar a andar la Escuela, en el colegio Virgen de la Concha, hoy San José de Calasanz, gracias a Lorenzo, su director. Se deja atrás la entidad de Centro de Estudios de Folclore, que lo abserbe el Consorcio, que llevaba también la Banda de Música de Zamora.

–El crecimiento ha sido exponencial, desde aquellos inicios con 40 alumnos.

–Empezamos Victoriano Santiago Comisaña de Faramontanos de Tábara para la percusión, y yo, había un único curso, pero fue creciendo año a año hasta llegar a 1.500 matrículas en algunos cursos, y en horario de tarde. Hay alumnos que se apuntaban para aprender la música de su pueblo porque si sabían tocar, pues había fiestas. Es un proyecto intergeneracional, en una clase puede haber un abuelo y su nieta aprendiendo.

En cada sitio, hay esas "personas bisagra" que conocieron lo antiguo y que comienzan lo nuevo, de los que aprendes

–¿Este trabajo se ha comido mucha vida personal y familiar?

–Sí, han sido 33 años al pie del cañón. Doy clase en un instituto por la mañana; y tarde y noche, en la Escuela. Lo normal es que vengan amigos a tocar y verlos solo en el ensayo porque mi trabajo en el instituto me impide ir al concierto.

–¿Cómo definiría lo que han logrado a partir de aquel pequeño proyecto? Abrieron camino.

–Hay mucha satisfacción, me marcho con la idea de ser un privilegiado por haberme dedicado a una actividad que me ha apasionado, y el poder decir “esto es valioso y esto es nuestro”.

–Volvemos a la identidad.

–Sí, de alguna manera trabajamos en pro del patrimonio inmaterial, que es como el agua en una cesta, ¿dónde lo recoges?, sin embargo, yo cuando doy las clases les estoy hablando de los informantes, a los que he conocido perfectamente, mis alumnos solo me conocen a mí, pero, de alguna manera, les he contado esas historias.

De alguna manera, trabajamos en pro del patrimonio inmaterial, que es como el agua en una cesta, ¿dónde lo recoges?

–¿La Escuela llegó justo a tiempo para que no se perdiera esa memoria?

–Sí, sí. También, en cada sitio, hay esas “personas bisagra” que conocieron lo antiguo y que comienzan lo nuevo, el punto de inflexión de esa bisagra en Zamora fue ese primer Día del Folclore impulsado por un colectivo de gente diversa como Pablo Madrid, José Manuel González Matellán, Julián Santos, mi hermana Concha Jambrina, y yo.

–¿Qué reto tiene por delante en la Escuela?

–Me gustaría hacer una especie de método, un libro, poniendo en contexto cada instrumento: la dulzaina en Zamora; la gaita de fole; la flauta y el tamboril. Hay mucho que pasar a limpio y contextualizar, hay más trabajo de lo que puedo atender. También hay mucha actividad online, se ha disparado con la pandemia.